4| Llamadas, juegos y alguien nuevo...

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«Agua, relámpagos, voces, gritos, sonidos estridentes, fuego; rostros afligidos con odio, ira, repulsión; cadenas, un trono, pelea, luz y oscuridad...».

Despierto envuelta en sudor y con ojos desorbitados. Mis dedos tiemblan con desesperación; mis brazos con leves cicatrices mantienen sus vellos tensos, al igual que los de mi nuca; mi espalda recibe un choque punzante que me espabila con prontitud y mi pecho se remueve ansioso. Todas las madrugadas tengo casi el mismo sueño, alrededor de las 3 a.m., es insoportable. Es un peso desde que tengo memoria. Mis padres no saben con cuánta recurrencia me ocurre y tampoco deberían, ya tienen suficiente con una hija la cual se despierta en las mañanas sin recordar lo que hizo antes de acostarse.

Me encuentro siempre en este punto incierto y austero de mis días, pensando en las causas de mi condición de olvido. No tengo respuestas; y al final de cuentas de qué me sirven. Mientras me siga atormentando, no hay cómo buscar una cura. Lo he intentado por mis medios y llego al mismo inflexible punto de partida.

Lo único que me ayuda hasta ahora y desde casi siempre si recuerdo bien: es la música. No puedo descifrar el éxtasis y sensación de paz, junto al hermoso momento de desconexión que tengo del mundo al invadirme. Lo que para muchos produce de tranquilidad las drogas, para mí la música lo es; es como un calmante irresistible y necesario. Desde pequeña, en medio de abandonadas, frías y oscuras madrugadas, la música es el sol que me ayuda a encontrar un rumbo de pensamientos que no me infunden miedo.

Me he acostumbrado a eso, a no recordar. Tal vez merecía esto antes de tiempo.

Mi existencia en este lugar es incierta y al final inconclusa; incompleta sin recuerdos. No todos tenemos elección al guardar silencio en medio del ruido. Sin embargo, en eso me he convertido, en un silencio perturbador y a la vez un arcano ruido que busca crear una expansión sonora para evitar sentirse solo o diferente entre las melodías más excelentes y dulces.

 Sin embargo, en eso me he convertido, en un silencio perturbador y a la vez un arcano ruido que busca crear una expansión sonora para evitar sentirse solo o diferente entre las melodías más excelentes y dulces

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—Buenos días... —saludo con desgano sentándome en el sofá.

—Buenos días, también —responde el saludo papá con voz ronca.

—¿Cómo dormiste cariño? —pregunta mamá cansada.

—Normal, supongo —respondo cortante.

Las miradas de mis padres no necesitan más que una breve conexión. Deberían dejar de fingir que soy alguien externa a sus conversaciones con gestos. Es estúpido.

—¿Supones?

—Sí —digo con molestia.

—Cariño... —Papá hace razonar a mamá. Una discusión tan temprano hace que mis ánimos por el suelo bajen al inframundo.

—¿A qué hora llegaste ayer? No te escuché entrar. —Decido cambiar sin interés alguno el rumbo de la conversación.

—Ya sabes... La fiesta de despedida de una clienta no salió como se esperaba y nos mandaron a altas horas de la noche.

Herencia silenciosa©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora