14| Mantén la estúpida expectativa

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Muerte.

Sí, la palabra no ha dejado de rondar todo el maldito día mi mente. ¿Y cómo no hacerlo? Asistes a un funeral, ves llorar desconsoladamente a una madre, específicamente a tu vecina; casi matas a tu amiga, la hermana de uno de tus mejores amigos. En más de una ocasión intentan asesinarte, llegas a un hospital y te pasas casi toda la noche escuchando lamentos, para culminar con una dolorosa llamada de alguien muy importante, con el fin de decir que su padre falleció.

Lo más deprimente es que tu entorno, cuerpo, recuerdos e inclusive los muros vociferen contra ti. Aguerridos, intactos, perturbadores, asqueados, avergonzados, insatisfechos. Decepcionados porque no hayas logrado a la primera como cualquier protagonista de élite su misión: salvar a la humanidad. Sí. Quizás mi título inservible después de todo valga de algo: Princesa de las desgracias. Hasta mucha honra me da llevarlo, ¡puaj!

Muerte.

«Solo sabemos que tiene el fin de culminar el ciclo de la vida». «Sirve para darle paso a otros que transitan hacia lo inevitable y desconocido». «Conduce las almas hacia algún lugar de paz o tormento». «Nadie merece vivir tanto tiempo sin un buen y digno propósito, para eso está la muerte, para encargarse de nosotros» «¡Si tuviese a la muerte frente a mí, la enfrentaría!». «Tal vez el mejor destino que tenga sea la muerte». «¡La muertes es peligrosa!». «No menciones su nombre, trae mala suerte». «Uno está de pasajero. Nada más conoce el día que se nace, pero no en el que se va a morir».

Exacto. Todos hemos dicho algo acerca de ella. Ya fuese sencillo, osado, filosófico, mal intencionado, depresivo, sin valor o profético; seamos sinceros, la tenemos tan pendiente como al pan de cada día. Sabe que nos da en el punto simple y sensible: la vida. Porque creemos que tenemos vida eterna asegurada y patentada. Además si nos fijamos bien, somos bien hipócritas a decir verdad, como el mejor impostor al cual Dios desechó. Y sí, muchos a esto llegamos cuando tratamos de ignorar a Dios: ¿Si Adán y Eva no hubiesen pecado, estaríamos todos aquí presentes?, ¿tuviésemos más años de vida? A lo cual me es inevitable añadir: ¿Yo estaría presente si no lo hubiesen hecho?

Quizás no lo supiese si no me hubiesen creado. Desordenada y rebelde...

—Sé que estás despierta —apunta mamá, seca—. Mueves el pie sin darte cuenta cuando te haces la dormida, para no ayudar con las cosas que te pido —añade con un bufido.

—Y me importa un bledo eso —la imito, despreocupada. Recibo un pellizco de su parte en mi lateral—. ¿Sabes? Desde que nací soy inmune a tus golpes —comento con una sonrisa triunfal y cruzo los brazos sobre mi pecho.

—No lo parecía cuando tenías cuatro años —contradice, burlona.

—Pero no me acuerdo, no me acuerdo... —Aplaudo dos veces—. Y si no me acuerdo no pasó, eso no pasó —canturreo con la voz ronca y pastosa.

—Pues ve acordándote, Esperancita.

—Ah, sí, lo olvidaba. —Chasqueo la lengua apesadumbrada—. Es que para ti solo soy una maldita criada. —Abro un ojo y me impacta de lleno la tenue luz de la cabina hasta que mi vista se acostumbra a esta. El rostro de mamá se nota molesto, y para cagarla más le saco la lengua. Al cabo de unos segundos suelta una risa y niega con la cabeza.

—¿Qué haré contigo? —Resopla un mechón casi castaño y lo acomoda.

—Entregarme. Si quieres hasta vamos a la tienda de regalos, compramos un bonito moño y nos vamos a prostituir con el mejor postor, ¿jalas?

—¿Seguirás con eso? —Se cruza de brazos y me ve indignada—. ¿Cuándo entenderás que esto no fue tu culpa? —arguye insistente. Me limito a rodar el único ojo que tengo por ahora.

Herencia silenciosa©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora