2| De mal a peor

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—(...) ¡¿Por qué no me llamaron?! —exclamo histérica. Caigo de la cama enfurruñada, gracias a mi enredo con las sábanas.

—¿Acaso debemos despertaste? —dice mi padre frente a mí, enarcando una ceja. Baja su vista y rueda los ojos. Me estira un brazo para levantarme, cosa que hago con el carácter del mismísimo demonio.

—¡Es mi segundo día! ¡Debo por lo menos parecer estudiosa esta semana!

—¡No debes parecerlo, debes serlo! —reclama mamá desde el umbral de la puerta. Genial.

—¡Argh! ¡Es imposible vivir así! —le grito a la nada. Me retuerzo el cabello y deformo con mis manos mi rostro dejando mis ojos estirados. Algo más parecido a la pintura: «El grito».

—¡Apúrate y deja de discutir mujer! Y le bajas todas las rayitas a tu tono —amenaza con la espátula gris en mano.

—¡Pero, má'!

—¡Má', nada! En diez minutos te espero arreglada, peinada y perfumada.

—¡¿Cómo...?!

—Voy contando. Uno, dos...

De acuerdo, en otra situación estuviera rebuznando como burro; sin embargo, es mi segundo día. ¿Por qué desperté tarde? Pregúntale al test de princesa Disney que hice alrededor de la una de la madrugada. Lo sé, lo normal no corre por mis venas.

Salgo del baño en un récord de 3:54.9 segundos. Lo otro creo que es historia.

Mi papá se limita a brindarme las bendiciones —es como una tradición matutina que no cumplo—, y lo que me da de desayunar es un sobre de cereal y dinero de más. Mi cara es de: «¡Voy a pasar hambre, joder!».

Bueno, mientras me cambiaba, papá se ofreció a llevarme solo por hoy —¡Qué pena!—. Ya tengo por lo menos quince o diecisiete minutos de retraso, y papá media hora. Al menos sé que mi bronca no será tan impactante, como consuelo.

 Al menos sé que mi bronca no será tan impactante, como consuelo

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Llego a la escuela con apuro y el corazón a punto de estallar. ¿Saben? Una de las tantas personas más amables, serviciales y compatriotas —Ángela— me delata con su mirada mientras trato de escabullirme entre las sombras de los pasillos para llegar y entrar lentamente a Educación Física; y precisamente el profesor debía voltear. ¡Comino de suerte que me cargo!

—Victoria Larrison. ¡Tardanza! —Por lo menos dé lo buenos días y luego hablamos—. No me interesan sus excusas. Vaya a los vestidores. Hoy haremos pruebas.

—D–de acuerdo... —Es hermoso cuando tartamudeas y pareces tener miedo.

—¡Espero que sus bocas hayan pecado demasiado y tengan sobrepeso! —¡Vaya buenas intenciones que tiene!

—Espero que tus rollitos te ayuden —susurra Sarah pellizcando mis laterales—, no quiero que ruedes. —Las dos soltamos risas moderadas o un buen trabajo de estas.

Herencia silenciosa©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora