Uno

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Uno

Si me lo preguntan, para ser mi primer apartamento no esperaba mucho, pero definitivamente no esperaba la pocilga en la que acabé. Pedir mucho quedaba mal, sin embargo al menos esperaba un poco de dignidad en mi vivienda, nada de paredes húmedas, cucarachas inmortales, y ancianos locos como vecinos.
Tenía sus ventajas, claro. Mínimo pude librarme de mis padres de una condenada vez, por fin podría tirar mis pinceles por ahí sin regaño alguno. Además de la posibilidad de decorar mi espacio como yo quisiera hacerlo, lo cual era un gran plus.

Un jueves fue que me mudé al quinto piso, siendo el edificio de solamente siete.
Una abuelita que llevaba en la etiqueta marcado "Jones" me recibió. Me preguntó el nombre, ingreso, dedicación y otras cosas sin sentido alguno, pero que aun así respondí de mala gana. Estaba emocionado, aunque en mi coraza de pintor solitario no se notara.
Podía imaginarme los miles de proyectos que podría llevar a cabo en ese pequeño cuarto, las pinturas, esculturas o dibujos. Las fiestas, escasas pero existentes.
En especial, sentar cabeza; algo poco abundante entre los Way, pero que yo estaba dispuesto a alcanzar.

Unas horas después de que el camioncito de la mudanza se hubiera ido y la última caja había entrado en el piso, me decidí por acomodar el contenido de las mismas. Más cochinadas que cosas útiles, pero eran mis cochinadas y no me iba a deshacer de ellas sin debatírmelo antes.
El disco de los Misfits que me dio mi hermano meses atrás sonaba en mi vieja grabadora roída; fea pero funcional. Me di cuenta de que acomodar con un cigarro en la boca y buena música tocando hacía la cosa mejor, por lo que me sentía extrañamente inspirado, meneaba las caderas de lado a lado, al ritmo de cual fuese la canción que estaba en ese momento. De vez en cuando me distraía con el pitido distante de los autos, cinco pisos abajo, con el cigarro en la mano encontré fácil el dejar mis tareas de lado para admirar la creciente noche fresca por la ventana oxidada.

Olía a contaminación- típico de la ciudad, pero también flotaba cierta esencia de lluvia o tierra mojada, tal vez ambas. Era apenas distinguible bajo el olor de la comida rápida y los motores desgastados, lo que daba lugar a una buena metáfora: sólo encuentras lo bueno cuando soportas lo malo.

Sonreí ante mi repentino pensamiento filosófico y me dije que había sido suficiente 'aire fresco' por el día. Estaba a punto de desechar mi cigarro medio carcomido cuando un golpe fuerte provino de dos ventanas arriba.
Giré la cabeza, teniendo que sacar medio cuerpo por la ventana para hacerlo. Otro y otro golpe sonaron, en conjunto de un grito colérico y un llanto amortiguado, pero audible.
Antes de traer mis sentidos a la razón tuve que quedarme en blanco por unos cuantos segundos. Estaba sorprendido y conmocionado en cierta manera, qué importa si no era de mi incumbencia o si no conocía a quien fuese que era la víctima, hombre o mujer. Sabía que el maltrato en sí, existía, y que era bastante abundante por todas partes, pero tenerlo dos pisos sobre mí era ciertamente algo que no esperaba.

Tiré el cigarro hacia abajo y cerré la ventana a prisa. Otro golpe.

Mis latidos retumbaban en perfecta sintonía con los ruidos constantes en el techo, me pasé la mano por el cabello y tomé el cuchillito de mantequilla sobre la mesada de la cocina. Más que dispuesto a ayudar salí por la puerta, con la chaqueta de cuero puesta y el aire de malote encima. A quién engaño, Gerard Way era de todo menos un malote.
Siempre fui el pobre niño que sufrió de sobrepeso hasta hacía poco, el que hacía los dibujos extrañamente realistas, que siempre fue vulnerable a manos de otro y que todavía en día dudaba de su sexualidad.
Pero ya no iba a dejar que eso pasara, ni a mí ni a nadie. Aun cuando mis únicas amenazas eran mi falsa identidad y un cuchillo sin filo.

Justo antes de subir el primero de varios escalones, una puerta a mis espaldas se abrió para revelar el rostro de otra ancianita, esta con una mejor pinta que la que me había atendido. Me sonrió amorosamente y me hizo señas para que me acercara. Yo negué rotundamente, indicando con gestos que iba camino a ayudar a una pobre alma.

"Hijo, no. Es solamente Frank." me dijo, con una vocecilla aguda y frágil que emanaba puro amor y ternura. Pero sus palabras no habían sido tiernas en ninguna manera.

"Pero yo..." tartamudeé, a lo que ella negó y se hizo a un lado de la puerta como señal para que pasara. Aunque los llantos de arriba me pedían literalmente a gritos que fuera, no lo hice. Caminé hacia la puerta blanca con el número 86, la señora me recibió con la misma cálida sonrisa reconfortante, sin embargo, me resultaba imposible sentirme cómodo sabiendo que un posible asesinato podía estarse cometiendo en mis narices y yo lo había dejado de lado.

"Deja de preocuparte, lo digo en serio." Me regañó, con cierto tono contento. "Toma asiento." Me empujó con toda la fuerza que una viejita puede tener hasta un pequeño sillón rojo.

"¡Hay alguien sufriendo allá arriba, Señora!" exclamé, su felicidad me irritaba un poco.

Salió de la cocina con una bandejita plateada y unas tacitas de porcelana humeantes.

"Llámame Jacky." Respondió ella, ilusa a mi obvia molestia.

"Bueno, Jacky. Creo que hay alguien muriendo allá arriba." No me preocupé en esconder el cinismo e irritación en mi voz, pero Jacky sonrió de todas formas.
Sirvió las tacitas con té junto con la bandeja con galletitas, recién horneadas al parecer. Tomó un sorbo de su brebaje y me miró por debajo de sus gafas, las cuales ayudaban bastante a resaltar sus diminutos ojos verdes.

Recordé a mi abuela, Elena. Me fue inevitable.
Normalmente, el simple hecho de ver una señora de la tercera edad me la recordaba, pero esta señora, Jacky, era en tanto sentidos parecida en ella. No sabía cómo describirlo, sentía como si pudiera contarle todos mis males, secretos y pecados a la anciana.

"Verás hijito, el que llora allá arriba es el pequeño Frankie." Hablaba de él como si le tuviera algún tipo de cariño, siendo así, ¿por qué no iba a ayudarlo? "Digamos que tiene problemas con su viejo padre" dio otro sorbo a su té, yo me sentía en más confianza ahora que me había dado al menos un poco de información, así que tomé de su té, rogando porque en realidad Jacky no fuera una vieja malvada que fuera a envenenarme en mi día de llegada.

"¿Pero por qué no lo ayuda?"

"Luego lo conocerás, hijo, luego." Ahuyentó moscas inexistentes con su delicada mano. "¿Cuál es tu nombre?"

"Ge..rard" la repentina pregunta me había sacado de la profundidad de mis especulaciones, lo que resultó en el torpe Gerard ahogándose con el té.

Jacky se levantó para palmearme la espalda varias veces, lo cual, con la poca fuerza que tenía no podía ser de mucha ayuda. Pero apreciaba mucho su compasión. El afecto de mis padres no se comparaba en nada con el de Elena, y estando con Jacky, era casi lo mismo- aun cuando alguien estaba golpeando al tal Frank.

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Sé que dije que nada de capítulo hasta acabar el otro, pero bueno..

Mi Nombre es Frank  -Frerard- Donde viven las historias. Descúbrelo ahora