6| Parte I | Sabor a muerte

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Han dicho incontables veces que nadie puede confiar en nadie, incluso en su sombra. La humanidad se extinguirá a sí misma. No podremos detener el apocalipsis...

En este instante me es inevitable el no confiar siquiera en mis seres queridos. Han pasado días completos, sin tener respuesta, aunque busque por mis medios. Todo me sale de tiro por la culata. Ni una pizca de información, las señales son confusas y mi cerebro no coopera.

Hoy es sábado, eso significa: ir a trabajar. Desde la semana pasada no he tenido mis momentos de gloria o de buena racha. Simplemente todo se me está cayendo abajo. Trataré de olvidar esto, y por supuesto ante todo pondré una denuncia. No sé si me sirva de mucho, pero espero que esto no quede impune. Sin razón aparente estoy siendo en pocas y locas palabras «acosada». Hablé con mis padres, después de todo. No he tenido respuesta y reacciones por sus partes, así que sí lo puedo confirmar, mis padres son extraños y están involucrados en todo esto. No han hecho el mínimo esfuerzo de tomar nuestras maletas y mudarnos. Conozco que estoy a mitad de año escolar y que irónicamente este es el último por cursar.

Con respecto a mis amigos es el punto más sensible que me ha tocado lidiar. No estoy dispuesta a perderlos; incluso me los llevaría y haríamos un cambio en otro lugar. Suena alocado ahora que lo pienso bien. Pero pocos piensan en un estado así.

En el largo tiempo que he vivido, no he tenido siquiera respuesta de mí misma. Esto es otro caso, y volverá a no tener respuesta. ¿Quiénes me vigilan? ¿Qué les he hecho?

Camino nuevamente a través del pasillo. Mi cansancio ha superado las expectativas nuevamente; pero, tuve que levantarme temprano para poder tomar el subterráneo, el cual por suerte queda cerca del minisúper. Al menos, no me va tan mal en la vida.

Desayuno tranquilamente algunas tostadas y yogurt. Son las 7:00 a.m.; no poseo la necesidad de correr hacia el trabajo y tendré el tiempo suficiente para caminar hacia la estación.

—Buenos días, bebé —papá me saluda con un ruidoso beso en la mejilla.

—Buenos días papi —devuelvo el saludo desanimada. No he hecho las paces con ellos, pero esto me genera incomodidad, ellos actuando de forma normal mientras que yo tengo la cabeza en otro lugar, y a punto de estallar.

Se dirige hacia la nevera, la abre y saca unos trozos de jamón, queso, tomate y jugo; de la alacena toma pan y mayonesa. Se dispone a tomar el cuchillo y rebanar. Siempre he dicho que nuestros antepasados eran las vacas, parece que es hereditario comer como si no hubiera un mañana.

Mastico lentamente mi desayuno, mientras lo veo con los ojos entrecerrados. Termina su «desayuno» el cual de ello no veo nada. Eso sería mi merienda vespertina. Se ha preparado dos tostadas, a las cuales ha añadido kétchup —bueno, es su desayuno—, se ha servido un «señor» vaso de jugo y en un tazón pequeño tiene trozos de piña y sandía. Es un cerdo, pero no obeso.

—Tienes alrededor de dos minutos viéndome extraño. Es más, te diré como te ves, exactamente que Dobby. El duendecito ese que tu amiguito Harry o Ron liberó con un calcetín —se mofa de mí. Lo apunto amenazante con una tostada y él me mira con diversión—. Encógete para que lo parezcas. ¡Ah! ¡Usa los trapos qué llamas pijama! —Abro la boca, incrédula de lo que acabo de oír—. ¡Ya tienes un buen disfraz para ir al cumpleaños de tus primos! —Olvídense de lo buen padre que sea, no voy a llorar en su funeral.

Le sacaría mi hermano dedo medio. El problema es que me corregiría a la antigua o llamaría a mamá. Así que uso su método, pero más sutil.

—Así que pá' —lo llamo de forma casual con la vista sobre lo que me falta de tostada mientras paso mi dedo por la orilla del vaso de cristal. Me observa receloso—. ¿Cómo te fue en la fiesta con tus compas? —Se atraganta con el jugo y empieza a toser de forma violenta. Le brindo una sonrisa socarrona—. ¿Cómo se llaman? —Coloco un dedo bajo mi mentón y miro hacia arriba fingiendo pensar—. ¡A sí! Pablo, Juan y... Robert. —Utilizo un tono de voz más confidencial, apoyando mi antebrazo de la mesa y acercándome a una distancia prudente con una sonrisa de boca cerrada. Parezco la chica de la «foto maldita» que está viral en internet, con mi sonrisa de gato de Cheshire.

Herencia silenciosa©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora