"...Como era de esperar para todo quién rodeaba continuamente a Laura fue duro. Para cada uno de sus amigos y amigas, para sus familiares. Tamara quién tuvo que mudarse a Valencia capital para estar con su única hermana y su mayor apoyo hasta el momento.
Dentro del círculo de amistades de Laura, fue a Samantha a quién más le afectó el fallecimiento de su mejor amiga. Las primeras semanas no quería que nadie la hablase, ni salir de su habitación y aún menos comer. Dejó de lado todo tipo de contacto con sus amigos y se centró en devolver a Laura todo lo que esta le había dado en forma de composiciones.
Sentía que componiendo se quitaba, poco a poco, la espina que tenía clavada. El dolor seguía pero se esfumaba los minutos largos que pasaba sentada en su escritorio escribiendo canciones o poemas, cuando cogía la guitarra y cantaba o cuando escribía cualquier cosa.
Sus padres intentaron que no se encerrara en ella misma, expresara todo lo que estaba sintiendo, incluso la recomendaron que fuese a terapia para conseguir que el dolor le diese tregua.
Bien entrada la semana, cuando una composición le salía de las entrañas, tuvo la necesidad de salir a tomar el aire, ir a la playa, escuchar la brisa y las olas consumiéndose en la orilla. Por primera vez en meses deseaba salir de cuatro paredes que parecían retenerla.
Se conformó con salir a la terraza de su casa, con una simple manta en la que tumbarse y observar las estrellas mientras en sus cascos sonaban algunas canciones que acompañaban el estado emocional de la rubia.
Sintió cómo alguien se sentaba a su lado, Débora, no podía ser otra persona.
Su hermana le había tendido cualquier ayuda que estuviese a su alcance, los mejores consejos se los daba ella y, en las decisiones más importantes de su corta vida, Débora había hecho acto de presencia. Era la hermana que cualquiera desearía tener.
Apagó la música y se incorporó. No hicieron falta las palabras, una sola mirada bastó para que las hermanas se abrazasen, porque no solo Samantha lo necesitaba, Débora necesitaba que su hermana fuese la de antes.
—Quiero ir a la playa, escuchar el mar.
—Podemos ir a Gorg del Salt, son unos 20 minutos.
Aceptó sin pensarlo, quería salir, tener contacto con el exterior pero no con gente, salir aunque sea a escasos kilómetros de su casa le bastaba para sentir algo diferente, estímulos más allá de los que creaba pero no recibía.
En las semanas que Samantha había pasado en su habitación, Débora sentía que tenía que hacer algo por su hermana y no sabía aún el qué, sabía que podría hacer cualquier cosa pero no veía a su hermana con ganas ni ánimo de hacer cualquier cosa que por su cabeza pasase. Podría afirmar, con los ojos cerrados, que toda la situación le quitaba el sueño por eso mismo fue que pasados unos minutos de escuchar como su hermana subía a la terraza quiso hacerla compañía pero dejándola espacio.
Se sorprendió gratamente cuando escuchó la voz de su hermana después de días escuchando escasos monosílabos, y más se sorprendió cuando expresó abiertamente que quería salir de su casa. Ambas sabían que no podían ir a la playa porque les quedaba relativamente lejos, pero Débora instantáneamente pensó en Gorg del Salt.
Cuando eran pequeñas solían ir ahí los veranos que no podían salir del pueblo de vacaciones por tema de trabajo de sus padres, era un sitio precioso y tranquilo en el que podían bañarse rodeadas de naturaleza.
A esas horas de la noche no había nadie, les alegraba interiormente no tener que cruzarse con cualquier otra persona. Pasaron allí un par de horas, Débora había avisado a sus padres de que iban a salir. A penas hablaron de algo, pero les sobraba con la compañía de la otra para sentir que no todo estaba perdido.
La semana que le siguió a la escapada nocturna e improvisada, las composiciones de Samantha se tintaron de un tono menos amargo, quizá algo más esperanzador; empezaba a estar más receptiva en casa aunque con su grupo de amigos no había hablado en exceso, alguna llamada por parte de alguna pero nada más.
Accedió a ir a terapia cuando vio que su salud mental estaba mal, realmente lo necesitaba y lo sabía. Fueron tres meses los que estuvo yendo, dos veces al mes, a veces tres. Empezó a ver luz al final del túnel, pero recayó en cuanto salió a visitar a Tamara que pasaba a echar un vistazo a su casa de Beniarrés.
