7. La carta.

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—Estoy compartiendo piso con una chica de Pamplona, es muy buena chica y le encanta la música, dejó la carrera para dedicarle todo.

—Seguro que es muy buena niña y con lo de la música ya tenéis mucho en común.

—Sí, bueno... no sabe que canto, toco y demás, se lo diré pronto.

—Seguro que le encanta cómo lo haces.

—¿Tú qué tal estás?

—Genial, voy de vez en cuando al pueblo pero estoy la mayor parte del tiempo en Valencia, lo de volver al pueblo se me hace bola. He quedado algunos días con tu madre y nos vamos al bar de siempre, como si aún siguiese viviendo allí.

La conversación continuó durante un rato más por un camino nostálgico pero con ápice de felicidad pues ambas habían salido del pueblo con la intención de superar la situación, se comprendían en ese aspecto.

—Puede que esto no lo tuviese que hacer pero estaba ahí, algo me dijo que tenía que venir aquí a entregártelo.

—¿A qué te refieres?

—La última vez que fui a Beniarrés, volví a su habitación, tenía la fuerza necesaria para hacerlo. Intenté limpiar el polvo de los muebles sin descolocar mucho las cosas, quiero que todo siga como lo dejó. Me encontré un sobre, fue accidentalmente, tenía tu nombre y claramente es su caligrafía. —Estas palabras le cayeron como un jarro de agua fría, eso no lo veía venir. —Quería traerlo, se ve que está muy cuidado, imagino que te lo iba a regalar antes de... antes de todo.

Sacó de su bolso un sobre mediano, no sabía que podía contener pero, efectivamente, unas letras cuidadas de colores decoraban el sobre con su nombre. Las lágrimas se le acumularon en los ojos y no pudo retenerlas cuando sintió que Tamara estaba abrazándola.

Lloró en silencio en el hombre de la que consideraba su segunda madre y seguro que la consideraría lo mismo aunque pasase mucho tiempo.

—Muchas gracias, Tamara. Me ha venido de sorpresa esto pero me alegra que me lo hayas traído —secó sus lágrimas e intentaron desviar la conversación.

Con el sentimiento de echar de menos a su mejor amiga e hija de la contraria continuaron hablando, ya más calmadas, sobre recuerdos buenos que tenían juntas y que incluían a Laura. Recordarlas con felicidad ayudaba a que terminase de cicatrizar la herida.

—Bueno bonita, me voy a ir al hostal que la chica de recepción me ha dicho que a partir de las doce y media no dejaba entrar a nadie.

—Uy, pues vámonos antes de que te deje fuera pero que sepas que en Madrid tienes casa.

—Muchas gracias, cielo, aún así el hostal lo paga la empresa, pero gracias igualmente, Samantha.

—No me las des, Tamara, no mereces menos.

Pagaron la cuenta y Samantha insistió en acompañarla al hostal por si se perdía por el camino a sabiendas de que puede que la que se perdiese fue ella pero le aseguró que se sabía la ruta y eso no pasaría.

Llegaron al hostal, que no estaba muy lejos de Gran Vía, se despidieron con la promesa de volverse a ver, un abrazo caluroso y un par de besos.

Volvió a su piso con la cabeza hecho un lío, el pecho revuelto y su mano palpando constantemente el bolso que llevaba y en el que estaba el sobre.

Llegó a la puerta principal del piso dio un par de vueltas en el rellano con la intención de despejarse, pero le frenó un par de risas que venían desde el salón, las escuchaba más bien poco y de fondo, pero una risa grave consiguió que tambalease todo su cuerpo. Un escalofrío sacudió a la joven valenciana de arriba a abajo.

Un par de vueltas más y entró en el piso.

Saludó a quiénes estaban en el salón, paró a hablar con Maialen que insistió en si todo iba bien por su cara pálida. Achacó al frío que hacía fuera y no al lío que tenía en la cabeza con todo lo que había pasado en apenas unas horas; rechazó un par de copas que le ofrecieron, se presentó a quienes no había visto antes y felicitó con timidez a Gèrard, todo en apenas unos minutos.

Consiguió llegar a su habitación esquivando alguna mirada que iba directa, incluso que llegaba a intimidarle, sonriendo a todos los presentes y diciendo que puede que saliese después pero tampoco lo tenía seguro.

Dejó el bolso encima de la cama, se paseó por la habitación con las manos en la cabeza intentando aclarar todo lo que rondaba por su cabeza sin apenas lograrlo. Se tumbó en la cama con resignación, su cabeza le pedía que no abriese aún el sobre y su corazón todo lo contrario.

Hizo de tripas corazón y cuando sintió la fuerza necesaria para abrir el bolso y agarrar el sobre, Maialen llamó a la puerta de su habitación para que saliese un rato al salón. Puede que fuese justo lo que hizo que Samantha estuviese rápida y dejase el momento del sobre para más tarde. Salió un poco a regañadientes porque le daba vergüenza estar con tanta gente que desconocía.

La vergüenza se esfumó en cuanto al resto de los que allí estaban entablaban conversaciones paralelas y los dos chicos que tenía más cerca intentaban incluirla en lo que hablaban. Cogió confianza en los chicos y en ella misma hasta el punto de estar cómoda, receptiva y hablar casi sin parar.

Flavio y Hugo, los chicos que más cerca tenían, le estuvieron contando que se conocieron en un concierto que daba un pequeño artista en la sala en la que ahora se juntaban todos los sábados. Al resto les conocieron por amigos en común y así llegaron los diez a conocerse y unirse, bueno quince porque según le habían dicho allí faltaban otros dos chicos y tres chicas que aún no habían llegado a Madrid de sus vacaciones.

—Conocí a Maialen cuando buscaba piso, no tiene mucho misterio, pero sí que había visto más pisos y me decanté por este porque Maialen el día que vine a ver el piso fue súper educada y encantadora.

—¿En los otros no?

—A ver sí, pero Mai es como que tiene un aura de energía positiva que te invade y quieres estar todo el rato con ella y allá donde esté sabes que tú vas a estar bien. Lo supe desde el momento en que la vi y cuando confirmé que me venía a vivir aquí, me reafirmé.

—Sí, Mai tiene ese poder, todo va a estar bien si está contigo.

Continuaron hablando sobre sus gustos musicales entre otros temas de conversación y cuando ya llevaban un rato larga hablando y se les habían añadido Eva, Bruno y Anne, les dieron las cuatro y media. Consideraron que era una buena hora para marcharse, se despidieron de todos con un par de besos y dejando en el aire que se volverían a ver.

Recogieron juntas el salón, los vasos que había utilizado, las botellas las echaron al cubo de basura amarillo, estuvieron un buen rato hasta que dejaron el salón en orden. Después de eso, Maialen le preguntó varias veces a Samantha que si había estado cómoda, lo había pasado bien y qué tal le habían caído sus amigos. A todo contestó cosas buenas, después de un abrazo, un "buenas noches" por parte de ambas se fueron cada una a su habitación a descansar hasta la mañana siguiente.

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¡Buenas nochess!

Os dejo por aquí el capítulo 7, que espero que disfrutéis y os guste.

Lo subo hoy domingo porque se me ha hecho imposible hacerlo antes por trabajos de la universidad.

Aún así, disfrutadlo, y muchas gracias por el cariño que estáis dando a la novela. <3 <3

La Liada || FlamanthaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora