Tres

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Tres

El que tampoco se hizo mucho de rogar fue cierto chico, que apareció en mi puerta la mañana siguiente.
Eran las doce y yo seguía dormido; me desvelaba a menudo, pero nunca corría un maratón a las tres de la mañana. Me dije que nunca volvería a hacerlo, y la promesa de la noche anterior se hizo presente en mi mente: ayudar a Frank.
Tragué saliva y fruncí el ceño, si ayudar a ese chico involucraba correr cinco pisos hacia abajo a las tres de la mañana, entonces no, que Dios lo ayudara porque yo no iba a hacerlo.

Tal y como si estuviera esperando a que despertara, tres toques resonaron en la puerta principal. Gruñí un 'ya voy' y me levanté del sillón en el que me había quedado unas horas atrás. Mi espalda tronó de manera no muy saludable que digamos, mis ojos parpadeaban sin cesar, esperando a que el inútil cerebro se adaptara a la brillante luz de medio día.

Tres golpes más.

Suspiré, tambaleándome hasta la puerta. No sabía si era el picaporte el que se movía de lado a lado, o tal vez era yo, el punto que es que tardé en alcanzarlo con la mano y girarlo.
La puerta se abrió de golpe, revelando un chico un poco más bajito que yo, con la mano en puño alzada, como para tocar de nuevo.

Una sudadera deslavada caía sobre su cuerpo hasta su cintura, debajo usaba unos jeans rotos y bastante apretados, hacían que uno se preguntara como podía mover las piernas con tales popotes sobre ellas.

"Ah, perdón. Puedo volver después." Me dijo, ladeé la cabeza en confusión. Él alzo una de sus cejas perfectamente delineadas y señaló mis piernas de pollo, que al parecer estaban desnudas, cubiertas únicamente por mis bóxers favoritos de Batman.

"Oh, no, no. Permíteme, no te vayas." Sentí el rojo subir a mis mejillas inmediatamente, el chico desconocido sonrió ampliamente y asintió, le agradecí y corrí a la sala, rebuscando entre el cochinero mis pantalones de la noche anterior, los cuales encontré entre los cojines que había tirado al suelo antes de dormir.
Los olí y recordé que oh, cielos, no me había bañado.

Suerte como esa solo podía tocarme a mí; chicos lindos aparecen en mi puerta, cuando estoy desvelado, ojeroso, apestoso y semidesnudo.

"Puedes pasar si gustas." Medio grité, para que alcanzara a escucharme hasta la puerta.

"N.. no.. gracias.. estoy bien." Regresé a la puerta, esta vez completamente vestido, pero ligeramente oloroso.

"Ahora sí, dime." El chico frente a mí sonrió nervioso y se acomodó un mechón de cabello necio, quitándoselo de la ceja. Cuando lo hizo reveló un pequeño parche que parecía esconder una cortada poco profunda detrás.
Decidí ignorarlo, el chico se veía lo suficientemente nervioso por sí mismo.

"Está bien." Rebuscó entre los bolsillos extremadamente oprimidos, sacó un pequeño papelito arrugado y lo leyó con un poco de dificultad. "¿Eres Ge.. Gerard?

Asentí.

"Bueno, mi nombre es Frank. Vivo dos piso arriba de ti y creo que me has visto antes." Sus labios se movían al compás de sus palabras, estridentes y demandantes. "Si algún día escuchas algo en mi piso, no vayas." Con que ese era el tan aclamado Frank. El Frank al que le había prometido mi ayuda y ahora venía a pedirme que no se la diera. "Por favor, no importa qué escuches. Golpes llanto, lo que sea."

"Pero.."

"Por favor, no discutas. No es como si fuera tu problema de todas formas. "sonrió con lo que creo era tristeza y con un pequeño movimiento de la cabeza, se volteó para irse sin más. Era tal y como si hubiera cambiado de persona completa y totalmente en .06 segundos.
En un momento el chico me sonreía, y accedía a darme un momento para vestirme y al siguiente me decía que sacara las narices de sus asuntos, no tan literalmente.

