Veintisiete

1.3K 154 62
                                    

"Enséñame lo que no puedo ver cuando la luz en mis ojos desaparece, seré tu gravedad, y tú serás mi oxígeno. Y te prometo que nunca me alejaré de tu lado, si tú prometes nunca alejarte del mío."

Seguía preguntándome; ¿por qué?

De todas las centenas de miles de millares de problemas en el universo, tuvo que tocarme éste. Pude haber perdido una pierna, mi departamente pudo haber explotado y oh, desgracia, tendría que haberme mudado sin siquiera haber intercambiado palabra con el vecino de arriba. Habría seguido con mi vida.

Habría seguido con mi vida.

Pasé las manos por mi rostro, y demonios, pude simplemente sentir que su apariencia no era la mejor. El humor afecta en definitiva la belleza física, porque puedes vere mal, pero no te importa, porque eres feliz y porque estás correteando a tu novio en un parque a mitad de la ciudad, a mitad de la noche, tu novio en perfectas condiciones de salud y estado físico, tu novio que no sufre del corazón.

Antes de que mis dedos pudieran entrelazarse en mi cabello, me detuve. Demasido. Ya tenía suficientes razones para sentirme de lo peor, pero, ¿por qué estaba preocupándome por mi cabello, en primer lugar?

Es como esas personas que parecen ser funcionales; salen de fiesta, tienen amigos, toman, tienen relaciones y hacen ejercicios al menos cuatro veces a la semana, todo perfecto hasta que llega la noche, cuando ya no hay nada que hacer, y nuestro sujeto se ve presionado, aterrorizado ante el verdadero problema que surge cuando las distracciones se van a dormir. El problema, parado firme frente a él, aparenta no tener rostro, ni presencia, pero está ahí.

En mi caso, mi problema, mi hermosa negación estaba tendido sobre una camilla azul pastel, con líneas blancas que creaban pequeños y divertidos cuadritos, una almohada con una funda idéntica al cobertor, y una sábana que sería igual, de no ser porque lucía gravemente deslavada. Me pregunté cuántas veces habrían tenido que lavarla, porque alguien había muerto ahí.

Entonces, toqué mi cabello. No quería pensar en eso.

No estaba tan mal, algo enredado.

Frank, ya estable, por decirlo así, respiraba con pesadez. No aparentaba ser muy natural, era casi como si estuviese haciéndose el dormido, y de verdad lo quería así. Sin embargo, sus párpados vestían muy poca tensión y sus pestañas demasiada relajación, no estaba aquí, y lo único que lo separaba del otro lado eran esas inhalaciones asimétricas, exageradamente profundas. Seguía siendo hermoso, e intenté no pensar en que lo sería aún más —si es que es posible— en un traje de bodas, con un ramillete azul, o naranja en el bolsillo, y una corbata roja, tal vez. Intenté no pensar en una luna de miel, o en un cachorrito adentro de una caja de regalo de navidad, nieve cayendo afuera de la ventana, intenté no pensar en Tommy el gato, en la guitarra. Tomar mi cabello no serviría esta vez, no podía no pensar en él.

Más cuando estaba justo frente a mí.

Alejándose, poco a poco. A veces venía, a veces se iba, por cada paso hacia adelante, daba dos habcia atrás.
Ya no había tiempo.

Yo pude haber seguido con mi vida.

"Estoy pintando un elefante..." Aquel día, a pesar de las adversidades, no se sentía tan lejano. Ése elefante estaba bien, pude haberlo vendido, rentado un apartamento en cualquier otro lugar de la ciudad que no fuese ahí. De haber sabido, nunca me habría ido de con mis padres.

"¿Todo bien, Sr. Way?" Interrumpió una enfermera, ni siquiera me volví para ver su rostro, ni siquiera sé qué estaba viendo, me limité a asentir y dejar que siguiera con su rutina. Frank no mostró signos de vida. En cuatro horas sólo se había movido dos veces, y yo no había cerrado los ojos ni una.

Mi Nombre es Frank  -Frerard- Donde viven las historias. Descúbrelo ahora