Dieciocho

2.9K 323 283
                                    

Dieciocho

Cuando estuve sentado en la sala de espera en el hospital, poco importó el saber que Mikey me mataría la próxima vez que lo viera. Supuse que dejarlo confundido en el centro comercial, mientras su hermano salía corriendo como nunca lo había hecho no fue el mejor momento de su vida.

Llegué en poco tiempo, menos de diez minutos, atravesé las puertas automáticas de cristal, jadeando como perro. El zumbido en mis oídos bloqueaba el paso a todo sonido, pregunta o respuesta que recibiera, y caminé desesperado por los pasillos del hospital, pidiendo a gritos la ubicación de Frank, hasta que una enfermera colérica me pidió en un susurro enojado que por favor, esperara en la sala.

Y eso hice. Sentarme en la sala de espera, jugando con mis pulgares, echando miradas fugaces a la puerta, luego a la recepción, la chica había prometido darme informes, pero no parecía tener intenciones de hacerlo. La gente me observaba, como si yo fuera lo más extraño del lugar, aunque tal vez era mi olor. Mi cabello tenía pinta de haberse hecho impermeable con el paso del tiempo, un intento de barba apareció en mi cuello y barbilla, de seguro despedía un aroma a roedor muerto y en pocas palabras, un vagabundo lucía, y olía, mejor que yo.

No había imaginado nuestro rencuentro así, era más como un prado, lleno de flores, Frank corriendo hacia mí y yo corriendo hacia él como en las películas.

No un hospital.

En ese momento, la euforia nublaba el relámpago de la desesperanza, el miedo y el pánico. Y me sentía mal por ello, debería estar preocupado, debería estarme mordiendo las uñas porque Frank no estaba bien, pero en su lugar, ahí yo, meciéndome en una silla azul de hospital, ansioso porque lo vería de nuevo.

Solo tres tipos de personas son felices en un hospital; recién nacidos, los drogados y Gerard Way.

Una enfermera en sus treintas salió por la puerta, caminó hasta recepción y susurró algo en el oído de la recepcionista, que levantó la mirada inmediatamente hasta donde estaba yo.

"¿Es usted Gerard Way?" preguntó desde su lugar, aunque me estaba nombrando a mí, todos los presentes levantaron la cabeza.

"Aquí, yo, sí, Gerard, yo." Balbuceé, parándome, alzando ambas manos como un estudiante ansioso.

La mujer movió la cabeza, pidiendo que me acercara. Obedecí y la seguí.

Ella abrió la puerta, desapareciéndonos a ambos detrás de ella. Era la puerta que daba a los cuartos de los pacientes, comenzando del 01. Cada pasillo parecía tener doce cuartos, después había una intersección, que daba a otro pasillo, como una ciudad pálida, blanca, llena de gente agonizante, gente naciendo, muriendo, personas llorando y personas riendo. En cada esquina había una planta, casi seca, algo así como un intento de darle algo de vida al lugar, un intento en vano.

"¿Cuál es tu relación con Frank?" preguntó la señora, moviendo sus piernas tan blancas como las paredes junto con mis pies cansados.
Anotaba algo en su libreta, recargándose en su brazo izquierdo para escribir. No parecía darse cuenta de adónde iba, y aún así caminaba como correcaminos por los pasillos.

"Es complicado..." suspiré, porque era la verdad. Ni yo, ni ella, ni Frank sabíamos cuál era nuestra relación. Nunca fuimos novios-novios, pero no es como si los amigos, o vecinos, se besaran durante cinco minutos seguidos. "¿Por qué te interesa saber?" Pregunté.

La mujer se encogió de hombros, sonriendo tiernamente. De esas sonrisas que esconden un recuerdo detrás. "No deja de hablar de ti." Dijo, y despegó la vista de su libreta por un momento, mirándome a mí. "Lo internamos el viernes, y desde que despertó no ha dejado de preguntar por ti, o de contarnos viejas historias. Es peor que una abuelita." Volvió a sonreír, bufando suavemente.

Mi Nombre es Frank  -Frerard- Donde viven las historias. Descúbrelo ahora