1. El comienzo.

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"—¿Sois familiares de la paciente? —rápidamente se levantan de las incómodas butacas las únicas dos personas que habían en la habitación de ese hospital.

—Sí, yo soy su madre.

—Esto es tan difícil para ustedes como para nosotros—. La que anteriormente intervino se llevó las manos a la boca intentando reprimir un sollozo con lo peor pasando por su mente. —Si no despierta en las próximas 72 horas del coma, lamentándolo tendremos que desconectar a su hija del equipo de soporte vital, y esperar a que con lo mínimo pueda despertar. Es lo que más deseamos, lo sentimos mucho—. Dieron las gracias y el médico se marchó por donde había llegado.

Las dos personas más importantes en la corta vida de la que ya llevaba dos meses en esa cama se quedaron destrozadas. En esos dos meses no se habían movido a penas de esos sillones tan incómodos, hacían vida esperando que la chica despertase, con la esperanza de que lo haría.

Al principio de todo el caos los amigos de la chica iban a visitarla, pasaban de dos en dos con la intención de no agobiarla, hablaban con ella por si su subconsciente les llegase a escuchar e intentando que así fuese.

Dejaron de hacer esas visitas esporádicas cuando vieron que no había avances en su estado, que todo seguía como al principio y nada parecía mejorar. A pesar de no ir al hospital, siempre estaban pendientes de preguntar a su madre y desear con todas sus fuerzas que despertase.

Los dos meses fueron duros, para todos, pero sobretodo se hicieron cuesta arriba para la madre. En el trágico accidente que llevó a la chica al coma, falleció el marido de la mujer, por lo que todo se convirtió en un cúmulo de tragedias.

Laura, la chica en cuestión, regresaba de un fin de semana con su padre en casa de sus abuelos que residían en Valencia. Su madre, Tamara, se quedó en Beniarrés por temas de trabajo.

La joven de 26 años, enfermera por vocación y pianista por afición, un par de días atrás a esa pequeña escapada, aprobaba el examen práctico del carnet de conducir.

En el camino de vuelta a su pueblo, David, el padre, dejó que Laura condujera hasta que llegasen al pueblo. Él iba a su lado, en caso de que hubiese algún problema él estaba ahí. Además, eran a penas treinta minutos, ¿qué podía ir mal?

La luz anaranjada por el atardecer iluminaba completamente la carretera, casi no había tráfico. Todo iba a su favor.

Todo.

O al menos casi todo.

Porque ninguno de los dos contaba con el choque de un todoterreno que iba a velocidades incontrolables, que no se veía desde la carretera por unas fincas que tapaban la entrada y salida de coches y que tampoco estaba señalizada.

Ambos podrían jurar tantas veces como hiciese falta que no veían nada, que ese coche no iba a la velocidad que debería y que aunque hubiesen frenado en seco el coche les hubiese arrollado de igual manera.

La Liada || FlamanthaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora