El primer de lunes del mes había ido como cualquier otro: por la mañana ir a trabajar, volver al piso a comer con Maialen, dar una vuelta por el centro esquivando personas que van en todas las direcciones, volver al piso a cenar, ver una serie juntas en el sofá del salón, ir a dormir después de darse un abrazo y descansar para el día siguiente.
Martes. Samantha acostumbrada a darse una ducha por las mañanas, esa mañana la tuvo que cancelar puesto que no había escuchado el reloj. Agradeció que tuviese alarmas para todo, incluso para cuando tenía que salir de la ducha para saber cuánto tiempo le quedaba. Se levantó cuando apenas le quedaba el tiempo justo para desayunar un zumo rápido, lavarse los dientes, agarrar su bolso que preparó la noche anterior y salir de casa.
—Perdón, perdón, no he oído la alarma y me he levantado tarde.
—No te preocupes, te da tiempo a ponerte el delantal y coger la libreta de tu taquilla y demás—. Echó una hojeada rápida al reloj y, en efecto, aún quedaban diez minutos para abrir.
Aunque se vieron adelantados cuando a la puerta del bar recién llegaba Manolo, cliente que no fallaba todas las mañanas a tomarse un café con leche, una copa de anís y leer el periódico. A esas horas tenían pocos clientes y cuando no había nadie se sentaban detrás de la barra a escuchar cualquier historieta que Manolo les contaba.
Cuando empezó a trabajar, Irene, su compañera de trabajo en el turno de mañana le comentó que siempre iba ahí a tomarse lo mismo. La compañía de Manolo era suficiente para amenizar las mañanas en las que poca gente acudía al bar. Recuerda el primer día que le conoció, se presentó como Manolo Ruiz y un gran enamorado de la música clásica, también recuerda que cuando llevaba una semana trabajado, Manolo les contó cómo conoció a su mujer, cómo se enamoraron, era espectacular la forma en la que contaba las cosas con todos los detalles y con un carisma desbordante.
—Buenos días, chicas. Creo que me he adelantado un poco pero he salido a pasear con mi mujer, puedo esperar. —Mientras hablaba guardaba su reloj de bolsillo que siempre le acompañaba.
—Buenos días, Manolo, no se preocupe por la hora, puede pasar ya.
—Vale, muchas gracias. —Entró y se sentó en el taburete de siempre.
—¿Le pongo lo de siempre, Manolo?
—Sí, hija mía, por favor. —Le sirvió el café con leche que siempre tomaba y le pasó la mini montaña de periódicos que casi solo leía él.
—Gracias, Samantha.
—De nada, Manolo, si necesita algo solo tiene que llamarme, voy a atender a aquella pareja.
—Sin problema, estaré bien.
Por la mañana no iba mucha gente al bar, un par de personas que pasaban por allí a tomar un chocolate caliente o un café y poco más. Y eso estaba pasando esa mañana, así que en ese descanso obligado en el que no había nadie a quien atender se sentaron detrás de la barra a hablar con Manolo.
—¿Qué tal se encuentra hoy, Manolo?
—Pues muy bien, deseando que sea navidad para ver a mis hijas que viven lejos de aquí.
—¿Cuántas hijas tiene?
—Tengo tres chicas, guapísimas, se parecen a vosotras, igual de guapas y amables.
—Muchas gracias.
—No me las deis, aquí sois como mis hijas. —Manolo, a pesar de conocerlas de hacía poco, sobre todo a ella, les tenía un gran cariño y era mutuo. —¿Queréis que os cuente algo que me pasó hace ya unos cuantos años?
—Claro, cuéntenos. —Las chicas estaban encantadas con la compañía que les hacía Manolo, especialmente si en bar no había nadie.
—Os voy a contar cómo fue el primer día que salí de Madrid y sin mis padres. Fue a Toledo, un viaje rápido, volvía el mismo día, y allí conocí a Carmen, mi esposa, como ya os he contado otras veces.
—Adelante.