Se enteró porque su madre lo comentó de pasada mientras comían, se debatió en si debería ir a visitarla pero lo confirmó cuando echó un vistazo a la foto con Laura que ahora adornaba su mesilla.
Débora se ofreció a acompañarla pero se negó, sentía que era algo que tenía que hacer por ella misma. Agarró las llaves y su móvil, el cual a penas utilizaba.
Al llegar a la casa, se le cayó el alma a los pies, llamó al timbre y como era de esperar Tamara no esperaba encontrarse con una Samantha abatida al estar frente a esa misma vivienda casi medio año después.
Se abrazaron cuando cruzó el umbral de la puerta, lloraron cuando vieron que la casa estaba más apagada tras el fallecimiento de Laura y David, se derrumbaron juntas en el sofá cuando vieron que la casa tenía polvo en los muebles que acostumbraban ver relucientes, las fotos seguían como Samantha recordaba.
Le costó pero consiguieron abrir todas las habitaciones para que se ventilase, la última que abrieron fue la de Laura. Al abrir la puerta vieron la cama hecha, en el escritorio el block de dibujos de la chica y el carboncillo sobre este, las chanclas en mitad de la habitación, la estantería adornada con fotos con sus amigos y llena de libros de poesía que compartían entre ellas.
Se quedaron paradas en la puerta, observando como Laura lo había dejado todo cuando abandonó su casa para pasar el fin de semana fuera junto a su padre. Como si fuese un acto reflejo, Samantha se llevó su mano derecha al cuello, se aferró al collar que su mejor amiga compartía con ella.
Les costó reaccionar y en cuanto lo hicieron se abrazaron. Ya lo había hecho desde que la rubia había entrado a la casa, no dejaron de hacerlo y aún menos en esa habitación. Cuando se separaron, Samantha sintió que tenía que hacerlo.
El mismo día que enterraron a Laura, Samantha se vio desbordada en su habitación y deseando que todo aquel sentimiento de tristeza que sentía desapareciese, agarró papel y bolígrafo, se sentó en el suelo de su habitación y con lágrimas empapando sus mejillas escribió la carta más personal a su mejor amiga recién fallecida.
Todo lo que sentía lo dejó plasmado en esa carta. Se convirtió en su objeto inseparable, no dejaba en ningún lado aquel papel, tampoco es que fuese más allá de esas cuatro paredes pero sentía así que Laura estaba más cerca de ella, sentía que podía estar con ella siempre que llevase esa carta a cualquier parte que fuese.
Ese día no era menos. La carta acompañaba a la rubia.
Tras un debate interno, la agarró con fuerza, le lloró a un papel en esa habitación con la presencia de Tamara. Aunque para Samantha era mucho más que un papel. Sintió que tenía que dejar la carta en aquella estancia, sentía que así se cerraba un círculo que solo consumía su luz. Además de eso, sentía que así Laura podía leer aquella carta igual que leía cada vez que la rubia le pedía que le recitase todos los poemas de aquel libro que pasó a ser el favorito de ambas.
Junto a la carta dejó una pulsera en la que podía leerse un grabado que decía "libertad". Ahora tenía más sentido para Samantha: allá donde estuviese Laura era libre. Y ahora ella podía ser libre, sin recordar con dolor la pérdida.
Dejó un beso suavemente sobre el dorso de la carta y leyó en voz baja lo que ponía en la pulsera.
"Libertad".
Sonrió por última vez antes de salir de ahí y susurró: "te voy a querer siempre".
Abandonó la casa cuando la hermana de Tamara pasó a buscarla para volver a Valencia, se volvieron a abrazar sabiendo que no sería la última vez que lo harían, con el profundo deseo de que la contraria encontrara la verdadera la salida a aquel túnel al que parecían ver el final."
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¡Buenass!Se me hizo imposible subirlo ayer, pero os dejo otro capítulo que espero que disfrutéis leyendo, siempre podéis dejar un comentario diciendo lo que os parece.
Gracias por leerme. <3
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La Liada || Flamantha
FanfictionSamantha Gilabert, 26 años y de un pueblo alicantino, marcada por el fallecimiento de Laura, su mejor amiga, decide devolverle todo lo que esta le dio en forma de canciones. Se muda a Madrid con la intención de dejar pasar todo el dolor que sus tier...