17| Necesidad de caos

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Presto atención al enérgico monólogo de Sarah, quien se encuentra entusiasmada dentro de su burbuja, la cual por ninguna razón quiero destruir. Por instantes el brillo en su mirada me hace olvidar que estamos en peligro y que las cosas han ocurrido por una desquiciada búsqueda. Una que evito hasta lo impensable y cuestionable.

Los papeles, mapas mentales y croquis con colores llamativos y anotaciones, todos puestos en la mesa de forma organizada dentro de sus respectivos folders, son las ideas de la entusiasmada morena. Reviso algunas imágenes, a la vez que bebemos nuestros espumosos y deliciosos batidos. Comento algunas cosas que me parecen irrelevantes y otras asombrosas. Decide descartar algunas de mala gana y adoptar otras en base a lo que tenemos, no sin antes hacer un berrinche.

La cafetería es básicamente un cementerio a esta hora. El espacio libre, repleto de mesas parecidas a las de picnic, por primera vez en estos días se nota con un sol radiante, un intenso cielo azul y un ambiente fresco. Las pocas personas que pasan por acá es para comprar alguna botella de agua, jugos o empanadas. El kiosko de techo empinado y triangular con tejas rojas, paredes azules, un buró bajo la ventana corrediza de metal y dibujos de colibríes multicolores se encuentra cerrado; aunque a través de la pesada puerta de madera comercian.

La señora Maritza nos saluda amable como siempre con su gorro plástico, piel bronceada, ojos verdes y arrugados, guantes engominados y delantal algo salpicado de manchas rojas de kétchup. Siempre he dicho que sus sándwiches, empanadas y hot–dogs son más deliciosos que los de mamá. Todavía gracias a ella y mi hambre de titanes es que vuelvo a comprar ahí, a pesar de los empujones y gritos de los demás, ah, y la cara de perro de su ayudante. Saludamos con la misma calidez y volvemos a nuestra labor.

Sarah reposa su lápiz bajo el mentón partido y abre sus ojos con ensueño, mirando detrás de mí en dirección al área verde con pequeñas huertas, jardines y pinos. Se gira hacia mí y no puedo evitar la emoción soltando un pequeñísimo chillido.

—¡¿Qué se te ocurrió enana?! ¡Suelta! —Me inclino hacia adelante colocando los codos en la mesa.

—¿Recuerdas a Tomás? —Hago un mohín tratando de recordarlo—. Tomás Hernández... —insiste, colocando el lápiz en su oscuro cabello como un pasador.

—¡Oh, sí, sí, sí! ¿Y ese tipo sigue vivo?, ¿no que cambiaría de instituto este año? —Subo las cejas confundida.

—No, no, no, no. —Chasquea la lengua y arruga su amplia nariz repleta de pecas—. Estás confundiéndolo con Timothy, su hermano.

—¡Argh! ¡Sí! —Golpeo mi frente con la palma abierta—. A veces es difícil diferenciar uno del otro, encima siendo gemelos idénticos con nombres casi parecidos —comento desganada—. ¡Este jodido país parece un imán para esos seres...!

—Ah, y encima añádele que casi alcanzan la mitad de la población. Para ser exactos alrededor del treinta y nueve por ciento. —Mira hacia los lados y nos acercamos más, casi rozando nuestras narices—. Es como si hubiese un portal para que viniesen para acá —susurra entusiasmada y a la vez dudosa—. Lo más escalofriante es cuando te cruzas con alguien por la calle, lo confundes y te dice que no es esa persona, que es su gemelo. Bueno, al menos entre mellizos es más fácil identificar. ¡Pero te juro que una vez vi a una chica que creí que estaba muerta y resulta que era su hermana! —Se sacude retrocediendo y castañea, como si tiritara de frío.

—¡Uff! No quisiera toparme con algo así —digo en broma, enderezándome. Sorbo una vez más mi batido de melocotón y ella toma unas papitas clásicas.

—No se lo deseo ni a mi peor enemigo —se interrumpe y agrega—: Bueno, bueno, a mi peor enemigo sí —confiesa con una sonrisa traviesa. Niego riendo con un puñado de papitas en la boca—. Pero yendo enserio, tuve pesadillas como por cinco días con esa chica. Te juro que por su culpa tuve que levantarme temprano un domingo para ir a la iglesia. —Hace un puchero y se cruza de brazos. No puedo evitar reír y hace un gesto desdeñoso por mi burla, a lo cual me río más—. Aunque si fuese así, y casi todos los gemelos y mellizos estuviesen atraídos por un campo magnético, entonces supondría que estamos en un territorio paranormal —dice en voz baja, ensimismada—. Eso explicaría porque tú y Angela son casi idénticas. —Dejo de masticar, le echo una mirada fulminante y golpeo la mesa indignada.

Herencia silenciosa©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora