Doce

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Doce

Los días pasaban; el Frank normal no regresaba todavía y la tensión aumentaba por segundo.

Tenía suerte de que siguiera en el apartamento conmigo.

Él seguía ido, mantenía su rutina de amargas lágrimas a media noche en mi baño. Pero iba mejorando, al menos tomaba su café. Al menos me sonreía en las mañanas, y saludaba.
Claro que yo notaba que nada estaba bien, los sollozos encubiertos me respaldaban.

Tampoco podíamos ignorar el hecho de que no me había besado de vuelta, o el simple hecho de que yo lo había besado. Inaceptable.
En parte me sentía bastante ofendido, pero de nuevo, el que me haya dicho todas esas cosas lindas no quería decir que le gustaba. Me sentía patético, mis labios seguían pulsando después de días de haberlos presionado contra los de él, mi mente escocía, gastada por arroyos de insultos y groserías a mí mismo. Mi garganta y pulmones ardían gracias a las toneladas de nicotina que había inhalado, en un intento de despegar el dulzor que sus labios habían dejado en mí.

Pero detrás del sabor ahumado, todavía sentía esa pequeña pizca de azúcar.

"¿Gerard?" preguntó, sacándome de mis pensamientos y rutina.

"¿Sí?" Frank me miraba directo a los ojos, parpadeando más de lo necesario. Sus largas mechas castañas ya cubrían sus cejas y orejas, me dije que lo llevaría por un corte pronto.

"No, nada, olvídalo." Giró su cabeza de vuelta a la cajita mágica con programas dramáticos, dejándome en incógnita.

Era un chico raro y misterioso de más. Tenía más secretos que James Bond o cualquier otro espía extraño o súper agente del gobierno, su comportamiento estaba rancio después de tantos años resguardado de la gente. Y aún así, sus ojos guardaban un brillito especial, como mi estrellita a mitad del cielo, los mismos que oscilaban entre color verde, avellana o café claro, casi como si su coloración dependiera de la cantidad de café que tomaba.

Lo poco que manifestaba lo hacía a través de su boca, y no siempre hablado. Torcía los labios hacia arriba o hacia abajo, a veces mitad y mitad. Había veces que lo encontraba sonriente y sonrojado, volando entres sus pensamientos, y nada me gustaría más que saber qué o en quién estaba pensando— saber si había una mínima oportunidad de que fuera yo.

También tenía una impresionante habilidad para expresarse mediante sus delineadas cejas, ya fuera alzando solamente una o juntando las dos en enfado. Son pequeñas cosas que había notado, así como la costumbre que tenía de cruzar las piernas cuando bebía café, o el revisarse la lengua cuando se cepillaba los dientes, aquellas veces que no encontraba lo que buscaba en la poilga desastrosa que tenía como departamento, se daba palmaditas en los cachetes mientras daba vueltas por el cuarto. Extrañamente adorable.

Había adoptado su propio lugar en mi sillón así como tenía su cojín individual. Se había apropiado de mi pijama favorita, pero no me quejé, mi vieja taza que mamá me dio como regalo de cumpleaños años atrás ya no era mía, Frank vivía abrazado a ese contenedor.

Después de varios días con él, tenía suficiente material para escribir un libro.

"Pequeños Detalles de Frank Anthony Thomas Iero" se llamaría, y tendría un Frank sonriente de portada, porque ese era mi Frank favorito.

"Oye, Gee." Dijo Frank, sacándome de mis sueños de escritor nuevamente.

"Dime." Sonreí, feliz de que me hablara por fin.

Lo dudó, se rascó la oreja un par de veces y sus cejas juguetearon en su frente antes de que abriera la boca.

"Sé que probablemente no estoy en posición de pedirte nada.."

Mi Nombre es Frank  -Frerard- Donde viven las historias. Descúbrelo ahora