vingt-cinq .

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Habían pasado cuatro semanas desde que Stuart dejó a la banda. 

Las pocas respuestas que le proporcionó el muchacho a Paul no eran para nada satisfactorias. Él, aunque reconoció que la letra era suya con cierto nerviosismo, no podía decir que recordaba haberla escrito y mucho menos dejarla especialmente para el pelinegro. Todo era un gran malentendido descabellado, y desde una perspectiva subjetiva, una situación bastante curiosa. 

Los días cada vez se hacían más fríos y Paul había tomado el control del bajo, sintiéndose complacido por al fin dar un show decente con el instrumento. Lo hizo propio en cuestión de horas y agradecía en cierta medida que todo hubiese salido bien. 

La banda en su punto más alto de éxito, Stuart con Astrid, Pete durmiendo en una cama y... John y sus encuentros esporádicos. 

Aunque le costara admitirlo, McCartney estaba feliz, rebosante de dicha junto al rebelde e insufrible Lennon, catalogado por todos como el maleante de los muchachos de Liverpool, acertando y dándoles todavía más visibilidad. 

A simple vista, pareciese que John estaba en constante conflicto con los demás, con el mundo en general, pero con Paul... parecía retroceder y dejar caer esa reputación justo frente a sus pies. Era bastante claro que ambos se estimaban mucho, pero no eran capaces de expresar cuánto. 

Aquella mañana, a principios de 1961, todo parecía normal. Los cuatro muchachos estaban acostados, hablando de cosas al azar y riendo por las bromas internas que tan bien conocían, sin embargo, fueron interrumpidos por la presencia de Allan en la habitación, quien en sus manos traía la correspondencia. 

George se sentó de un brinco, y con los ojos bien abiertos, recibió la carta que sus padres le habían mandado con tanto cariño y esperando que las cosas estuvieran en orden. Por su parte, Pete también sonrió profundamente al reconocer la desprolija letra de su madre y la redacción un tanto confusa de lo mucho que lo extrañaba. 

Solo restaban Paul y John. Ambos recibieron cartas, el menor una y el mayor dos, llamando fuertemente la atención del primero. 

—¿Quién te escribió? -preguntó en voz baja, mordiendo su labio inferior. 

—Mimi y Cynthia. -confesó con una mueca que parecía ser una sonrisa. 

—Ah. -fue lo único capaz de contestar. 

Abrió su propia carta y se sorprendió de sobremanera al reconocer una letra que definitivamente no era la de su padre... sino que se asemejaba mucho a la de Stuart. Centrando sus pensamientos en canalizar sus celos y en dar leída al escrito, se vio envuelto en su lectura. 

¿Qué tal estás, Paul?

Soy Millie Sutcliffe, mamá de Stuart, y sé que en cierta medida no te sorprende en lo absoluto que sea quien soy. 

Yo sé por lo que estás pasando...

Alguna vez se lo comenté a tu madre y ella no me creyó, diciendo que eran puras fantasías y patrañas surrealistas. Imagino que te has sentido juzgado por las personas a las que has confiado un secreto tan grande como el que te rodea. Te entiendo, y estoy dispuesta a ayudarte, porque a mí me sucede lo mismo. 

Aunque me duela en lo más profundo de mi alma, y siendo mi propio hijo quien me lo confirmó, tengo que admitir algo que sucederá. Algo de lo que tengo pleno conocimiento...

Stu, mi pequeño Stu, mi talentoso hijo, morirá en Alemania. De eso, a ninguno de nosotros, nos sorprende, porque parecemos saberlo todo. 

Necesitaré de profundo consuelo y eterna simpatía de ahora en más... porque lo que vemos se cumple de una manera escalofriantemente acertada. 

Like dreamers do. | McLennon.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora