1| Otro día siendo yo

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Otra historia, otro día, otra oportunidad... otra chancla revolucionada. Antes de existir el fuego, créanme, ya existían las de madera.

Sé que es totalmente normal el hecho de que tus padres te quieran, te ayuden, te den de comer, te den un techo dónde vivir, te den dinero siempre... —¡Perdón, me equivoqué! Estaba leyendo una historia sobre una chica rica en PDF—. ¡Ah! Y por supuesto: el don de la vida; y claro, levantarte con una chancla...

¡Lo sé, es la vieja confiable! ¡Ha sido utilizada por mis antepasados mucho antes que Colón pisara América! ¡Es un despertador maravilloso! Lo recomienda mi abuela...

—¡No dejan al prójimo dormir en paz! ¡Amarás a tu prójimo como a ti mismo, dice la Biblia! —reclamo estresada y somnolienta.

—¡Y también dice: que el obrero es digno de su salario, y el que no quiera trabajar que no coma! —grita mamá desde la sala. Sí, después de pegarme la chancla.

Me quedo renegando un rato con gritos que son apagados por la almohada. Tallo mis ojos con pereza y suelto varios bostezos, al mismo tiempo que levanto mis brazos para estirarme. Con pasos torpes y una actitud mañanera muy desgastada salgo al baño junto a mis pocas ganas de vivir, soñar, tener un futuro, trabajar por la casa de mis sueños y toda la pavada que tenga la vida. Salgo al pasillo níveo, giro a mi derecha y me detengo al oír un carraspeo crispado. Mamá me señala inquieta su muñeca desde el umbral. Le doy una mirada cansina y me dispongo a entrar junto a un encogimiento de hombros, restándole importancia al asunto. Cierro la puerta y coloco seguro al picaporte, me veo al espejo ovalado de bordes plateados y diseños hexagonales con cara de pocos amigos. Mi cabello rubio parece que estaba trabajando de escoba para matar gallinas: tres nudos y el cubo de Rubik. Doy un refilón a mis pestañas largas, mis ojos almendrados y algo rasgados en los bordes le dan un toque voraz a mi mirada. Cosa que amo. Finalizo mi observación en mis pobladas cejas, las cuales arreglé anoche a última hora. Relamo con ligereza mis labios resecos.

Lleno un recipiente mientras me desenredo de a poco el cabello. Me saco el suave pijama rojo y la ropa interior, tomo una respiración profunda y alcanzo mi jarrito personal en el estante; pero antes, verifico si el agua tiene una temperatura adecuada. Meto mi mano de lleno y termino dando un grito con todas mis ganas de comer, de dormir y de ser rica. Maldigo por lo bajo y me arrincono contra la pared, temblorosa. Respiro profundamente, inspirándome valor. Tomo de nuevo el recipiente y saco un poco de agua por el borde y adentro un dedo al tarro. Tapo mi boca para no soltar un improperio. De nuevo tirito del frío —es lo malo de vivir en un país con un clima tan húmedo. Las mañanas se vuelven todo un circo para las personas como yo—. Trato de convencerme en voz baja de que eso no me matará. Con los ojos cerrados y sin pensarlo mucho me tiro en un segundo un buen tarro de agua helada.

—¡Mal...! —chillo sorpresiva mientras mis dientes castañean. Me pongo las manos en el pecho a modo de un inservible escudo, me alejo del miserable contenedor con el entrecejo arrugado. Siento mis piernas temblar como gelatina. Tomo nuevamente el tarro de mala gana y me lanzo otro chorro de agua. Chillo nuevamente. Mi piel se ha puesto rígida. Cojo el jabón, trepidando, el cual se resbala de mis manos. Bufo por mi torpeza.

—¡Cuidado con lo que dices! ¡Te escucho desde la sala! —vocifera mi padre.

—¡Bendita sea esta agua, bendita sea esta mañana! ¡Loado sea el lunes! ¡Estas son las mañanitas que cantaba el rey David! —canturreo. Sujeto un botecito de shampoo con aroma a miel y hago movimientos circulares con mis manos de adelante hacia atrás. Termino rápidamente colocándome acondicionador. Sigo con mi sonata, solo para molestar a papá. Paso mis dedos desde adentro hacia fuera para desenredar algo mi cabello rebelde. Una ventisca entra por un recoveco de la pequeña y cuadrada ventana. El aire gélido provoca que mis huesos tiemblen.

Herencia silenciosa©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora