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Se encontraba nervioso e inquieto desde la madrugada.

En la mañana, cerca de Penny Lane, se había realizado la sagrada sepultura de su madre y ya se encontraban camino a casa. Ni Paul ni Mike habían dicho algo en toda la ceremonia, y aunque su padre los invitó a decir algo, ambos se negaron. 

Ninguno de los dos tenía la intención de hablar. 

George, como mejor amigo y casi integrante de la familia, se encontraba allí, cabizbajo, compartiendo con el pelinegro un momento tan duro y brindando su presencia como un acto de respeto y fortaleza hacia los afectados. El castaño sentía que era su obligación estar ahí, sin molestar a nadie.

Paul estaba demasiado afectado por diversos factores; la perdida, el extraño en su casa, los sueños, sus sentimientos. Solo quería dormir por mucho tiempo, sin ser molestado por nadie. Al llegar a casa y despedirse de George, entró y no probó bocado por el resto del día, tampoco salió de su habitación. Estaba tan triste que ya ni siquiera pensaba las cosas por largos períodos de tiempo.

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El ambiente estaba gris. Las hojas se caían de los árboles demostrando que el otoño se aproximaba. Se suponía que esa estación era bonita y vivaracha, pero Paul estaba lejos de apreciar su verdadera belleza. Había despertado dos horas antes de lo acostumbrado, se había arreglado con desgano y salió de su casa sin desayunar dispuesto a caminar hacia su escuela. No esperó a nadie, quería un momento a solas. 

Al llegar, no había ni un alma. Se sentó en uno de los altos muros y miró hacia el cielo murmurando por lo bajo la canción que había encontrado en su sala, la cual no se podía sacar de la cabeza. Le gustaba mucho, pero estaba exhausto mentalmente como para seguir cantándola. 

Estaba tan ensimismado en sus propias ideas que no notó que unos pasos se acercaban sigilosamente a él. No se escuchaba nada más a parte de esto y, nuevamente, Paul ni siquiera se inmutó. Hasta que tuvo a la persona suficientemente cerca, bajó su cabeza y sus ojos se encontraron con los de su amor. 

Aquellos ojos cafés pequeñitos que conocía perfectamente, pero que no tenía la dicha de apreciar en la realidad. El pelinegro carraspeó con incomodidad y se arregló el cuello demostrando inquietud. John solo lo miraba fijamente, y tomándolo por sorpresa, se sentó junto a él mirando hacia arriba tal como lo hacía el menor antes. 

Los hombros de Paul se tensionaron y sintió como su corazón se aceleraba y latía con fuerza contra sus costillas.  

—Hey.- murmuró el mayor sin mirarlo y el pelinegro soltó un suspiro cansado. 

—Hey.- respondió cortante. 

—¿Qué haces aquí tan temprano?- se atrevió a preguntar mientras sacaba un cigarrillo de su chaqueta negra de cuero.

—Me atrevería a preguntarte lo mismo.- murmuró mirándolo fijamente al rostro, notando que los lunares de su mejilla sí eran reales. Los había contado tantas veces en sus sueños que sabía la cantidad... ocho, eran ocho los lunares. 

—Supongo que no me gusta estar mucho tiempo en casa.- respondió expulsando el humo, por fin dignándose a mirar a su compañero. 

—Creo que tenemos eso en común, John.- dijo, siendo consciente de que no era lo único que compartían en su vida. 

Un pequeño silencio se apoderó de la escena y en un momento ambos se miraron a los ojos, se quedaron así por unos minutos hasta que Paul apartó su mirada. John bufó por lo bajo y el pelinegro sintió que sus mejillas ardían. Nada de lo que sucedía con él era normal. 

—Ten.- dijo el castaño llamando la atención del muchacho y Paul, con un vacío en el estómago, se dio cuenta de que sostenía una manzana verde, la cual le acercaba para que la tomara en un extraño ofrecimiento. 

Like dreamers do. | McLennon.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora