—¡Hey! ¡Devuélveme mi jugo! —ordeno con fastidio.
—¡No! —David me saca la lengua.
—¡Ya verás! —Correteamos alrededor de la mesa. Aún no quemamos la niñez.
Estamos en receso. Hay bullicio, aroma a comida y... ladrones de merienda. Sí. Es toda una odisea mantener mi comida íntegra y segura de las miradas hambrientas de mis amigos. Es algo propio de nosotros; pelear por la comida del otro. Parecemos unos huérfanos que no han comido por quince días con una crisis estomacal.
Dirijo una mirada fugaz al kiosko que parecerá reventar si más gente llega. Prefiero traer el desayuno y comer en el baño a tener que comprarlo en ese bulto de simios. Los pedidos o mejor dicho «gritos» resuenan más y más alto. Me va a reventar la cabeza tanto escándalo. Pero no me distraigo tanto y persigo de nuevo a David hasta que Raquel le mete el pie, Anthony me pasa el jugo; así lo abro para beberlo y marcarlo con mi saliva; soy muy territorial.
—¡Den su comida al prójimo! —se queja por el golpe en la rodilla.
—Es que mi estándar de prójimo no va con los enanos afrudos. —Le saco la lengua y él su dedito.
—¡¿Quién será nuestra próxima víctima?! —Román frota sus manos con un rostro pervertido, haciéndome reír. Alza su dedo y lo coloca debajo de su mentón. Conectamos nuestras miradas y reímos como desquiciados. ¡Por esto y mucho más es que amo a este man!
—¡No, no, no, no, no! —chilla Daniel.
—¡Oh sí nene! —imito a Edna Moda.
—¡Soy pobre! —se excusa.
—¡Oh claro! Y ser pobre significa vivir en una casa de dos pisos, tener una biblioteca con juegos de póker y dados; además de tener un auto viejo, pero carro al fin. —Bueno, un carro de los 80's es un carro al fin de cuentas.
—Bueno, ser pobre no significa no darse lujos. El dinero es pa' eso, pa' gastarse. —Lo observo divertida por su razonamiento.
—¡Me traes dos empanadas esclavo! —determina Sarah y él bufa.
—¡Mañana no traeré nada! ¡Mueran de hambre tragones! —grita.
—Mis oídos están aquí... —Los señalo—. No allá. —Apunto a la cafetería.
—No me importa. —Extiende sus brazos a los costados y se sienta.
Todos nos disponemos a comer en silencio —nah mentira, ni eso se puede hacer cuando estamos juntos—. Hablamos sobre cosas del fin de semana, y yo, no puedo decir mucho. Román, Ana y Raquel también se quedan callados. Solo asentimos ante las novedades o rutinas de los demás.
Mi vista se centra en un grupo de chicos y chicas que pasan gráciles y con pericia; un estilo común entre ellos.
—¿Ustedes no tuvieron nada que hacer el fin de semana? —indaga curiosa Sarah. Me saca de mi distracción.
—No —miento con un poco de nerviosismo, pero me recompongo para que mi falsa respuesta quede integérrima—. Este fin de semana pasó rápido; además mis padres no quisieron que saliera para pasar un tiempo con ellos. Mamá se puso dramática. —Ella asiente convencida. Meter a Hellen en cualquier conversación es sinónimo de «reglas». Aunque entre ambas sabemos que es una fachada para los quisquillosos; aún así eso no quita su comportamiento inflexible en muchas ocasiones. Román da sus tontas explicaciones, y es lo mejor.
—¡Hey! Noté cómo mirabas hacia allí. —Me señala Raquel algo detrás de mí con su boca. Giro y allí están todos sentados en una mesa del fondo. ¿Acaso les gusta no ser percibidos o qué?—. Edward Cullen no saldrá de allí y tú no serás la rígida depresiva con cara de palo podrido de Bella Swan. —Todos reímos por su comentario sacado de onda.
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Herencia silenciosa©
FantasyVictoria fue marcada gravemente en el pasado y no lo recuerda. Ahora es perseguida por ángeles y demonios. Unos más despiadados que el otro, ¿o tal vez iguales? Sus mezquinas naturalezas le demostrarán que no hay malos ni buenos. La confusión le ob...