Treinta y uno

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"Un corazón cálido, una mente hermosa.
¿Puedes creer que todo esté destinado a desintegrarse?"

Frank pudo haber sido lo que él hubiese querido.
Iluso de mi parte creer que sería yo quien estaría ahí cuando lo lograse.

El cielo estaba triste; no recordaba cuándo lo había visto sonreír por última vez. Rascacielos perdidos entre colchones de nubes, gotas de lluvia que se escurren por la ventana del asiento de pasajeros, radio sin música, el conocido trayecto hacia el hospital, la tragedia...
Mikey también estaba triste. Apretaba con nudillos pálidos el volante, y masticaba sin conciencia alguna su labio inferior. Había sido él quien apagó la radio en cuanto nos subimos, maldecía bajo su aliento, y golpeaba el cláxon de cuando en vez, sin mucho ánimo.

Así como no recordaba haber visto el sol en más tiempo del que cabe en una vida, tampoco recordaba en qué momento Mikey había crecido.

Adquirió más madurez de la que debía en el momento en el que comenzó a hacerse cargo de mí, aun cuando, mirando en retrospectiva, siempre había sido así.

Nunca pude hacerme cargo de ni mismo, ¿cómo se supone que iba a hacer el papel de hermano mayor y hacerme cargo de él?

Gélido, resoplé contra el cristal mientras mi conciencia se espetaba a sí misma.

¿Y así esperabas cuidar a Frank?

Golpeé la cabeza contra la ventana, una única vez, de lo contrario, esporádicos recuerdos de lo que se sentía como una vida pasada correrían frente a mis ojos como las luces de los automóviles corriendo a la velocidad de la luz junto al nuestro. Un golpe contra el cristal que traía consigo tres golpes a la puerta, en un pasado muy lejano, la promesa que cumplí sólo a medias, y un destino que nunca nos había pertenecido.

"Bueno, mi nombre es Frank y vivo dos pisos arriba de ti..."

El ancestral anhelo por un cielo tan azul como su taza favorita me regresaba a cuando huir con nuestras manos entrelazadas parecía tan sencillo como sólo recostarse en el tejado y soñarlo. Frank tenía tantos sueños, y pudo haberlos cumplido todos.

Un millón de imágenes estallaron en mi cabeza, jugaban a hacerla de Nagasaki. Desde su torso desnudo, hasta nuestro primer café juntos, su sonrisa entre besos, y el retrato suyo que alguna vez grabé en el pavimento, mis manos sobre él, las suyas sobre mí. Resplandores de Frank corriendo por las escaleras, y Frank frente a mi puerta— Frank cayendo, Frank en el hospital.

No podía pensar en un instante específico en el que él se haya convertido en mi vida entera, porque en realidad, mi vida siempre había estado destinada a ser suya.

Intentar resolver lo que iba a ser de mí después de Frank era tan inútil como intentar salvarlo.

Mikey puso el freno, quitó las llaves.

"Llegamos."

Bajó del carro, y yo me limité a ver cómo se dirigía hasta el cofre del mismo, recargándose con lo que yo asumí era la intención de esperarme.
Pero yo, por otro lado, no tenía la intención de bajarme. Un viaje de casa al hospital no había sido suficiente. Quedarme a recordar y sufrir sonaba mejor, sobre todo cuando todo parecía traer de vuelta los días buenos, y el día que les puso final.

Yo no había abandonado a Frank— él me había abandonado a mí, en más de una ocasión.

Y yo y mi herido orgullo iríamos corriendo hacia él una vez más, para probárselo.
Aun ahora, que su alma y conciencia yacían encerradas por la eternidad dentro del mismo pequeño cuerpo maltratado. Había vuelto a dejarme atrás, con un corazón completo—muy funcional— por darle, recuerdos de sobra en mi cansada mente sobrecargada, y centenares de planes escurriéndose entre mis dedos.

Mi Nombre es Frank  -Frerard- Donde viven las historias. Descúbrelo ahora