t r e i z e.

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No tenía idea de en dónde se encontraba. Los grandes arboles y toda la vegetación presente le indicaban que se hallaba en un parque, pero las grandes rejas rojas que parecían ser una entrada le indicaban lo contrario. 

Era capaz de reconocer la calle, había pasado por Mendips en reiteradas ocasiones y vivir en Liverpool solo hacía que se convenciera cada vez más de que aquel lugar era algo conocido. Caminó con incertidumbre en medio del camino rocoso que se abría paso hasta las rejas y, confiando plenamente en su visión, vislumbró un anuncio pintado en una de las paredes de la finca. 

"Strawberry fields, orfanato", rezaba la pintura y Paul se quedó inmóvil tratando de detectar dentro de su mente un recuerdo que lo relacionara con ello, pero no encontró nada, lo único que sí pudo reconocer fueron los murmullos de la voz del sujeto. 

El pelinegro se acercó aún más a la entrada, y agarró con ambas manos las rejas para poder ver mejor dentro del lugar, que se apreciaba lleno de hojas secas en el suelo y grandes muros enladrillados que se alzaban con grandeza en la estancia. Pero, contra todo pronostico, el susurro dejó de sonar y no divisó a nadie. 

Sintió que la frustración se apoderaba de su pecho y sin pensarlo mucho se subió a las rejas para entrometerse como un vil criminal al lugar privado que permanecía vacío y en inquietante silencio. Se alzó sin ningún problema y, pasando sus dos piernas con cuidado, logró aterrizar a salvo en el otro lado. Miró con atención a todas direcciones y se arregló con delicadeza el cabello, siguiendo con su camino. 

Avanzó unos cuantos metros y nuevamente identificó la voz que más le gustaba escuchar. Se dirigió hacia su izquierda, justo al lado de uno de los grandes muros y lo vio. 

Sus cabellos castaños caían por su frente en desorden, sus pantalones de mezclilla estaban sucios por su contacto con el suelo y sus manos se encontraban al rededor de alguien, mejor dicho, de ella. 

Paul, desconcertado y algo molesto por la presencia indeseada, se acercó con lentitud a la pareja y estos al notar que no se encontraban solos levantaron la vista, pero el menor hubiese preferido que no lo hicieran. Los pequeños y profundos ojos de su John estaban llenos de lágrimas, sus mejillas rojas y sus labios echos un puchero sumamente adorable que le estremeció el corazón. Por otro lado, Cynthia, con su cabello rubio impoluto, estaba recostada en las piernas del muchacho y le sonreía con cinismo al entrometido. 

Paul quiso gritarle que se quitara, que los dejara solos, pero no fue capaz de pronunciar ni una sola palabra. Se quedó ahí parado, como una estatua, presenciando el sollozo lastimero del castaño y la actitud vivaracha de la que se hacía llamar su novia. 

Sin prestar mucha atención, y con los ojos desenfocados, el pelinegro pudo apreciar que la joven se levantaba con tranquilidad y se aproximaba a él, con esa sonrisa tan característica y que parecía hacerla brillar en medio del bosque en el que se encontraban. Tomó las manos de Paul entre las suyas y le susurró un: "Lamento mucho que las cosas no salieran como esperabas, recuerda siempre que la culpa no fue mía." Y sin más, se disipó como una niebla densa, separándolo de John. 

El menor, sin entender absolutamente ninguna palabra de Cynthia, sintió como se le dificultaba respirar a medida que pasaban los segundos. Al parecer, el castaño se encontraba en la misma situación, sentado en la posición de hacía unos minutos atrás, tratando de que el aire se entrometiera en sus pulmones. Luego de batallar con la pesada atmósfera, Paul se acercó débil y John, quien lo esperaba con los brazos abiertos, lo envolvió en ellos cuando estuvo lo suficientemente próximo. 

Se quedaron abrazados en completo silencio, mezclando sus respiraciones y haciendo que fueran al compás. 

—No pude dejarte solo.- murmuró con la voz rota el mayor y Paul frunció el ceño desentendido. 

Like dreamers do. | McLennon.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora