9| Parte III | Empieza la cacería

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—No pensaba siquiera en tu existencia. Creía que el ser humano es lo suficientemente inteligente para diferenciar el bien y el mal. ¡Vaya decepción, no es así! —río irónica—. No necesito cuentos de hadas para caer de bruces en la realidad. —Resoplo y juego con mis dedos.

—¿Y? ¿Qué decides? ¿Venir o quedarte? —El peso de su mirada se intensifica sobre mis hombros.

—He decidido... —declaro satisfecha.

—¿Qué, entonces? —intenta tomarme un mechón; pero se lo impido por reflejo.

—Quedarme —indico—; no estoy dispuesta a irme con hipócritas. —Giro brusca señalando su pecho de forma delatora—. ¡Mis decisiones las tomo yo! ¡No necesito que me impulsen a nada!

—Deja el drama, no es para tanto —comenta.

—Vaya... ¡Cómo se nota que estás detrás de esto y que no tienes que lidiar con seres como tú, siendo un humano! —cristalizo, ofuscada por la impotencia.

—¡No deberías estar así! ¡A quién le gusta jugar con fuego aquí eres tú! —profiere casi en el mismo tono.

—¡Oh claro! ¡Y yo debería creerte! ¡¿Debería creer que soy un foco para los demonios, como tú?! —Fijo una mirada cruel en él, acompañada de ironía. Resopla por mi actitud inmarcesible e improperios.

—Quién debe ser más receptora con esta situación eres tú —señala.

—A ver... —Tomo el puente de mi nariz con pesadez—. Quiénes deberían aquí dejar de actuar como unos malditos infantes son ustedes. —Lo tomo de la camisa, tediosa—. No hacen nada más que hacerme una presa difícil —susurro en su oído, devolviéndole la acción que había hecho al llegar. El desprovisto vello que lo arropa se alza rígido. De alguna forma le doy miedo y es un punto excitante a favor.

—Y aún así, después de milenios sigues siendo una rebelde sin causa. —¿Milenios?

—Recuerda. No cambio por nada, ni nadie —asevero con una pizca de orgullo.

—Eso no lo dijeron tus acciones.

—¿Qué? —Por mi jodido atolondramiento ahora quién me tiene a su merced es él.

«Puta vida, puta distracción, puto todo. ¡Puto Lucifer!».

Intento salir debajo de él por diversos medios: morderle, darle manotazos, gritarle, prorrumpir groserías, amenazar, escupirle y la más esencial... magullar a su amiguito. Pensaba en una mejor distracción, pero no puedo; mis agujeros no cooperan para franco tirotear unos gases. Sí, en esos momentos en el cual deseas que el pudor se vaya a pasear.

—¡Puto! —¡Ay Yisus!... Ah, bueno, el cabrón se está riendo.

—No decías eso cuando estábamos juntos. —Me guiña el ojo.

Empieza a descender con besos mojados desde mi cuello y continúa desenfrenado. De nuevo intento golpearlo con mi rodilla, pero la sostiene rígidamente, y sigue sin parar. Sin esperármelo un gemido sale de su boca. Diligentemente sigue su camino y solo trato de pedir auxilio, aunque sea en vano.

—¡Por favor, no más, no más...! —Varias lágrimas, súplicas y quejidos asaltan sus acciones, haciéndolo retroceder disgustado.

Me suelta bruscamente blasfemando no sé qué o a quién frotando sus manos por su perfecto rostro, abre sus ojos dirigiendo una mirada de desagrado hacia mí. Me incorporo de la cama totalmente irritada y asqueada.

—Siempre ha sido él, ¿verdad? —Sonríe, pero su mirada no denota felicidad. Sigue cruda e impaciente. No respondo, ni siquiera sé de qué habla—. ¡Responde! ¡Siempre ha sido así, él! ¡Maldición! ¡Fallé, pero eso no significa irte a refugiar a los brazos de otro! —Me da una cachetada.

Herencia silenciosa©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora