Diecinueve

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Diecinueve

"Soy... ¿una persona?" Preguntó Frank, el chico frente a mí, el chico que tenía una etiqueta que leía berenjena en la frente, el que estaba un poco drogado.

"Nope." Respondí, y sus labios se torcieron de lado.

"Tu turno."

Estaba sentado en el suelo, Frank en la camilla.
Como en el principio; él en el sillón, yo en la alfombra.

He de admitir que mi alfombra beige era setenta veces más cómoda que esas baldosas blancas y vacías.

"¿Soy mujer?" Pregunté, levantando las cejas ligeramente. Frank permaneció estático.

Inhaló, rodó los ojos hasta que su mirada cayó sobre mí.

"Creo.." Dijo, más como una pregunta que como respuesta. Parpadeé varias veces, el chico en la camilla daba todo de sí mismo para retener las carcajadas en su garganta.

"¿¡Crees?!" Intentaba no sonreír, pero era inevitable. Las mejillas del castaño crecían y su rostro enrojecía debido al esfuerzo que le causaba el tener que aguantarse las carcajadas que necesitaba para vivir.

No parecía preocupado en lo absoluto.
Esa noche, jugando con las etiquetas, él estaba un poco drogado. Pero desde el día que llegué, Frank Iero no parecía preocuparse por el estado de su corazón, que no era crítico, pero los doctores decían que podía llegar a serlo.

Era mejor así. Flotaba dentro de una burbuja, contento, riendo, sonriendo y conversando. A él no le mortificaba dejarme atrás, como ya lo había hecho antes.

"Sí, bueno, no sé exactamente quién es Lady Gaga." Bufó, encogiéndose de hombros. "Salió en el periódico esta mañana y no se me ocurrió nadie más."

Arranqué la etiqueta en mi frente. Letras misteriosamente redondas e impecables formaban las palabras Lady Y Gaga.
Mis labios se convirtieron en una línea recta sin mi permiso. Lentamente, levanté la vista de la etiqueta en mis piernas al muchacho en la camilla, que sonreía inocente, como un infante libre de pecados.

Luego, explotó en las risas que había intentado contener.

Y yo siempre diré que su risa era muy contagiosa.

Nuestra felicidad, sin embargo, siempre era interrumpida por algún ser entrando por la puerta.
Días atrás había sido Cheech, ahora fue turno de una enfermera con rostro arrugado, la misma enfermera que entraba noche tras noche al mismo cuarto, pidiendo que le bajáramos dos rayitas a nuestras carcajadas.

"Frank, es la última noche que te pido que te calles. A la próxima Gerard tendrá que irse." Amenazó, apuntándole al chico con su dedo gélido y medicinal.

Frank asintió varias veces, no le quitaba la vista de encima a la enfermera.
La señora de blanco tampoco despegaba sus ojos grandes del paciente, cuyos cachetes delataban sus ganas casi inhumanas de seguir riendo.

Cuando su mirada avellana fue demasiado para ella, giró hacia donde estaba yo. Me apuntó tal y como había apuntado a Frank para desaparecer detrás de la puerta instantes después.
Cuando la mujer salió, parecía haberse llevado todo el ambiente que habíamos construido. Pronto nos vimos sentados en un silencio no incómodo, pero vacío y aburrido.

Mi mirada se perdió en algún punto de la habitación. Aunque intentara hacerlo, aunque Frankie intentara hacerlo, yo no podía olvidar como él lo hacía.

Creo que nunca sabré si realmente estaba feliz o solamente fingía hacerlo, por mí.

Pero si lo no lo hacía, si a Frank de verdad le valía un gorro el hecho de que su corazón latia cada vez más lento hasta que cualquier incentivo lo hacía palpitar más rápido que un ratón exhaltado, entonces lo admiraba.
Y lo odiaba.
Porque me dejaba todo el dolor a mí, porque él podía morir y me dejaría atrás- en un estado incluso peor al que me encontraba la primera vez que me dejó.
Pero también lo amaba.
Tendría que inventar una nueva palabra en el diccionario para explicar lo mucho que lo amaba, y hacerlo no sería fácil. Tal vez el amor que sentíamos no era algo para explicarse, sino algo suave, incrustado en tu pecho para no irse jamás. Algo que se sentía.

Mi Nombre es Frank  -Frerard- Donde viven las historias. Descúbrelo ahora