Huir. La última alternativa para sobrevivir.
«—¿Me tienes miedo? ¿Por qué, si somos tan iguales?». La gruesa y profunda risa enloquecida quema mis oídos, obligándome a taparlos con una vehemente negación por lo bajo.
La celeridad continua, y última opción para nuestros cuerpos entumecidos, arraiga en nuestros sistemas. Desgarra nuestras carnes y activa la sagacidad; lo único que nos podría servir, lo único que nos sirve. Las pisadas, choques y tirones en nuestras ropas nos acompañan en la febril despedida. La luz ambigua destella en nuestros ojos. Corremos. Corremos sin parar hasta que la planicie nos recibe con nuestros corazones exaltados.
Espero, espero a que los demás salgan. Sin darme cuenta los rebasé, o, ellos me dieron demasiada ventaja.
La inigualable cabellera de Elaine se abre paso hacia la luz. Se detiene y la veo con preocupación. «¿Y los demás?». Antes que emita la pregunta, Daniel corre hacia nuestro encuentro dando una larga zancada, casi cayendo de bruces. Dirijo mi vista hacia el bosque. No hay rastro de él. Sin pensarlo adelanto un paso, pero soy detenida por el brazo de Elaine y ella adelanta uno, dejándome tras su espalda. Sus músculos se mueven, como si estuviera olfateando algo. A mis oídos llegan sonidos, dos específicamente, uno más grave que el otro.
¿Y si... esa cosa no se ha detenido?
Los pasos se agravan y mi respiración se acelera. Un brazo tatuado y finalmente una cabellera rizada se abre paso entre las ramas y se desliza por debajo de una rama cruzada en medio del camino. Román se adentra al llano con un desliz que lo deja tumbado en el suelo. Escupe tierra y se queja por lo bajo mientras se incorpora. Un jadeo de alivio se me escapa. Sin embargo, sigo prestando atención hacia cualquier sonido que pueda percibir del terreno y sus alrededores; pero todo está en calma, aparte de nuestras aceleradas respiraciones y rostros expectantes, de sea lo que sea que nos haya perseguido.
—¡¿Qué coño fue eso?! —increpa Daniel. Su pecho sube y baja a la vez que se limpia brusco el rostro con el dorso del brazo.
—Ni puta idea... —prosigue Román detenidamente.
—Esa, esa... —Señala con un dedo tembloroso hacia los árboles—. ¡Esa cosa no podía ser un animal! —exclama Elaine en una inspiración cortada.
—No, no lo era.. —Disiento con la cabeza cabizbaja, viendo mis pies. La subo y se me quedan mirando desorientados—. Esto no es más que una reserva natural de árboles. Los animales se encuentran al sur, en la ciudad de Mere. Y nosotros nos ubicamos en el norte, en Amiria. Sarah conoce bien cada reserva, ella misma está dentro del programa juvenil del SEPRONA y la he acompañado en cada actividad para los interesados.
—Pero...
—Daniel, eso no era un animal —recalco con frialdad—. No sé cómo puedo hacerlo —bufo molesta—, pero su olor era el de un demonio. Sí, un demonio —afirmo frente a su expresión atónita.
—Se supone que podemos sentir a los de nuestra misma clase... —murmura desconectado de su alrededor.
—No dudo que haya sido un ente demoníaco el que se cruzó en mi camino.
—Espera, ¿de qué hablas? —interroga con el rostro fruncido Elaine dándose la vuelta, quedando ambas frente a frente.
—S‒s‒sí, algo se me atravesó antes de perderlos de vista —explico estupefacta.
—Pensé que te habías caído. Escuché tu grito y me devolví, pero Daniel me siguió.
—Y luego lo hice yo —comenta Román.
—Lo tenía planeado entonces... —murmura Daniel para sí mismo.
—¿Qué? —Paseo mi vista entre todos, meticulosa.
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Herencia silenciosa©
FantasyVictoria fue marcada gravemente en el pasado y no lo recuerda. Ahora es perseguida por ángeles y demonios. Unos más despiadados que el otro, ¿o tal vez iguales? Sus mezquinas naturalezas le demostrarán que no hay malos ni buenos. La confusión le ob...