Era miércoles y las vacaciones navideñas daban comienzo para todos. Samantha agradeció que Maialen accediera a acompañarla a la estación de tren para marcharse a Valencia.
—Si necesitas algo, llámame. Si quieres hablar, desahogarte o cualquier cosa, me tienes aquí. Y no le des muchas vueltas al tema, disfruta de las vacaciones que te mereces.
—Muchas gracias, Mai. Y lo mismo digo, lo que necesites, aquí me tienes. Y pásalo genial con tu familia y amigas. Cuida de Murphy, seguro que me echará de menos.
—Seguro que sí.
Se despidieron con un largo abrazo, prometiendo que hablarían durante las vacaciones, Samantha se dirigió al vagó del tren con el billete en la mano. Se sentó en su asiento, se puso los cascos y se sumió en la música tratando de no dar vueltas a lo que rondaba en su cabeza desde hacía ya tres días.
La vuelta a Valencia en tren fue peor de lo que Samantha hubiese imaginado viendo los días que había pasado tras la dichosa fiesta del sábado. Le fue inevitable acabar pensando en lo ocurrido. Pues Flavio no le había hablado desde el domingo, al principio supuso que sería porque estaría cansado por la resaca. Pero con el paso de los dos últimos días entendió que no tenía nada que ver con eso.
El martes le preguntó a Maialen si había visto raro a Flavio en alguna de las quedadas del grupo, pero la pamplonesa no vio ni rastro de algún comportamiento inusual del murciano, en él todo seguía como siempre. Los pensamientos de Samantha llegaron a la conclusión de que al chico le había sido indiferente la noche del sábado, todo lo contrario había sucedido para ella.
El viaje en tren realmente le dio para mucho a la chica. Darle la vuelta a todo lo que pensaba y después volver al inicio: el chico iba a lo que iba.
En la estación de tren de Valencia, esperaban a Samantha su hermana y su madre para ir a su pueblo. Tenía tantas ganas de ver a las dos que en cuanto pisó tierra valenciana, el lío de su cabeza se disipó, se evaporó cuando los brazos de su madre la recibieron en la estación de tren llena de reencuentros.
—Se te ve más guapa, más alta, mayor, incluso más rubia. Qué guapa estás, qué bien estás.
—Gracias, mamá, vosotras estáis muy guapas.
El camino de vuelta a casa tuvo como epicentro el tiempo que llevaba Samantha en la capital viviendo. Lo difícil que parecía que iba a ser la adaptación y lo sencilla que la hizo su compañera, el trabajo en el bar, los amigos de Maialen.
Comieron las tres juntas en el bar al que solían ir y al volver a casa colocó lo que llevaba en la maleta, escondiendo un par de regalos al fondo del armario.
¿Os apetece quedar por la noche? Acabo de llegar y me apetecía veros a todos.
Pero si no podéis, hay muchas vacaciones.
Las respuestas de sus amigos no tardaron en llegar, podían quedar todos. No acostumbraban a verse todos juntos una tarde cualquiera, pues unos trabajaban, otros estaban fuera del pueblo o simplemente no podían salir.
La felicidad pasó a ser la emoción que primaba en la rubia, que ya en su casa y tierra natal había olvidado el mal viaje de regreso.
Mai, se me olvidó avisarte, ya estoy en casa.
Disfruta de las vacaciones, a la vuelta nos vemos.
Dejó el móvil encima de la cama con la intención de olvidarse al completo de él, se dio una ducha rápida, se vistió con ropa más cómoda y salió al salón donde estaban su madre, su hermana y su padres que recién llegaba del trabajo y le recibió con un gran abrazo y unos cuantos besos.
—Voy a salir por la noche. Con mis amigos. Me apetece verles a todos.
—Vale, no te preocupes, pero ahora merienda algo que colocando la ropa no habrás comido nada.
Merendó con Débora en la terraza de su casa, en la misma en la que pareció ver algo de luz en el túnel donde estaba unos meses atrás, donde pidió a su hermana salir de casa.
