Cuando menos te lo esperas las personas que más quieres terminan siendo un arma de doble filo.
Mi vida nunca fue la mejor, pero cuando cumplí dieciséis años un giro muy drástico me cambió. Hubo un hombre que, a pesar de los malos tratos, me atreví a llamar papá y que al descubrir que yo no era hija suya sino de su hermano Richard, me envió a México desde España. Obligándome a cambiar el pequeño mundo que toda una vida conocí.
Todo fue un caos para mí al enterarme de que mi papá no era mi papá y que la persona que me había educado decidió hacerme a un lado con tal de estar en paz con mi madre, quien no fue capaz ni intentó evitarlo.
Y si hablo de hacer a un lado me refiero a ser aislada de la familia, física y psicológicamente. Con el paso del tiempo mi hermana no me miraba ni me trataba igual. Muchas veces había intentado hablar con ella, explicarle que yo no era culpable de lo que sucedía, pero solía ignorarme por destruir su falsa y querida familia feliz.
No habían pensado en mí, no tenían idea de lo miserable que me habían vuelto y yo no creía merecer eso.
Con unas cuantas firmas me envió a vivir con María y Agustín, solo que había un problema, ellos no vivían conmigo, para ser más exacta, ellos no existían. Se inventaron a esas personas para no meterse en líos con la ley mientras yo vivía sola.
Durante todo un año me encargué de mi cuidado, alimentación y demás con el dinero que me enviaban.
Al cumplir los diecisiete dejé de ser solo yo, esa noche era 19 de diciembre y el inicio de mis vacaciones de invierno, mientras miraba la televisión alguna persona tocó a mi puerta y dejó a una bebé de seis meses de nacida a mi cuidado, sabía eso porque había una carta donde me pedían que me hiciera cargo de la niña y una pequeña cantidad de información, como el tipo de sangre, alergias, fecha de nacimiento, etc.
Cuando regresé a clases le pedí a mi vecina Lucinda que la cuidara con la condición de pagarle y pasar por ella cuando saliera de la escuela. Ella era una persona muy amable y desde que llegué a la ciudad me ayudó a sentirme cómoda.
Todo estuvo bien los primero meses, pero como pasado el tiempo el dinero comenzó a hacer falta conseguí un trabajo de cuatro horas al día en un café en el que me pagaban quinientos pesos a la semana, y aunque fuera poco era de mucha ayuda.
Dividía el dinero que me mandaban y el que tenía de sueldo para pagarle a Lucinda, comprar comida, pagar mis estudios, llevar a Leria al hospital cuando lo necesitaba y otros imprevistos. Con los gastos aprendí a ahorrar y manejar el dinero con cuidado. Ya me había metido en la cabeza que no era fácil de conseguir y recibirlo me costaba noches de desvelo.
Nunca me di la oportunidad de amigas porque no salía de casa, mucho menos tenía novio, pues me ahorraba la necesidad de contarle a alguien lo que sucedía y se corriera la voz. Aparte de que no me sentía atraída por nadie.
Yo era una persona físicamente delgada de piel clara y con el cabello rubio y corto hasta los hombros. No era de baja estatura, pero tampoco era tan alta. A diferencia de mí Leria era de piel aperlada, ojos color miel y cabello anaranjado, casi rojizo. Si alguien nos miraba y yo le decía que era mi hija no solían creerme, pero ellos no tenían que saberlo. Nunca pensé en llevarla a una casa hogar.
Ella era mi hija, tal vez no tenía mi sangre, pero sí mi corazón.
Ahora me encontraba a cinco meses de cumplir dieciocho años, eso significaba que Leria ya tenía un año y un mes de nacida. Cuando fuera mayor de edad yo le diría a todos que tenía una hija, no lo hacía ahora porque si el instituto se enteraba exigirían ver a mis padres y si ellos se enteraban me la quitarían y la llevarían a una casa hogar.
Para adoptarla necesitaba un esposo.
Pero no solo sería mayor de edad, sino que también debía pensar a qué universidad entraría. Había pensado en tomarme un año libre para ahorrar más dinero, pero aún lograba decidirme.
Si tenía algo claro era que si se hablaba de fallarme, podía empezar hablando de mi familia.
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Madre por elección. {2014}
ChickLitNora se muda de país para comenzar una nueva vida, sin saber que la sorpresa de encontrar una bebé frente en su puerta la cambiará por completo.