Fue el lunes cuando Samantha camino al trabajo se decidió a pasar a una tienda 24 horas que había de camino para comprar una postal navideña, pero no mucho, para dársela a Manolo junto a su compañera de trabajo. Tenían planeado dársela un día de esa semana.
Llegó al bar media hora antes de la apertura, como siempre o al menos casi siempre, Irene ya estaba en el interior del bar, ella era la encargada de las llaves junto al chico que trabajaba por la noche que cerraba él.
—Hola, Irene, he comprado una postal navideña para dársela a Manolo, ¿te parece si la hacemos ya y se la damos en cuanto venga?
—Me parece buena idea, la verdad.
Invirtieron alrededor de diez minutos para poner con las palabras exactas lo que la compañía del señor significaba para ellas en las mañana que él las amenizaba con su café en el bar de siempre, las historietas que siempre acaba por contarles con la sonrisa de nostalgia y los ojos iluminados. Añadieron al final un beso y abrazo enorme para su mujer, a quien estaban deseando conocer.
Terminaron de barrer el bar, colocar las mesas, sillas y los taburetes en la barra. También prepararon un par de pinchos que colocaron en una especie de vitrina expositora que se encontraba en la barra, prepararon la caja, encendieron el monitor y pusieron un poco de música de fondo.
—Buenos días, hijas mías, ¿cómo os encontráis hoy?
—Buenos días, Manolo, estamos bien, ¿y usted?
—Bien, hace bastante frío en la calle, eh, se nota que ya estamos en invierno.
—Sí, hace frío, pero nada que un café no pueda arreglar, Manolo.
—Llevas toda la razón del mundo, nadie puede contradecir tus palabras.
Irene se encargó en servirle lo de siempre, le acercó un par de periódicos que siempre compraba ella y que el mayor se encargaba leer agarrándolo con las dos manos y su pulso ligeramente tembloroso. Con la mirada Samantha comprendió lo que Irene quería decir, la postal.
—Por cierto, Manolo, alguna que otra vez nos has contado la de cartas que has escrito de puño y letra y enviado por estas fechas, bueno, siempre en general a su mujer, familiares o quien fuese. —Empezó hablando Irene.
—Cierto, antes no teníamos esos cacharritos que tenéis ahora —gesticuló exagerando y acompañado con una carcajada ronca que caracterizaba al señor.
—Y mejor, a veces resultan un estorbo. Bueno a lo que iba Irene, hace unos días pensamos en regalarle una postal navideña para ti. En los tiempos en los que estamos con un mensaje hubiese servido, pero usted siempre nos cuenta anécdotas de tu juventud y pensamos que sería buena idea. —Ahora intervino Samantha, estaban nerviosas sin una aparente razón lógica, pero ambas admiraban a ese señor de una forma inmensurable.
—Sí, y como no tenemos su dirección para enviarle, pues aprovechamos para dársela en mano.
—Aún no es Navidad, pero ya queda una semana y poco para las vacaciones y antes de irnos queríamos dársela —la valenciana sacó la postal para extendérsela por encima de la barra.
Agarró la postal con una sonrisa que conseguía llenar de luz todo el lugar, además de los ojos brillantes que siempre acompañaban al mayor. En cuanto la tuvo entre sus manos, se tomó un par de minutos para leer lo que las chicas habían escrito, se le llenaron los ojos de lágrimas que se limitó a reprimir. Les agradeció mil veces el detalle que habían tenido con él y con su mujer, aseguró que la mujer estaría encantada de pasarse a lo largo de esa semana por el bar puesto que en poco sería el cumpleaños de Manolo.
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La Liada || Flamantha
FanfictionSamantha Gilabert, 26 años y de un pueblo alicantino, marcada por el fallecimiento de Laura, su mejor amiga, decide devolverle todo lo que esta le dio en forma de canciones. Se muda a Madrid con la intención de dejar pasar todo el dolor que sus tier...