Débora sintió ese momento como el cierre de un bucle. Habían compartido tantos momentos en la terraza, y todos tan distintos. Una Samantha pequeña correteando por donde podía, Samantha y ella con un refresco una noche de verano cualquiera, las dos jugando a cualquier juego, Samantha casi rogando salir de casa tras meses encerrada ahí, y ahora volvía a la misma terraza una Samantha llena de luz una fría tarde de diciembre.
Pasaron la tarde juntas sentadas sobre una manta en el suelo de la azotea, viendo anochecer temprano y el manto de estrellas que cedía con la oscuridad. Celebraron estar unidas y, justo ahí, como cuando eran pequeñas y no sabían apenas qué se les venía encima.
—Son las nueve y media pasadas, ¿a qué hora has quedado?
—A las diez, pasaré a recoger a Mario un rato antes.
—Va, pues si quieres nos vamos bajando para que cojas el móvil y la cartera.
Pasados diez minutos, Samantha se puso en camino a casa de su mejor amigo, Mario, a quien echaba de menos con creces. El reencuentro fue como se lo imaginaba: casi a punto de llorar y abrazados un buen rato.
El siguiente reencuentro fue la gota que colmó el vaso, tal y como se imaginaba Samantha empezó a llorar cuando abrazó al segundo de sus amigos que estaban a la espera de uno de sus acogedores abrazos.
Durante la noche se abrazaron, besuquearon, se pusieron al día sobre lo que había pasado en sus vidas desde que no se veían, lloraron de la risa, andaron sin rumbo por las calles del pueblo.
—Lo jodido fue cuando tuvimos que hacer las maletas para volver, no queríamos ninguno y habíamos pasado esa noche de fiesta en fiesta.
—Y Alicia en el aeropuerto se acordó de unas zapatillas que se había dejado en el hotel y que nunca volvió a recuperar a pesar de que insistiera al hotel por teléfono.
—Sí, y Samantha casi pierde el avión por comprarse una bolsa de gusanitos a cinco minutos de tener que ir.
—Tenía hambre, no es mi culpa, aún así, algunos perdisteis el autobús para ir a la otra punta de la ciudad. Os salvó que pasasen cada diez minutos.
Esa noche también recordaron los viajes que habían hecho juntos, las vacaciones de verano en el pueblo y fuera de él, las mañanas en el colegio y las tardes en el parque, los domingos de ir a misa solo para comprar un par de chucherías. Se limitaron a reír y rememorar los momentos que habían pasado juntos y que jamás olvidarían.
Samantha notó esa noche como la más especial al lado de sus amigos, tenía todo lo que quería en ese momento: la gente, una cerveza fría y su pueblo. Deseó con fuerzas que aquel momento jamás se acabase, se repitiese en bucle todos los días. Estaba realmente feliz, en el lugar de siempre.
Se disiparon todos sus problemas, dejó de rondar por su cabeza Flavio y la noche del sábado, las pocas ganas que hubiese tenido un par de meses atrás de volver a Beniarres.
Dejó de importarle cualquier cosa que no tuviese importancia a las 3 de la mañana en el césped del parque en el que solían jugar quienes ahora estaban ahí.
Esto sí era volver a casa.
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¡Buenas noches!Antes de nada, sí es bastante tarde, pero soy medio tonta y he borrado el capítulo sin querer y tenido que reescribirlo más o menos como estaba antes, espero que esté decente. Y bueno es un poco más corto que los anteriores por lo mismo.
Lo siento, pero aquí lo tenéis.
Disfrutadlo, gracias por el apoyo, sois lo más<3
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La Liada || Flamantha
ФанфикSamantha Gilabert, 26 años y de un pueblo alicantino, marcada por el fallecimiento de Laura, su mejor amiga, decide devolverle todo lo que esta le dio en forma de canciones. Se muda a Madrid con la intención de dejar pasar todo el dolor que sus tier...