vingt-neuf.

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—Quiero que seas mío esta noche, Paul. Dame ese honor, por favor.

Paul quería saltar de la alegría, quería gritar, llorar, tirarse por la ventana; todo al mismo tiempo. Escuchar esas palabras de los labios de John había sido lo más adictivo y embriagador que jamás pudo haberse imaginado. 

Sentir sus manos, sus besos, sus ojos conectados... era lo mejor del mundo. Paul, quedándose momentáneamente sin palabras, solo fue capaz de asentir apresurado con su cabeza, haciendo que unos mechones de su cabello negro se posaran en su frente. El mayor sonrió mostrando sus dientes y unas pequeñas arruguitas se formaron alrededor de sus ojos.

—Dilo, quiero que me digas algo. -le exigió sin continuar con las caricias y el menor sintió que sus mejillas se enrojecían. 

—Sí quiero hacerlo contigo, Johnny.

Sin nada más que agregar, el castaño agarró su camiseta de pijama y se la quitó velozmente, dejando a la vista de Paul un panorama maravilloso; su torso blanco, rellenito, con pecas y lunares diversos repartidos en sus hombros y su pecho. El menor quiso suspirar de lo encantado que se encontraba, pero no pudo hacerlo ya que sus labios se entrelazaron volviendo a formar un beso pasional que les quitó el aliento. 

 Sus pantalones fueron los próximos en terminar en el suelo, sintiendo como la temperatura de la habitación subía y se convertía en un calor insoportable. Se tardaron un poco más en decidirse por la ropa interior, porque en medio de sus besos y caricias constantes no parecía tan importante ese detalle. 

Ambos jadearon al sentir que sus entrepiernas se rozaban, haciendo que estas tomaran rigidez al instante. John, justo encima de Paul, se frotaba contra él mientras lo besaba casi con desespero, mordiendo sus labios y jugando con la lengua del contrario. El pelinegro, en un ataque de valentía, acercó su mano a la virilidad del mayor y empezó a acariciarla mirándolo fijamente a los ojos. 

—¿Puedo? -preguntó Paul en voz baja y John asintió besando una de sus mejillas. 

Con sus manos temblorosas tomó el elástico del bóxer y lo empezó a bajar con cuidado y lentitud, pretendiendo demorarse para probar la paciencia del castaño. Cuando llegó a sus rodillas, él mismo se lo terminó de quitar y Paul, de una forma inevitable, posó sus ojos avellanas en la intimidad descubierta de su amigo. 

Oh. Por. Dios. 

Lennon, tomando por sí mismo la decisión, también retiró la ropa interior del pelinegro, quedando en las mismas condiciones: en completa desnudez. 

—Nunca he hecho esto, Paul. -susurró con cierto temor y el menor solo levantó su  mano para acariciar el contorno de su rostro. 

—Somos novatos en esto. 

—Me da miedo lastimarte. -aseguró John con genuina preocupación y el otro quiso reír de los nervios. 

—Solo sígueme la corriente, John. 

Paul cambió sus posiciones, quedando encima del regazo del mayor quien lo miraba con inquietud y curiosidad. Deslizó sus manos por sus hombros que ya se encontraban cubiertos por una capa de sudor y besó su cuello, lamiendo y mordiendo justo como él lo había hecho antes. 

Se retiró y se puso de pie, arrodillándose enfrente de la cama, en el suelo. Señaló el borde de la cama con los labios, indicándole que se sentara allí. John, muy obediente, se incorporó con velocidad y se quedó ahí, expectante por sentir lo que haría el menor a continuación. 

Sus ojos se encontraron y una sonrisa traviesa se apoderó del rostro del pelinegro, quien sin meditarlo demasiado, pasó su lengua por toda la longitud de John, haciéndolo soltar un gruñido y provocando que sus manos se posaran en su cabellera desordenada. Siguió lamiendo concentrado y en un momento se lo metió en la boca, chupando como le indicó John el día del baño en el hotel. 

Like dreamers do. | McLennon.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora