Veintiséis

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Si Frank hubiese tenido las oportunidades, pudo haber llegado a ser lo que quisiera; chef, o guitarrista, o cantante, o diseñador de modas, no lo sé, cualquier cosa, menos actor.
Porque ya no estaba engañando a nadie.

Aunque seguía intentando, y seguía aplicando el rubor (cuya existencia yo desconocía) a sus mejillas pálidas. Se levantaba en las mañanas, aun cuando era obvio que estaba demasiado cansado como para que hacerlo fuera adecuado, preparaba su té de manzanilla, aun cuando los dos sabíamos que una danza al rededor de la hoguera habría funcionado mejor en cuanto a combatir padecimientos, y sonreía. Debo de darle crédito, porque yo sí creí que era real.

Todo era tan real, todo el mundo que habíamos creado dentro de esa casa, con ése gato y una taza no tan nueva, y tantos sueños...

Él seguía hablando de la cafetería en la avenida principal.

Nunca hablábamos sobre nuestros sentimientos, lo cual puede parecer poco convencional, quizás tenía miedo de que si habláramos al respecto, yo me echara a llorar— lo cual era bastante probable, no mentiré.

Yo, por igual, evitaba decirle que me sentía triste, por ponerlo así. Suponía que él se sentía mucho peor, y hablarle acerca de cómo me sentía (cuando el dolor no era físico) era suficiente para ofuscarlo muchísimo, por no mencionar el que dejaría mis tendencias egocéntricas al descubierto, completamente.

Odiaba que me llamaran egoísta, aunque lo era. La primera en decírmelo fue mi mamá, cuando tenía ocho, y Mikey cuatro. Yo me negué a darle los dulces que había ganado en la fiesta de mi amigo Bob, ella se negó a comprarme un sólo comic durante un mes, y además, me llamó un "egoísta de primera".

En aquel entonces, dolió mucho más el que me hubieran quitado las historietas.

"¿Cómo estás?" Estábamos recostados en la cama individual, los dos, ni siquiera nos molestamos en quitarnos los zapatos. Estábamos ahí únicamente porque el aburrimiento era demasiado, y de manera eventual, se nos acabaron los temas de conversación. Así que yo me puse a pensar, y Frank comenzó a dar vueltas en la cama, sin más.

Giré la cabeza hacia él, hacía esa pregunta muy de vez en cuando, por alguna extraña razón. "Bien, ¿y tú?" Fruncí el ceño, aunque no pude evitar sonreír. Porque nadie entendía a Frank, ni siquiera Frank se entendía a sí mismo.
Él también sonreía, y sus ojitos no se veían apagados, a diferencia de otros días. Había sido un día bonito.

Tenía la cabeza apoyada sobre su brazo, aunque hubiera una almohada que podía hacer el mismo trabajo, justo junto a él. Vestía una camiseta roja que meses atrás había llamado como mía. Le quedaba grande, en parte porque había bajado de peso, parte porque Frank era mucho más bajito que yo, y la camiseta quedándole como si fuera un vagabundo era simple cuestión de proporcionalidad.

Me pregunté qué pasaría si le quitara esa camiseta, en ése mismo momento...

"Mejor que nunca." Respondió, volviendo la vista hacia el techo, lo miraba con genuina alegría, como si el cielo estuviese plasmado en esa superficie blanca, sin mayor belleza más allá de la que le daba su utilidad. Estaba feliz, eso era bueno.
"Así que hay que salir." Sugirió.

"¿Qué?"
No es que estuviera sordo. Todo lo contrario, le estaba dando la oportunidad de reconsiderar su petición, de que se diera cuenta de lo alocado que era si quiera pensar en poner un pie fiera de la puerta de la casa, sólo porque el niño "quería salir"

De un golpe, se acomodó sobre sus piernas, tomando la mano que no estaba bajo mi cabeza.

"Gee, sé que quieres hacerlo." Usó un tono insinuador, rayando lo amenazante. Pero Frank no resultaba amenazador, una vez tuve un chachorro, y ese perrito resultaba mil veces más intimidante que él.

Mi Nombre es Frank  -Frerard- Donde viven las historias. Descúbrelo ahora