Capítulo 21

17.6K 1.2K 125
                                    

Tenía que decidir en ese momento.

Miré a Jared, luego a Lucinda, después a Flor y finalmente a Theo, ellos también me miraban.

—¿Por qué tengo que decidir sobre algo que sólo me incumbe a mí?

—Ahí es donde te equivocas, Nora. No te incumbe sólo a ti. Desde el momento en que la dejas en casa de tu vecina también la implica y desde el momento en que pones en riesgo tu vida por ella me implica a mí. Tus problemas no son únicamente tuyos. Son míos, de Lucinda y tus padres, hasta que te puedas valer por ti misma.

—Entiendo que se preocupen, pero...

—No, crees que lo entiendes, pero no es así. No puedes seguir en esa burbuja de adolescente donde solo existen tú y la niña. Hay cosas igual de importantes que tú, sólo necesitas verlas.—Se calmó un poco y prosiguió—Mañana mismo me acompañarás a la oficina de ese tal Jorge y pondrás en sus manos a Leria.

Lo pensé un momento. Ya lo veía claro, él no era la única persona que pensaba en esta situación como un capricho.

Esperar hasta mañana me daría tiempo suficiente.

Suspiré fingiendo derrota.

—De acuerdo—dije.

Hubo un corto periodo de tensión.

—Lo he entendido ya. No he pensado en la gravedad de mis actos y me disculpo por eso. Sobre mañana... ¿A las siete am estaría bien?

—Sí—respondió Richard.

Los demás sé pusieron de pie, Theo ayudó a Jared, y se aproximaron a salir. Lucinda me acarició la mejilla y se apresuró a salir con todos.

Mi corazón latía rápido, pero mi próximo movimiento iba en serio.

Estaba parada frente al espejo, desenredando mi cabello mojado.

—Mamá, mamá, mamá, mamá, mamá—decía Leria mientras halaba mi blusa.

—Leria, Leria, Leria—le sonreí.

Extendió sus brazos hacia mí y la cargué. Si de algo estaba segura era de que no quería dejarla ir nunca. Si había logrado llegar hasta ese punto de mi vida sin haber intentado dar un paso hacia atrás, entonces podría continuar y no detenerme.

—Nora—dijo Richard y enseguida tocó la puerta.

—Adelante.

Lo primero que notó al entrar fue a mi bebé entre mis brazos. Al menos probablemente sería la última vez que nos viera de ese modo.

—Quería pedirte que prepararas algo para Jorge. Sería una manera de disculparnos por todo lo que ha sucedido.

—Encima de que hirió a Jared, quieres que nos disculpemos. Tú no tienes corazón—dije con algo de coraje.

—Piensas que no sé lo que hago y no tienes razón, buenas noches—se despidió y se fue.

Me miré al espejo por última vez y pensé en todo. Recordé a la Nora que vivía en España, la que lloraba por todo y la que procuraba no hacer cosas que molestaran a los demás; finalmente recordé a la yo de ahora, la que llora cuando es necesario, que piensa sólo en el bienestar de su hija y todo el tiempo se mete en problemas. Había cambiado, vaya que lo había hecho.

Antes escuché de mis padres que un hijo te cambia la vida, pero no creo que sólo sea eso. Una situación, una palabra, una sonrisa o, incluso, con simplemente detenerte y echar una mirada a todo el camino que has recorrido, sea corto o largo, puede cambiarlo todo.

A esta rareza le llamo crecer.

Y un hijo, y otro millón de circunstancias, te ayudan a eso.

Me desperté a las cinco de la mañana, tomé una mochila y metí todo lo que pude. Dinero, ropa, –mía y de la bebé–, y otras cosas necesarias que a duras penas lograron entrar.

Antes de salir entré a la cocina y tomé toda la comida que cupo en mi bolsa.

Comenzaba a arrepentirme, huir de casa era declararle la guerra a mi familia y a todos. No quería eso, pero volvería cuando a Richard se le hubiera olvidado esa tonta idea de llevarla con el lunático de Jorge.

La única luz era la de las lámparas públicas, o eso creí, hasta que se alumbró la habitación del tío. No sé qué hacía ahí parada, observando hacia la ventana. Tal vez, en una parte profunda de mí quería que alguien me detuviera y dijera que todo iba a cambiar para ser mejor.

La luz volvió a apagarse. Tomé Un respiro y deseché mis pensamientos para poder continuar avanzando.

Toretto, el perro de Lucinda, ladró al pasar por ahí y enseguida Leria comenzó a llorar.

Caminé a pasos rápidos intentando calmarla, pero sólo lloraba más fuerte.

Desde dentro de una casa un hombre gritó: —¡En mi puerta no!

Me pareció algo gracioso en el fondo y seguí.

No sabía ni tenía idea de hacia donde ir con tan poco dinero así que al llegar a la estación del metro tomé el que más rápido saldría.

Había personas aún adormiladas, pero que aún así me miraban raro al llevar un bebé y una mochila.

No todo en la vida es dinero, amigos. Pensé.

El metro anduvo por un rato y para cuando se detuvo ya tenía tres mensajes de Richard.

«¿Ya te fuiste a la escuela? 6:03am».

«¿Se te olvidó lo que sucedería hoy? 6:05am».

Se me revolvió el estómago, a este paso ya se habría enterado de que no estaba yo y mis cosas tampoco.

¿Y ahora qué?

Madre por elección. {2014}Donde viven las historias. Descúbrelo ahora