Veinticinco

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"Creo que eres un ángel, eres un milagro, mi amor. Me das algo de qué hablar, algo en qué pensar— algo que me distrae de toda la mierda en mi cabeza. Siempre he creído mucho, soy una persona de fe, pero lo único que sé, es que te seguiré extrañando tanto como te extraño hoy, por el resto de mis días."

Frank no se había estado sintiendo bien últimamente.

Frank salió a comprar rubor para sus mejillas en una farmacia cercana. Porque estaba pálido, al parecer. De esto, yo, Gerard Way, jamás me enteraría, porque el enano hijo de su condenada madre se ponía rubor en las mejillas. Y nunca noté su palidez. Nunca noté que sus pómulos se estaban hundiendo, mientras que sus costillas comenzaban a sobresalir, mientras que el maldito gato que Frank había decidido adoptar, engordaba día a día.

Gatos omnivoros de hoy en día.

Supondré que Frank salió por la puerta una mañana, muy temprano, cuando los alrededores de las copas de los árboles aún no se tintaban de naranja si quiera, sino de azul grisáceo. Ése azul frío, lleno de la brisa de la noche anterior. Supondré que le susurró a Tommy el infame gato que guardara silencio, para que no me despertara. Miró a su al rededor y se subió la capucha de su sudadera (mía, más bien), metió las manos a los bolsillos y se armó de valor para comenzar a caminar.

Siempre podré suponer, y creer, y puedo hacer lo que me de la gana, pero realmente nunca sabré qué pasaba por la cabeza del chico ése día.

Esa misma mañana, que se despertó y supo que alguien ya estaba contando los días. Que nunca volvería a ver ese bronceado desganado que su piel lucía con algo parecido al orgullo, al menos en eso ya no había vuelta atrás. Pero claro que, como humano, buscó la manera de aplazar lo inevitable.

Tú dices que el perro se comió la tarea, o que perdiste tu tarjeta de crédito y por lo tanto no puedes pagar la renta— Frank compró maquillaje.

Me pregunto si iba feliz, como mínimo. Me pregunto si tan siquiera era feliz. Actuaba tan bien.
¿Cómo se supone que sé si estaba mintiendo o no?

¿Cómo?

Jugaba a la ruleta rusa todos los días, conmigo. Se iba a dormir, sin saber si despertaría al día siguiente, sin saber si yo despertaría al lado de un cadaver con un gran corazón, ahora sin palpitar, disfuncional por completo, al fin. Sabía el mal que eso me haría, sabía que me mataría el simple hecho, y si eso no lo hacía, habría buscado algo que asumiera su papel.

Tal vez, conociendo a Frank, se detuvo de más en la sección de maquillaje, aun cuando ya tenía todo aquello que necesitaba para su perfecta interpretación de perfecto enamorado en perfectas condiciones. Perfecto.
Se detuvo a ver el delineador, líquido, de lápiz, de gel— sólo el negro. Porque alguna vez le mencioné que los hombres con delineador aplicado se veían demasiado bien.

Tomó los labiales y se cuestionó el por qué esos gloriosos crayones para labios costaban tanto. Tantas cosas complicadas del lado femenino de esta tierra, tantas cosas que si para mí, alguien que vivió relativamente 'expuesto' toda su vida, resultaban confusas y agobiantes, para él, pequeña ratón tímido, debían ser un mundo completamente nuevo.

El dinero que había tomado de la mesada se retorcía en su bolsillo; un fuego frío. No se sentía culpable en lo absoluto porque era mi dinero, después de todo. 

Estaba bien, podía llevarse lo que quisese. Dinero, amor, mi vida. Está bien.

Las cosas ya no van a ser felices de aquí en adelante.

Si es que alguna vez lo fueron.

Todo esto fue una desgracia; no debí haberme mudado. Debí haberme quedado con mis padres, ¿qué me costaba? Al final habrían sido ellos los que se enfadaran de mí. Ellos me habrían corrido, ellos me habrían conseguido el apartamento, en una zona mucho más bonita, con mejores cafeterías, mejores empanadas de calabaza, mejores personas, mejores parques... con menos Franks y menos violencia intrafamiliar.
Nunca sabes lo que es hasta que la presencias.

Mi Nombre es Frank  -Frerard- Donde viven las historias. Descúbrelo ahora