11. Algún día.

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El día después de la tarde que pasaron Maialen y Samantha juntas, se encontraban como nuevas, sobre todo Samantha que sentía que el dormirse pronto como la noche anterior por cansancio le había hecho renovar energías puesto que había dormido bastante y del tirón.

La mañana en el trabajo fue bastante agotadora pues al parecer un hombre que trabajaba en una empresa cercana cumplía los años y en el descanso se bajaron unos cuantos trabajadores al bar a pasar el rato. Para alegría de su jefa consumieron bastante por lo que el precio de la cuenta final se subió más de lo habitual, pero para desgracia de las dos chicas que cubrían el turno de mañana fue un calvario aguantar tantas voces unas por encima de otras, y yendo y viniendo a anotar y servir, cada dos por tres como si no pudiesen pedir todo de golpe, lo único bueno fue que estuvieron apenas media hora.

—Menos mal.

Las chicas se sentaron al otro lado de la barra, agotadas de tantas idas y venidas a la mesa para servir, anotar y volver a servir.

—Qué envidia me dais, yo no hubiese aguantado más idas a la mesa.

—Qué va, Manolo, seguro que hubiese aguantado más que nosotras.

—No estoy tan seguro.

—Nosotras sí lo estamos, seguro que ha aguantado cosas peores en el trabajo.

Y esa frase de la madrileña dio pie a otra de las historias de Manolo, esta vez sobre el trabajo que consiguió con unos veinte años, puesto que el dinero en su casa no siempre fue algo que destacase, tuvo que trabajar como lechero, se encargaba de llevar botellas de leche en una bicicleta por las casas. Según contaba, en algunas de las casas le compraban y otras simplemente le daban con la puerta en las narices. Y con todo lo que conllevaba, ganaba escasas pesetas.

Cuando acabó de contar su historia, intercambiaron un par de palabras hasta que Manolo se tuvo que marchar puesto que su mujer estaría esperándole en la casa de su amiga.

Acabó su turno de trabajo y se marchó al piso, con cierta prisa ya que tenía hambre y seguro que Maialen estaría a punto de empezar a hacer la comida y no quería que volviese a hacerla sola.

Al llegar se pusieron a cocinar juntas, comieron en la mesa baja del salón frente a la televisión mientras Maialen hacía zapping por las canales y no veía nada que le convenciese, dejó Los Simpson que a ambas les convencía, aunque tampoco hicieron mucho caso a la televisión.

—Por cierto, Sam, van a venir mis amigos por la noche aquí, estaremos en el salón, ¿te importa?

—Qué va, no me importa, además son muy majos.

—Genial, y bueno, ha dicho Fla que te podrías unir. Bueno lo ha propuesto él, pero a todas nos parece buena idea. Además, ya conoces a todas, y más a Flavio, Bruno y Gèrard que van al bar, junto con Eva. Solo si quieres, claro.

—Vale, pero solo un rato, luego os dejo solos.

—Ya sabes que no sobras, pero como quieras.

Después de comer, recoger la mesa y limpiar lo ensuciado, Maialen fue al baño a darse una ducha y Samantha se quedó dormida en el sofá. Maialen al salir de la ducha y ver a la chica dormida con el pijama y una mano sobre la cabecilla de Murphy, también dormido, la dejó descansar hasta que se acercase la hora de la quedada con sus amigos.

Hasta ahí ninguna tuvo problema. Todo estaba bien. Hasta que Maialen, viendo una película en la televisión se quedó dormida. Ninguna se despertó antes de la hora como si fuese un milagro, ambas se desvelaron de su pequeña siesta cuando el timbre del piso sonó.

Se despertaron de golpe, se miraron, Samantha no sabía a qué hora había quedado la otra chica con sus amigos y esta, que sí lo sabía, miró el reloj.

La Liada || FlamanthaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora