6| Parte II | Sabor a muerte

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¡Hola! ¡Sí, soy yo! No he muerto, ni nada. Aunque otros me quieran ver con un hacha en la cabeza y sangre derramada en paredes o algo más macabro. ¿Quieren saber cómo estoy? Muy bien, gracias por la preocupación. ¿Estoy sola? No. ¿Cómo ando? De caminito a un futuro funeral, nada de qué preocuparse...

—¡Corre perra por tu vida! —grita la tarada de Sarah. Maldigo en mi interior la dichosa hora en la que se le ocurrió venir a beber sola por estos lares.

—¡Eso intento! ¡Borracha del guariquil! —respondo gritando. No siento mis piernas. La excitación y la conmoción me han vuelto un manojo de nervios.

—¡Nos persiguen! —avisa afligida la morena. Alzo un puño a los aires en su dirección y aprieto la mandíbula y achino los ojos.

—¡Oh gracias... no lo sabía! ¿Quieres ser mi noticiero esta noche?

—¡No! ¡Corre, perra, corre!

Ya iniciamos y comenzaron los vergazos. Estoy corriendo con una bota menos, con falta de oxígeno, sangre en mi ropa y puños, con el cabello peor que cuando me levanté hoy en la mañana; y para terminar con la cereza del pastel, corriendo con una borracha que se cae de lado, tiene media nalga fuera y solo sabe gritar: ¡Corre perra, corre! Es una fantástica noche. ¡Qué divertido!, ¿no?

—¡Váyanse al infierno, malditos hijos de...! —exclama mientras hace una señal internacional que ofendería a cualquiera, un lindo dedo medio. Me hago la sorda para no prestar atención a la grosería que acaba de soltar.

—¡Cállate, maldita sea! —Miro por encima de mi hombro y estamos a ventaja en esta carrera.

—¡No me digas qué hacer! ¡Corre, perra, corre! —Se le trabó el disco...

Corro como si me hubieran dicho que hay especial de empanadas por la cuadra de mi casa. Las luces de esta zona están totalmente fuera de servicio. ¡El apagón ha consumido la mayoría de este lugar en total oscuridad! Apenas puedo ver dónde piso. Las pocas personas que hemos visto están ebrias. La mayoría de seguro están dentro de los establecimientos de entretenimiento. Los carros pasan a nuestro lado como si no notaran que hay dos chicas corriendo a toda máquina. ¡Desgraciados, eternamente desgraciados!

Estamos solas, siendo perseguidas, fatigadas y con terror por hace más de diez o quince minutos. Me siento desfallecer; más aún sigo corriendo con todas mis ganas. ¡Mi vida está de patas arriba! Si no soy perseguida por desconocidos, lo soy por delincuentes. ¡Tengo más sinsabores que el agua!

Corremos cuesta abajo en un pequeño relieve. Siento que voy a caerme. Sarah agarra sus gemelas, tal como en la clase de Jordan.

—¡¿Por qué demonios esta ciudad tiene tantas subidas y bajadas?! ¡Tiene más que mi vida amorosa! ¡¿Nunca pensaron los de obras públicas que un grupo de delincuentes podrían seguirlos en plena noche?! —se queja mi amiga con furia. Ya sé por qué somos amigas, estamos igual de falta de tornillos. Ahora mismo cualquier cosa que digamos puede ser una completa barbaridad, es bonito, bueno y válido. Si fuera una situación diferente, las dos nos íbamos a madrazos.

Volvemos a terreno llano y hay tres bocacalles. Tomo a Sarah violentamente del brazo y le hago correr más adentro. No sé dónde estamos. Lo importante es salir vivas de esto. Primero: «Vivir para contarlo».

No es mi culpa que mi amiga sea una pasada de copas, y no puedo argumentar nada ante eso; pero por nada del mundo dejaría a Sarah varada quien sabe dónde y con tipos peligrosos así sueltos. Al menos yo estaba presente; sino quien tuviera el cuello rebanado ahorita sería ella con el cuerpo tirado o picado en trocitos y echado en bolsas. ¿Qué? Es la verdad...

Herencia silenciosa©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora