24. Un mantra.

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La mañana del viernes, tanto a Samantha como a su compañera de trabajo, se les pasó más lenta y amarga que las anteriores, sirviendo cafés a gente desconocida y a falta de la compañía de Manolo.

Ninguna de las dos sabía la razón de la ausencia del mayor y mentirían si dijesen que no les causaba cierta tensión y esperanza de que tanto el señor como su mujer estuviesen bien y fuese todo genial en su vida.

No tenían ningún número de teléfono ni dirección a la que llamar para asegurarse de eso, pero confiaron en que sería por algún motivo sin importancia.

Al acabar la jornada Samantha se marchó a su piso, pues le esperaba una Maialen ansiosa de hacer la paella que acordaron para comer.

El proceso de cocinar fue divertido, el resultado no fue tan bueno como imaginaba y como esperaban que saliese.

—No está tan mal, eh.

—Mai, un poco sí.

—Está comestible que es lo más importante.

—Te tengo que invitar a una verdadera paella, mi padre la hace de miedo.

—¡Sí! La próxima vez que te vuelvas a casa me voy contigo. A comer paella.

—¡Hecho!

—Pero no tardes mucho en volver que ahora me apetece el doble.

—¿Quieres hacer un viaje exprés?

—¿Cuándo?

—¿El domingo?

—¿Quieres?

—Yo sí y seguro que a mis padres les apetece un montón.

Se quedaron a medias de comer y con el subidón del momento dejaron sus platos sobre la mesa para tirarse en el sofá y comprar billetes de ida y vuelta a Alicante y de allí al pueblo de Samantha pensaron en que llamarían a Débora.

—Me hace mucha ilusión que vayas a venir a mi casa.

—A mí también y conocer a tus padres y a Débora.

—Y a mis amigos. Si quieres, claro.

—Por mí encantada.

—Jo, qué guay —miró el móvil, revisó los billetes de tren que habían llegado a su correo electrónico— no hay vuelta atrás, Mai.

—¡El domingo nos vamos a tu casa!

—¡Síi!

Recogieron la mesa y dieron paso a una tarde que pasaron viendo un par de películas y escuchando música aleatoria. Hablaron sobre qué podrían hacer cuando fuesen al pueblo de Samantha, planes cortos pero que pudiesen disfrutar igual. Aprovecharon su ilusión con el viaje, que estaba a la vuelta de la esquina, hicieron videollamada con Débora para contárselo, se alegró muchísimo de conocer al fin a Maialen más allá de una pantalla.

Le pidieron a Débora que no contase nada a sus padres, pero que les avisase de que ella llevaría a una amiga para que pillase por sorpresa pero el hecho de que habría que contar con alguien más para la comida. También le pidieron que insistiese en que hiciese paella para comer ese domingo.

Al colgar continuaron con planes que podrían hacer, patearon el catálogo de películas en distintas plataformas y canales de televisión pero nada les convenció.

Cogió el móvil cuando sintió que vibraba en alguna parte del salón.

Sam, al final no puedo quedar, lo siento.

La Liada || FlamanthaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora