27. ¿Vas a decir algo?

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La llegada a la estación de tren de Alicante fue bastante amena puesto que por la cercanía de sus asientos pudieron pasar gran parte del camino hablando de las cosas que podrían hacer y de lo loco que estaba siendo simplemente el hecho de decidir en dos minutos que el chico las acompañaría al pueblo de la rubia. 

Débora, quien fue a por ellos a la estación para evitar otro viaje en autobús más largo de lo que sería en coche, se presentó de una manera muy alegre a los dos acompañantes de su hermana, tenía muchas ganas de conocer a Maialen en persona, peor el encontrarse con Flavio en la estación tampoco  le disgustó. El viaje de ida al pueblo, se pasó rápido con el zapping de la radio de Samantha, la conversación que establecieron y en la que los cuatro se sentían igual de cómodos participando en ella como amigos que se conocían de más de un rato. 

—Podemos ir antes a desayunar a un bar. 

—Sam, ya hemos desayunado. 

—¿Nunca has desayunado dos veces?

—Touché. ¿Vienes Débora?

—No, no te preocupes, tengo que ir a casa a ayudar a mi padre y a mi madre. Cuando estéis llegando a casa me avisáis para no meter la pata o que algo falle. 

—Vale, pero no digas nada. 

Así que eso hicieron, pasaron al bar de confianza de la plaza del pueblo, Samantha saludó a la camarera que había y que conocía muy bien, se alegraron un montón de verse. Mientras Flavio y Maialen, sentados en una mesa, entablaron una conversación a la que después se les unió Samantha.

—¿Os parece bien que vayamos yendo a mi casa?

—Adelante. 

—Por mí también.

Estoy en pueblo con mi compañera de piso y un amigo. 

Bueno, ya os dije que vendríamos, pero se ha unido un amigo. 

Por si os no os molestaba que viniese esta tarde con nosotros. 

Claro que no, Sam. 

No, Sam, nos hace hasta ilusión.

Sí, qué guay que los hayas traído al pueblo. 

Salió de la conversación del grupo de sus amigos y entró a la de su hermana para avisar de que ya iban hacia su casa y que no tardarían mucho. 

Ya vamos, Débo. 

—Venga, va. No vivo muy lejos del centro. 

—Qué nervios conocer a tu familia. 

—Estoy contigo, Mai. 

—No pasa nada, son como yo: se les va la pinza y buenísimas personas. Mucha humildad considerándome "buenísima persona". 

—Lo eres, así que puedes hacerlo.

—¡Ay, Flavio!

—Bueno, tiene toda la razón, lo eres. 

—¡Mai! Jo, sois muy lindos, qué guay que estemos yendo a mi casa a ver a mis padres por las calles de mi pueblo que me han visto desde enana. 

—La verdad es que sí que es precioso. 

—Vivo ahí. 

Estamos en la puerta. 

—¿Cómo piensas hacer tu entrada estelar?

La Liada || FlamanthaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora