12. Mañana hablamos.

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El fin de semana estaba a la vuelta de la esquina, y ese viernes por la tarde lo había pasado de tienda en tienda comprando regalos para sus padres, para su hermana y otro para su amiga ya que habían preparado un amigo invisible entre todos sus amigos. Para Débora compró un perfume y una crema de una cantante que le gustaba y que llevaba queriendo desde hacía mucho tiempo.

Al salir de la última tienda deseó que pasase el tiempo rápido para recuperar el dinero gastado en regalos, aunque tampoco se arrepentía pues lo que había escogido para cada uno era precioso, se notaba que lo había comprado exclusivamente pensando en las personas a las que regalaba. En el fondo le gustaba hacer regalos.

También optó por encargar un colgante para su compañera de piso en una joyería cercana a su piso, se trataba de un collar con una guitarra que colgaba de él, estaba bañado en oro y, aunque era caro, sintió que realmente le iba a gustar.

Volvió a casa agotada, se encontró con el piso solo, no había ni rastro de Maialen, miró el móvil y vio que tenía un mensaje de la chica diciendo que iba a salir con Bruno, no regresaría hasta tarde, y que en el frigorífico le había dejado un trozo de tortilla que había hecho para las dos, le dio las gracias, le dijo que lo pasase bien y tras dejar las bolsas en el suelo de la habitación se marchó a buscar el trozo de tortilla del que hablaba Maialen.

Después de comérselo, se marchó a su habitación puesto que le apetecía estar un rato con la guitarra cantando cualquier canción que se le viniese a la cabeza. Y fue eso lo que hizo, pasó el rato cantando, sumida en canciones que conocía de memoria, desde Aitana a Txarango. Solía cantar en castellano pero cantar y componer en valenciano o catalán era algo que le fascinaba y le llenaba tanto o más por ser la lengua que había mamado desde bien pequeña.

Estaba tan metida en la última canción de Aitana, una de sus cantantes favoritas, que no se enteró cuando Maialen entró al piso, tampoco cuando Murphy empezó a corretear por el salón, ni cuando Maialen se acercó a su habitación, se quedó detrás de la puerta asombrada por cómo la rubia cantaba y tocaba la guitarra. 

Se alarmó cuando al acabar la canción, los nudillos de la pamplonesa chocaron contra la madera de la puerta que las separaba, dejó rápidamente la guitarra a su lado como intentando evadir algo que era evidente, no logró nada cuando Maialen, con su permiso, entró a la habitación y se encargó de alabar, valorar y apreciar el talento de la rubia. 

—Estoy alucinando.

—¿Has escuchado mucho?—se sonrojó nada más abrir la boca.

—¿Te molesta? —al negar con la cabeza la morena se sinceró— un par de canciones, solo dos, lo prometo.

—No te preocupes, algún día tenía que pasar.

—Y menos mal que ha sido ahora, cantas y tocas genial, Sam, te prometo que estoy alucinando. 

—Muchas gracias, Mai.

Hablaron un ratito más sobre cómo comenzaron a cantar, aunque ya se lo habían contado con anterioridad, solo por el placer que les daba escuchar a la otra hablar de algo que a ambas les volvía locas como era la música escucharían mil veces más su recorrido con la música hasta ahora.

Se quedaron en la cama escuchando música desde el móvil de la rubia, una de sus listas de reproducción favoritas, ambas sentadas en la cama, Maialen cogió un minuto su móvil para ver un mensaje que justo le había llegado en ese momento y Samantha aprovechó para entrar a sus redes sociales y a WhatsApp. 

No le sorprendió nada ver un par de mensajes sin leer del chat de Flavio puesto que desde que se dieron los números no habían dejado de intercambiar mensajes, con bastante frecuencia, y en ocasiones hasta altas horas de la madrugada. Leyó el mensaje en el que el chico se interesaba por lo que haría esa tarde, le contestó que no le apetecía salir del piso y se quedaría allí.

La Liada || FlamanthaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora