Veintiocho

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El chequeo rutinario de Frank era algo particularmente divertido.
Bueno, no mucho pasaba en nuestros días; en algo teníamos que encontrar la felicidad.

La enfermera saludaba a Frank, y revisaba el monitor, los cables atados a su cuerpo, y su estado en general. Decía que cualquier infección o gripe en su estado serían irremediablemente mortales, sé que Frank se aguantaba las ganas de decir algo pesimista, o realista, mejor dicho.

Algo como "Es cuestión de tiempo antes de que el polvo sea suficiente como para matarme."

Lo veía en sus ojos, todos esos pensamientos. Y todo ese cansancio hundido bajo ellos, la tristeza en sus mejillas, ahora limpias de rubor.
En sus labios, cuando preguntaba por el gato. Mikey lo cuidaba ahora, estaba contento de haber descubierto por fin a alguien tan cínico como él.

No había nada ni nadie más puro que Frank. Pasó tanto tiempo excluido que no le quedó de otra más que ser él mismo, con unos toques de su fallecido hermano, con unas gotas del amor que alguna vez llegó por parte de su madre, y las promesas de aquello que intentó ser un padre. Tal vez inculcó en sí un poco de lo que vio en televisión, o de lo que le decían en la calle, pero era sólo una coraza que al final se rompió, gracias al cielo. No tardó ni costó mucho, sólo unas cuantas tazas de café y una cama cómoda donde dormir.
Al final del día yo sólo podía ver a la misma frágil y risueña persona, y juraba que la había visto por tanto tiempo.

Nos conocimos por menos de un lustro, pero es fácil darse cuenta de cuándo algo va a cambiar tu vida para siempre.

Con Frank lo fue aún más— no por cualquiera habría corriendo bajado las escaleras de todos esos pisos a esas horas. Docenas de veces.

"¿Algún cambio?" Preguntó él.

La enfermera apretó los labios en una línea recta. "Eeeeh, no lo sé, tendré que preguntarle al doctor."

Frank siempre la miraba igual, y la enfermera o no se daba cuenta, o prefería ignorar las agujas que le enterraba solamente con los ojos. Porque siempre decía lo mismo. Nosotros sabíamos que, tal vez, en su debido momento, la chica le preguntó al doctor, pero ya no lo hacía. No tenía caso, no estaba mejorando, y connotar el decadente estado en el que se encontraba su corazón no parecía ser lo mejor. Para nadie.
De todas formas, mentir no es bueno, sobre todo para personas como Frank.

Frank es como un pajarillo demasiado pequeño, y débil, y puro para este mundo.

La enfermera seguía revisando por aquí y por allá. Aún después de tanto tiempo y tantos sucesos, ni a él ni a mí nos gustaba mostrarnos demasiado cariñosos frente a los demás. Fuera Mikey o fuera una enfermera, por lo cual yo me limitaba a pararme junto a la ventana, tan lejos de la camilla como fuese posible, brazos cruzados, mirada gacha, pie tamborileando.

Nos gustaba pensar que la enfermera no sabía lo que hacíamos una vez que salía por la puerta...

"¡No, no, no, ahí me dan cosquillas!" Exclamó Frank, de repente, haciendo que tanto yo como la mujer que estaba toqueteándolo levantáramos la vista hacia él, se le veía contener una risotada y cincuenta tonos de rosa en sus cachetes

La enfermera sonrió.

"Ya habíamos hablado de esto, de alguna manera tengo que revisar tu ritmo y no me queda de otra." Masculló, presionando el estetoscopio en diferentes puntos a sus costados.

Frank dio un respingo. "Pero esa cosa del demonio, está fría, ¡y ya le dije que ahí me dan cosquillas!" Se retorció como lombriz y rió un poco, la felicidad resultaba contagiosa. "¿No puede hacerlo sobre la bata? ¿Y si le pone un trapo o algo encima...?"

Mi Nombre es Frank  -Frerard- Donde viven las historias. Descúbrelo ahora