Y así dieron pie a que el señor les contase aquel viaje con amigos, aunque más bien fue una escapada ya que los padres que ninguno sabían dónde iban a parar. Les contó que habiendo llegado a su destino no sabían qué hacer, dónde ir, qué ver y que el perderse por las calles del casco histórico de Toledo fue un pequeño susto para niños de unos dieciocho años, pero que a día de hoy lo recuerdan con nostalgia y con el deseo de algún día repetirlo aunque ya les fuese imposible.
Cuando terminó de contar toda la historia con todo lujo de detalles como siempre hacía, les hicieron un par de preguntas que si la experiencia de Manolo fuese más reciente no harían.
—Antes si nos perdíamos teníamos que preguntar a quiénes pasaba por la calle en aquel momento, no teníamos cacharritos de esos que ahora hay, aunque aquel día íbamos acompañados de unas toledanas preciosas que nos llevaron a la estación. —Manolo sonrió recordando a su mujer con casi veinte años, cómo se conocieron por suerte, lo bien que lo pasaron aquel día.
—Y entre esas toledanas, Carmen, ¿no es así?
—En efecto, hija mía, y la más guapa de las que nos acompañaban.
Las chicas, asombradas de cómo el mayor recordaba cada día con casi toda la exactitud posible, se despidieron de él cuando se tuvo que ir, su mujer iba cada día a casa de una amiga a pasar la mañana mientras charlaban y tejían.
El turno de mañana se les hacía más ameno con la compañía de Manolo, le tenían mucho afecto y estaban deseosas de que algún fuese con él su mujer, Carmen, de la que tan bien hablaba su marido.
Llegaron las dos de la tarde, Samantha terminó de servir un par de mesas, darle la cuenta a otra, y fue a recoger sus cosas para marcharse a su piso a comer y descansar. Durante la partida de Manolo y el fin del turno, María y Samantha pensaron en hacerle una pequeña felicitación de navidad para antes de que se fuesen de vacaciones.
El camino al piso se hizo más corto escuchando uno de sus discos favoritos "Como ves, no siempre he sido mía" de Belén Aguilera, la había descubierto de rebote en una lista de reproducción aleatoria de Spotify y no podía dejar de escucharla.
Al llegar al piso se encontró con Maialen haciendo la comida, le pareció graciosa la estampa a la vez que tierna, casi peleándose con el paquete de macarrones para abrirlo. Se sobresaltó cuando Samantha, entre carcajadas, le ofreció unas tijeras para cortar el envoltorio de los macarrones.
—Haberme esperado y te ayudaba.
—No te preocupes, todo va bien, además vendrás cansada del trabajo, así que hoy vamos a pasar media tarde aquí tiradas en el sofá y la otra media vamos a salir de compras, y otra parte de la tarde se la dedicamos a Murphy.
—Me parece bien, Mai.
—Pues genial, ahora vamos a preparar la mesa para comer, vamos a pasar la mejor tarde que podríamos imaginar.
Prepararon la mesa, comieron entre risas, un par de anécdotas de estos días, y después de comer se tumbaron a descansar, el resto de tarde hicieron todo lo que dijo Maialen: fueron de compras aunque ninguna de las dos llegó a comprar nada simplemente vieron y se probaron un par de cosas, volvieron al piso cuando ya estaban cansas y salieron a pasear a Murphy por el barrio hasta un parque para perros que les pillaba algo lejos pero a ninguna de las dos le importó.
Al volver al piso, cayeron rendidas en sus camas, pasar la tarde-noche juntas les había servido para darse cuenta de que necesitaban pasar más tiempo así, se lo habían pasado genial, tenían muchas cosas en común y compartir tiempo era de sus cosas favoritas en aquella ciudad llena de cosas por hacer.
—————
¡Holaa!
Os dejo por aquí el décimo capítulo, y que espero que lo disfrutéis mucho y os guste.
Y aunque aún falte un día, tened una entrada de año maravillosa y un 2021 que sea lo mejor posible.
El sábado vuelvo a subir capítulo, gracias por leerme y darle tanto amor a la novela.
<3 <3
ESTÁS LEYENDO
La Liada || Flamantha
Hayran KurguSamantha Gilabert, 26 años y de un pueblo alicantino, marcada por el fallecimiento de Laura, su mejor amiga, decide devolverle todo lo que esta le dio en forma de canciones. Se muda a Madrid con la intención de dejar pasar todo el dolor que sus tier...