vingt-huit.

279 39 11
                                    

—Pensé que no nos recuperarías. -George, quien estaba junto a Paul caminando por el vecindario, escuchaba con atención todas las palabras que salían de la boca de su mejor amigo. 

—Fueron dos meses difíciles, pero necesarios. -explicó el mayor y el castaño suspiró aliviado. 

—Tenía miedo de perder lo que teníamos. -dijo y luego negó con la cabeza, sonriendo un poco para mostrar lo apenado que se sentía de mostrar sus sentimientos, —De verdad creo que tenemos algo... especial. 

—¡Pero claro que lo tenemos! ¡The Beatles fueron la sensación en Alemania y lo serán en el resto del mundo! -exclamó emocionado, agarrando a George de la chaqueta, sacándole unas risas entusiasmadas. 

—No te atrevas a volver a esa mierda del algodón.

—Ni en mis sueños más locos me quedaría allí. -respondió haciendo una mueca de desagrado. 

—Hablando de tus sueños... ¿Qué ha sucedido con ellos? -preguntó verdaderamente interesado, sacando un cigarrillo de su bolsillo derecho. 

—No fumes, Geo. -lo regañó Paul frunciendo el ceño, casi soltando un manotazo para que lo que sostenía su amigo cayera al suelo, —Supongo que ahora todo está más claro. -contestó a la pregunta y el castaño bufó. 

—¿Y eso qué quiere decir?

—Que me siento más tranquilo, Harrison, de verdad. -explicó con voz baja y disminuyendo la velocidad de sus pasos en la acera vacía. 

Eran casi las siete de la noche, a juzgar por el cielo estrellado que se mostraba encima de sus cabezas, y ambos evitaron por un rato pensar en lo que sus padres les dirían si no llegaban pronto a casa, pero los planes del pelinegro, por lo menos ese día, eran muy diferentes. 

Cuando llegaron a Mendips, con las manos escondidas en sus bolsillos del pantalón, George y Paul se sonrieron mutuamente, sabiendo que se aproximaba un momento bastante íntimo y necesario para todos. 

—Te acompaño hasta aquí. -dijo el menor dándole un golpe amistoso a su compañero en el brazo.

—¿Por qué? ¿Aún le temes a John?

—No, pero creo que tú sí. -bromeó el castaño dándose cuenta de los movimientos nerviosos que no podía controlar Paul con sus manos. 

—No lo hago. 

—Solo sé que necesitan tiempo a solas.

Entonces, sin decir mucho más, se encaminó en dirección contraria a la que venían y se despidió de un gesto con su mano, sonriendo y mostrando sus prominentes colmillos. 

—Sé que dirás la verdad. -dijo finalmente y Paul se sorprendió un poco por el comentario. Le extrañaba mucho que todos, de una u otra forma, supieran las cosas que lo atormentaban tanto, las palabras, las experiencias; todo era surrealista. 

Cuando se quedó solo, justo en frente de la puerta, se mordió el labio inferior con cierto nerviosismo y golpeó con dureza y extremada determinación. Quería salir de eso, quería que su alma gemela estuviera con él en ese preciso momento. 

Unos pasos se escucharon dentro de la casa y la puerta se abrió un poco, mostrando detrás de ella a una mujer que Paul conocía muy bien. 

—Buenas noches, señora Mimi, ¿se encuentra John? -saludó con la mayor educación posible y la mujer lo miró con seriedad, de pies a cabeza. 

—Paul, hace meses que no te veía. -le dijo, abriendo completamente la puerta e indicándole con un movimiento seco de cabeza que podía entrar. El muchacho hizo lo propio y en segundos se encontró de frente con el olor tan particular que emanaba la casa de John, tanta fue la impresión de volver que sintió ganas de echarse a llorar ahí mismo. 

Like dreamers do. | McLennon.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora