Esa vez Leria se había quedado conmigo, pues no había necesidad de que Lucinda se quedara con ella. Subí un poco el volumen a la música que utilizaba para dormirla y cerré la puerta. Fui hasta la cocina y me puse a lavar los platos, fue como un ligero momento de relajación que realmente necesitaba.
Por suerte ya había hecho toda mi tarea y tenía el día libre, miré el reloj: 10:43 am. Abrí las ventanas para que entrara aire fresco mientras lavaba, entonces Leria comenzó a llorar. Abrí la puerta de la habitación y ella estaba parada detrás de esta, cuando me vio dejó extendió sus brazos para que la cargara. Sonreí y lo hice.
Nuevamente la recosté y traté de dormirla, cuando lo hice salí, pero justo unos segundos después había tenido que volver a entrar pues había vuelto a llorar. Me paré en la puerta y al verme su llanto cesó. La cerré y comenzó, otra vez. Entonces comprendí todo: no quería que cerrara la puerta. La dejé abierta y me fui a continuar con el aseo.
Hice todo lo que pude y me fui a bañar, con suerte el agua estaría caliente. Y lo estaba. Tardé alrededor de cinco minutos bajo esta, pues si tardaba más me arriesgaba a que Leria bajara de la cama y se lastimara con algo.
Fui a la sala, todo estaba impecable y por eso me sentía orgullosa. Quería presenciar el primer día de Leria en la escuela, preguntarle cómo le había ido y ayudarle en sus deberes. Cada día me emocionaba más.
En la radio sonaba Los abrazos rotos de Amaia Montero. Ese tema me encantaba, me hacía sentir tanto. Mientras tarareaba la canción oí la puerta ser golpeada levemente. Theo, pensé, pero no era él. Era el cartero.
—Buenos días—dijo extendiéndome un sobre.
—Buenos días—le respondí tomándolo y se fue.
Nora estuvimos esperando que tu carta llegara éstos días y no lo hizo, espero que solo se haya perdido durante la entrega.
Te enviaremos el dinero para que compres tu boleto, esta navidad todo tiene que salir perfecto, estará con nosotros la familia Miller.
Te queremos,
mamá y papá.
«Mentira. Ellos no me quieren.» Pensé.
Salí de mi trance, guardé la carta en la mesita de centro y me quedé pensando, nunca sería aceptada de nuevo en la familia y mucho menos con una hija. Ellos no lo entenderían.
Caminé de un lado a otro con inquietud, ya sabía yo que no podría librarme de ese viaje, que tarde o temprano tenía que verlos otra vez, pero aún no estaba preparada para verlos, no sabría cómo mirarlos a la cara y sentir que me hicieron a un lado. Como a un objeto.
La puerta volvió a ser golpeada. Fui a abrir. Theo estaba parado justo frente a mí.
—Hola, Nora—dijo con las manos dentro de los bolsillos. Se veía muy apuesto.
—Hola, Theodore—sonreí—, ahora vuelvo, voy por el trabajo.
—¿No me invitarás a pasar?—preguntó.
—No tardo—me alejé ignorando su pregunta y dejándolo ahí parado.
Fui hacia el escritorio y saqué el proyecto que se encontraba en una carpeta. Regresé y se lo entregué
—¿En serio no me dejarás entrar?
—Estoy ocupada—mentí mientras soltaba una risilla nerviosa.
—Grosera mentirosa—entrecerró los ojos.
—No estoy mintiendo—volví a mentir y me golpeé la cabeza mentalmente.
—Ma-má—escuché la voz proveniente de Leria a un lado mío. Theo y yo volteamos a verla. Ella se talló los ojos y se mantuvo ahí de pie.
—Mamá—vuelvió a decir, ahora un poco más claro. No podía explicar todo lo que sentí. No sabía cómo reaccionar cuando Theo me miraba interrogante.
—Creo que debes irte—le dije en casi un susurro.
—¿Es tu hija?—Sus ojos se adentraron en los míos con insistencia.
—Adiós—cerré la puerta, no con fuerza, pero la cerré.
Ahora estaba acabada, él lo sabía. Se lo iba a contar a todos.
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Madre por elección. {2014}
Literatura FemininaNora se muda de país para comenzar una nueva vida, sin saber que la sorpresa de encontrar una bebé frente en su puerta la cambiará por completo.