9| Parte I | Empieza la cacería

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No he podido dormir bien. Una vez más los recuerdos y sueños me atacan sin misericordia; el pánico cunde sacudiendo cada fibra de mi cuerpo. La luz mortecina de la Luna arropa mi rostro sin expresión. Nadie está despierto en casa, aparte de mí, como siempre, o bueno, regularmente. Fijo mi mirada en el cielo despejado y con escasas luminarias.

—Nada está bien como ellos quieren que lo vea. ¿Tratan de convencerme a mí o a ellos mismos? —mascullo dentro de mi torrencial de teorías y más preguntas.

La lista de interrogantes queda abierta nuevamente. Más masoquista soy yo, por permanecer a su lado. Es verdad lo que decía la abuela Jazmín acerca de los secretos. Yo decido con cuáles quedarme; específicamente con el de aquella noche: sin alma, cubierta de frío y un estrepitoso suceso... causado por mí.

Mis demonios me persiguen de distintas formas y me dan el mismo mensaje de alerta con todo lo que conlleva esta rigurosa labor: quedarme en silencio. No obstante, mi sentido de supervivencia infringe toda norma, toda moral, todo lo que ha quedado en el pasado...

El etéreo recuerdo, aún más vívido y la inminente destrucción de la tercera planta de la biblioteca invade mi sistema. Aquel hombre: ¿quién será?, ¿de dónde me conoce?, ¿qué le hice?

El viento incauto mece mis cabellos; sonrío ante la sensación fresca que me brinda, mis mejillas se sonrojan por tal motivo. Me levanto del piso para ir a acostarme de nuevo; mi bata roja con bordados de encaje se mece suavemente. El ulular del viento me recuerda los días soleados en casa de los abuelos maternos. Sonrío levemente por tales agradables momentos.

Voy a cerrar la ventana; sin embargo, me detengo. Giro en dirección a las calles asoladas y apenas iluminadas por los faroles que atraen luciérnagas y otros insectos. Cuando voy a cerrarla, los aullidos de varios perros, de seguro callejeros, llegan a mis oídos. Los aullidos intensifican; creando un ambiente nada agradable.

Varias sombras alargadas por los faroles y la distancia de sus respectivos poseedores caminan sincronizadas. Se escucha el sonido de varias trompetas, tambores y el grito fiero de una multitud. No viene de un solo lugar, sino de todas las direcciones posibles; a la derecha, izquierda y el frente.

Las sombras se vuelven más pequeñas a medida que se acercan sus dueños. Son hombres y mujeres vestidos con túnicas negras, tal como el lienzo poco estrellado o inclusive más. Fugazmente cierro la ventana y retrocedo hacia la puerta. Esto no pinta bien.

En mi casi huida un relámpago cruza el cielo. De un segundo a otro todos los faroles comienzan a tintinear sus luces como árbol de navidad. Quiero correr, más mis piernas se debilitan y no puedo hacer más que caer de rodillas sin comprensión alguna. Jadeo presa del pánico y pataleo para poder acercarme a la puerta. Intento avanzar arrastrándome; no obstante, como si el universo estuviera en mi contra: una luz blanquecina me atrae, cual bicho miserable a su hoguera. Camino con pasos torpes y la ventana se abre sola. Ha comenzado a llover muy fuerte, los objetos livianos de la habitación vuelan en el cuarto. El viento ondea mi pelo, mientras que la lluvia entra; moja el suelo y por igual mi rostro.

Me dirijo a los que me han hecho la vida imposible durante este mes, sin pudor y sin miedo a enfrentarme a ellos, cara a cara. Mis pensamientos, emociones y sentimientos más recónditos se reflejan en mi semblante: inexpresivo, agrio, sin miramientos, decidido...

Salgo de mi transe. Me detengo al llegar al borde de la ventana de cristal corrediza con escrutinio y cautela. Quisiera decir que tengo miedo, que deseo llorar sin pudor, pedir ayuda a cualquiera que me pueda entender; pero no, nada de eso me sirve ahora.

Otro relámpago atraviesa el firmamento iluminando mi rostro carente de humanidad. El agua cesa y los relámpagos se detienen. Los faroles se funden, dejando totalmente obscuras las calles. Solo la débil luz lunar es testigo de esto.

Herencia silenciosa©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora