vingt-sept.

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El otoño estaba presente en el lugar. Las hojas que se habían caído de los árboles reposaban en el suelo del parque en el que se encontraban y la brisa suave despeinaba sus cabellos, haciéndolos reír. 

Paul y John se encontraban en unos columpios, retándose mutuamente a comprobar quién de los dos llegaba más alto. El que estuviera más cerca de tocar el cielo sería el ganador. Se impulsaban con fuerza, tanto que sus piernas empezaron a reclamar un descanso por el esfuerzo que ejercían. 

Cuando Paul fue el que llegó más alto, en medio de gritos y vitoreos, ambos se bajaron de la atracción y se sentaron justo debajo de un gran árbol que estaba en la mitad del parque. Voltearon a verse al mismo tiempo y se sonrieron con dulzura.

—Eres tan hermoso, Paul. -susurró John ensimismado, paseando sus ojos por todo su rostro, para terminar dejándolos en sus labios. 

—¿Tú crees?

—Estoy seguro de ello. -respondió con una sonrisita y después se apoyó en sus manos para recostarse y mirar a su alrededor, —Hace un bonito día para enamorarse de ti. -murmuró con seriedad y Paul sintió que sus mejillas se calentaban.

—Es curioso, porque para mí todos los días son bonitos. 

—Tú eres bonito. -jugueteó John sin acercarse al pelinegro, y este empezó a sentir que necesitaba de su contacto. 

—Ven, Johnny, abrázame. -le pidió con cierto nerviosismo y el mayor hizo caso. 

Se acercó con cuidado a su cuerpo y lo envolvió en sus brazos, haciendo que la cabeza del pelinegro quedara apoyada en su pecho, escuchando los latidos tranquilos de su corazón. 

—Que afortunados somos... -murmuró el castaño con los ojos cerrados y Paul suspiró. 

—¿Por qué lo dices?

—Porque nacimos en la época adecuada, donde nadie puede hacernos daño. -aclaró y el menor frunció el ceño en desacuerdo. 

—En realidad estamos en peligro constante.

—No importa. -refutó sin insistir en el tema.

Paul sintió momentáneamente un fuerte deseo por bailar, y no lo retuvo, sino que por el contrario se soltó del agarre de John y se levantó sacudiendo las hojas de su pantalón. Se rió ante la cara extrañada de su compañero y le tendió la mano. 

—¿Me concedes esta pieza? -preguntó juguetón y el castaño sonrió tan grande que alrededor de sus ojos se formaron unas arruguitas. 

Se puso de pie y, tomando la mano del chico, se acercó a él. Lo tomó por la cintura haciendo que sus cuerpos quedaran completamente pegados y volvieron a sonreír. Sus pies, dando pasos torpes, se movían de un lado a otro al ritmo de una melodía imaginaria, que realmente era la mejor canción que ambos podían imaginar. 

Rieron, se pisaron en algunas ocasiones y sus manos permanecieron entrelazadas en todo el transcurso del baile. Cuando notaron que el sol ya se estaba escondiendo detrás de los altos edificios se detuvieron, no sin antes besarse con ansias y profundidad. 

—¿Me acompañarás a París, Paulie? -preguntó John y el menor asintió emocionado. 

—¡Será el mejor viaje de mi vida!

—No sabes las ganas que tengo de besarte frente a la torre eiffel. 

Los ojos avellana de Paul se fundieron con los castaños pequeños de su amor y sintió que una alegría aplastante se apoderaba de su cuerpo. Quería permanecer en ese mundo, en esa dimensión, lejos de los problemas, de las cosas malas...

Like dreamers do. | McLennon.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora