16| Salvaje

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Mi cuerpo agarrotado descansa en posición fetal entre las sábanas. Desde ayer me siento extraña, como si me faltase algo. La música de Ava Max detona en mi playlist de forma aleatoria. Doy una vuelta sobre mi eje y acomodo mis brazos bajo mi cabeza, para terminar observando el techo blanco sin emoción alguna. Una lágrima se atreve a salir, pero cierro mis ojos sin siquiera reconocer la emoción que la desata.

Me atrevo a tararear Rockabye sin embargo, descubro que la letra me proporciona un estado más cercano a la melancolía, tal como si me transportase a algún oscuro agujero, como si por primera vez fuese capaz de experimentar el torbellino de emociones y sentimientos que me abordó aquel sábado. Me fundo en la oscuridad y quedo absorta con la calma del lugar. Suspiro y me desperezo para así sentarme en el borde de la cama, revestida de sábanas marrones y blancas. Tomo mi albornoz y me hago una coleta para que mi cabello no estorbe. Quedo divagando con la mirada mis alrededores, ahora me parecen tan extraños, como si no fuese esta habitación el lugar que por alrededor de una década se obstinó en acompañarme tal como un fiel canino; y ahora... ahora no lo siento mío. Tal cual. Como si aquel demonio que se encargaba de vigilarme durante las noches me hubiese arrebatado las velas de mi barca, y ahora pareciese un lejano recuerdo soplado por un viento inexistente. Y ahora, no sé porqué pero sigo sin poder dormir. Tal vez quería obtener algo de mí y apenas sí me daba cuenta de su existencia. Sin embargo, debí suponerlo aquella madrugada, en la que me sentía tan expuesta. Debí adivinarlo, pero, ¿acaso eso hubiese evitado los problemas? Lo dudo. Creo que todo hubiese empeorado. ¡Y vaya noticia!, ¿no?

Me saco los audífonos y el coro vuelve a repetirse, pero esta vez amortiguado entre mis manos. Pienso un poco en la melodía. En su significado. La composición a base de un rap ligero y la femenina voz, a mi parecer anivelada al soprano, cuenta una gran historia: sobre una madre. Si busco bien en mis memorias creo haber visto su vídeo musical. En este una mujer con un bebé termina soltera, y para poder solventar sus gastos como los de su hijo accede a bailar en un burdel o algo parecido como stripeer —bueno, como bailarina erótica, ¿no es lo mismo, cierto?—, al mismo tiempo que se entrenaba arduamente para mejorar en su oficio. El niño crecía con la ausencia de un padre; no obstante, ella lo era todo para él sin menor duda. En cierta forma esto me removió las entrañas. Aprecié en casi cuatro minutos lo que solo una madre puede lograr a hacer. Sin dudarlo, sin pensarlo.

Aquella tarde, cuando Ramiro maldecía mi existencia sin contemplaciones, tuve un fragmento de luz, débil, pero lo suficientemente generoso para hacer abrir un poco mis ojos dentro de mi desnivelado sueño. Mis plataformas se hundieron y no puedo evitar pensar en esa palabra que ahora incluso murmurarla me atraviesa el corazón y me enajena en un estado de limerencia, de una forma exquisita.

Nunca pensé que esa fascinación mía por niños pequeños estuviese tan arraigada conmigo, con mi presunto pasado. Saborearla me embarca en un mundo quimérico y recién descubierto. Un mundo en el cual soy inexperta, uno el cual posee tierras extrañas para mí. ¿Yo... podría serlo?

Las vastas y repugnantes palabras de aquel que se hacía llamar: «Estrella de la mañana», colisionan como fuerzas opuestas en mi cuerpo. ¿Qué hicimos ambos para repudiarnos a tal magnitud?, ¿a tal grado de acabar con la existencia del otro? Él hace llamar a eso «amor». ¿Acaso es que mi definición está errada también y necesito saber qué se supone que significa verdaderamente?, ¿tan ignorante soy?

Observo los auriculares, otra canción se reproduce y detengo la música del reproductor MP3 —el cual por suerte sobrevivió—. Juego con él entre mis dedos y lo atrapo varias veces en el aire. La Luna escarchada penetra en los cristales, ahora tupidos en un marrón claro. Su luz se adentra como una suave caricia en mis huesos. El sonido del ventilador y su refrescante ventisca mantienen a raya mis nervios e igual a los molestos mosquitos, preparados a zampar su aperitivo con un molesto zumbido ensañado. Repaso mis dedos en la tela que aún cubre mi ojo. Siento como mi piel humectada y cremosa contemplan con delicadeza las líneas de aquella extraña marca de nacimiento que puede tornarse en mis frenéticos arrebatos en un símbolo astronómico de desgracia.

Herencia silenciosa©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora