Miro entretenida un programa de televisión acerca de farándula y cotilleos. Creo que los artistas no pueden siquiera estornudar sin antes no ser grabados por alguna cámara o fotografiados por fans y medios de comunicación masivos. Si el alcance del internet llega a ser perjudicial para nosotros los simples mortales, ¿qué no sería para ellos?
Escucho algunos toques suaves en la puerta. Unos tres más interrumpen mi absorta concentración. Observo el reloj circular de pared con extrañeza y me debato en responder o no. Todavía no es hora de que mis padres lleguen.
Me coloco con pereza mis pantuflas, recojo en un moño muy mal hecho mi cabello rubio, el cual no ha hecho nada más que crecer, apenas hace dos semanas lo tenía por debajo de mis hombros y ahora se extiende un poco más a mediados de mi espalda. Esto me preocupa, en cierto sentido. No sé si es debido a que «estoy produciendo hormonas de más» o que se vincule a lo que me está pasando con este tema de ángeles y demonios.
Unos toques se vuelven a escuchar. Tomo del estante, en madera de castaño, situado al lado del televisor un pequeño frasco de gas pimienta; lo sacudo y me aseguro de que el orificio esté apuntando en la dirección correcta, y, que mis dedos índice, pulgar y corazón se encuentren bien posicionados.
—¿Quién es? —consulto hostil.
—Yo —indica una voz varonil.
—¿Quién es yo? —rebato mientras ruedo los ojos detrás de la puerta.
—¡Román! ¡¿Quién más, mujer?! —contesta aburrido.
—¡Huye, el sol pica! —expresa una voz femenina.
Tuerzo mi expresión, aún desconfiada. Entreabro la puerta y meto un pie en el minúsculo espacio. Observo hacia fuera y en efecto es él. Me mira con cara de pedo al analizar mi acción. Exhalo y abro completamente la puerta. Detrás de él se encuentran: Elizabeth, Daniel, Ana y Raquel. Enarco una ceja al ver el grupo.
—Emm... déjanos pasar, por favor —solicita Ana con apremio.
Sacudo mi cabeza y les doy espacio para que se adentren. La estancia de arquitectura tradicional con colores monocromáticos blancos y azules, muebles modernos que hacen juego con los irregulares rincones interiores dado por la voluptuosa asimetría exterior —propio de la arquitectura victoriana— y acabados de ventanas en forma de arco con moldura negra, excepto el gran ventanal con cristales coloridos y desproporcionados que le quitan a la estructura rigidez, en tanto a sus repetidas y estilizadas terminaciones. Las decoraciones alusivas a pinturas, jarrones, flores plásticas; muy coloridos y algunas perchas para invitados le dan calidez hogareña al salón.
Algunos ya se han sentado y otros esperan a que les dé el permiso. Asiento y así lo hacen. Perpleja por la inesperada visita no me muevo de mi sitio.
Daniel chasquea los dedos y salgo de mi efímero transe. Elizabeth me escudriña con su oscura mirada y hace un mohín de desaprobación. Ana y Raquel me taladran con su mirada. Los chicos quedan en silencio. Me remuevo algo inquieta por sus reacciones y siento como el calor sube por mi cuerpo y se instala en mis mejillas.
—¿Te sientes bien, Vi? —tantea Ana.
—Más o menos... —manifiesto en un susurro, con la cabeza gacha.
—¿Estás enferma? Estás muy pálida; además te noto más delgada —indaga Elizabeth. Objeto con un ligero movimiento de cabeza.
—Vinimos porque no fuiste hoy y ayer a clases; y estábamos muy preocupados. Sarah me llamó anteayer diciendo que estabas en la escuela, se tardó unos veinte minutos de más en llegar gracias a un desvío que precisamente el SOPC tuvo que hacer en el Boulevard Zamora. Te marcaba al móvil, pero estaba fuera de red.
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Herencia silenciosa©
FantasyVictoria fue marcada gravemente en el pasado y no lo recuerda. Ahora es perseguida por ángeles y demonios. Unos más despiadados que el otro, ¿o tal vez iguales? Sus mezquinas naturalezas le demostrarán que no hay malos ni buenos. La confusión le ob...