Se veía tan nervioso, inseguro y tímido al principio.

Cerré la puerta, dejando que un irremediable aire de sentimientos negativos se escabullera hasta llenar el vacío emocional que había en el cuarto.

Había confusión- en su mayoría porque no tenía ni idea de qué acababa de pasar. Un chico se presentó en mi puerta, resulta que el chico era Frank. ¿Y luego? Me dijo que no hiciera nada al respecto, aun cuando yo sabía que algo muy malo pasaba.

Estaba enojado, porque me dijo que no era mi incumbencia. Pues sí, tal vez debería dejar de meterme en sus cosas. No lo conozco, y no parecía ser la mejor de las personas después de todo.

Bufé y saqué un cigarrillo del paquete en mi bolsillo. En cada pantalón llevaba uno.

"Si algún día escuchas algo en mi piso, no vayas." ¿Qué si iba? Aunque estaba enojado con él por su actitud egoísta, el descaro en sus palabras y el maratón que me había hecho correr la noche anterior, sabía que por más que intentara, no podría alejarme de sus problemas. No podía ver a un pobre sufrir frente a mis ojos. Fuera un desvergonzado o no.
Fuera un chico lindo o no..

Además de confundido, enojado y todas las emociones que te puedan venir a la cabeza, había algo escondido por ahí. Ese sentimiento que data de cuando estabas en secundaria y veías un chico lindo, lo encontrabas atractivo y escribías su nombre por todo tu cuaderno. No sé cómo se le llame, pero creo que estaba en mí en esos momentos.
Era más o menos inevitable, porque era lindo.

Su cabello era lindo, sus cejas eran lindas y la corta sonrisa que pude ver fue linda.

No digo que fuéramos a llegar a alguna parte, o que quisiera hacerlo. Sólo digo que era lindo.


Tiré mi cigarrillo por la ventana y miré hacia arriba, hacia la que supuse que era su ventana. Y sonreí, sabiendo que no se iba a poder deshacer de mí tan fácil.

Que me dejara ayudarlo era una cosa. Seguía sin saber cómo iba a hacer tal cosa.

Llamar a la policía no servía en la mayoría de los casos, a veces resultaba más útil un hámster que las autoridades en cuanto a esos temas.
Definitivamente no podía ir y matar a golpes a quién fuera que le hiciera eso al pequeño Frank, quizá tenía apariencia y actitud de malote, pero en realidad era más enclenque que un espagueti.

Y aún así, algo me decía que tenía que ayudarlo. Antes de siquiera haber visto su rosto, hubo algo. Tal vez la necesidad de sentirme como Indiana Jone en una súper misión de maltrato doméstico o tal vez la falta de amor que había experimentado por un buen rato, quién sabe.

Alejé las preocupaciones de mi mente, ya me ocuparía de Frank después. Por el momento tenía treinta toneladas de cajas que desempacar, y no había hecho el más mínimo progreso.
Tenía por un lado, cochinadas que desempacar y por otro lado, pinceles y pinturas que se veían condenadamente tentadoras.

Le hice caso a mi instinto de pintor y dejé las cajas, para tomar a mis amigos de palo y aceite. Después de todo, de algo tenía que vivir, ¿Cierto? ¿De qué iba a vivir si no era vendiendo mis pobres pinturas exóticamente extrañas?

Llegué a ese apartamento en la búsqueda del sueño de mi infancia; ser pintor.
Claro que mis dibujos habían cambiado bastante desde entonces, pero las aspiraciones se habían mantenido.

Las palabras de inspiración de mi abuela seguían en mí como la primera vez que me las dijo. Me dijo que siguiera mis sueños, y en aquel entonces no sabía muy bien cuáles eran- pero tampoco tenía mucha idea a mis 19 años. Creía que quería ser un superhéroe, pues ese edificio me daba la grandiosa oportunidad de serlo.
Podría ser el superhéroe del chico y enorgullecer a mi abuela, además de a mi yo regordete de la infancia.

Mi Nombre es Frank  -Frerard- Donde viven las historias. Descúbrelo ahora