10| Parte II | Malas intenciones

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La cafetería se encuentra plagada como todos los días, pero hoy no me siento en ambiente como para poder emitir muchas palabras. Los chicos además de Anthony, David y Sarah han quedado en ese incómodo, delatador y a la vez indescifrable misterio con gotas sangrientas de silencio que en ocasiones es reconfortante y en otras podría significar la crónica de una muerte anunciada.

Me he adentrado a un mundo dónde solo habitamos literalmente mis demonios y yo. Es exasperante ver cómo todos luchan por mí y me quedo suspendida de un fino e invisible hilo llamado: pasado. No deseo ser la chica en apuros, inservible, inestable a más no poder, resguardada del mundo como si fuese la más peligrosa enfermedad, vendada para absolutamente no saber nada, aquella por la cual todos se sacrifican y no obtienen resultados favorables por un ideal, aquella que merece la muerte por mil razones que no reconoce o no está dispuesta a aceptar...

Creo que no soy la elegida para erradicar el mal del mundo, convertirme en su salvadora, recibir estipéndidos por su honorable accionar y ser la escritora del nuevo comienzo de la historia. De hecho, voy más allá del arquetipo propuesto por mentes filosóficas, creadoras de ficción, religiosos; y un sinnúmero de personas con el mismo patrón: ya sea intelectual, creyente, vivencial, experimental o de otra índole. Creo que soy un olvidado juguete que es reencontrado y nuevamente desechado cuando no basta para más. ¿Es así cómo me ven desde ambas esquinas del preludio? ¿Es así como quiero que me vean?

—Vi. —Escucho una afable y cariñosa voz masculina—. ¿Te encuentras bien? —pregunta tímido.

«No, no lo estoy. Nunca lo he estado, pero finjo ser feliz para no arruinar mi inexistente base y estropear el día con mi amargura».

—¡Claro que lo estoy! —contesto en un intento de euforia.

—Vi... —Me observa serio—. No mientas. Tu teatro no sirve entre nosotros —articula directo.

—¡Qué no es nada hombre! —Bato mi muñeca junto a una expresión despreocupada.

—¡Victoria! —exclama demandante; observa hacia los lados y me dirige una mirada inquisidora con tal de concentrar el peso de su tono en ella y no decir algo de lo cual arrepentirse. Aunque sé que me lo merezco; no por víctima, sino por hipócrita—. ¡¿Qué te sucede?! —Los demás tiemblan ante su cambio, nunca lo habían visto de esta manera.

—Nada —insisto automáticamente acompañada de un ligero encogimiento de hombros.

—Nada, nada, nada... —musita batiendo su cabello de un lado a otro. Le observo con detenimiento y preocupación por su reacción—. ¡Nada pasa desde hace un jodido año Larrison! —Golpea la mesa con sus puños.

—Anthony... —Mi voz se oye quebrada y mis ojos empiezan a evidenciar ese picor tan recurrente: el comienzo del llanto.

—¡Anthony nada! —brama en cólera. Intento decir algo más, algo que remedie su actitud tan... inesperada—. ¡¿Qué?! ¡¿Vas a hacer que todo parezca un jardín de niños?! ¿¡Qué nadie sabe nada!? Conozco una cosa de ti, latente en tus más sucias memorias... —Sonríe victorioso—. Algo que no te has atrevido a enfrentar por miedo a que te... encierren —sonríe malicioso.

Mis manos empiezan a sudar como nunca, mi pecho a hiperventilar como si su afirmación me arrebatara el aire, siento mi rostro encenderse como antorcha, un viento gélido fluye por mis poros mientras que un arrítmico canal atraviesa mis tejidos y mis ojos son lo suficientemente mal estafadores para no mostrar la debilidad que me embarga. Un pitido ensordecedor llamado ira surca mis oídos envenenando cada parte de mi mente distorsionada por el momento.

Me muevo desorientada y con nerviosismo. El agua a mi lado se resbala y empapa el suelo. Mis pensamientos van sin rumbo, lo que más temo y aborrezco, surge de él como dardos atacando a toda una manada: el rechazo.

Herencia silenciosa©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora