Capítulo 11

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Aún seguía sin poder decir algo. Estaba atónita al lado de un chico que probablemente sería mi perdición y que me miraba con seguridad, como si quisiera asegurar que no le diría a nadie.

—¿Cómo lo sabes?—logré preguntar.

—Cuando la tutora lo preguntó te vi entrando ese día a su oficina, ahí lo sospeché. Ahora te saca de clase, con una seña, para decirte algo. No tienes amigos... y una infinidad de cosas más que te delatan. Cualquier persona atenta se habría dado cuenta.

—¿No se lo dirás a nadie?

—Para nada—mi dio un empujoncito con su brazo—, no son mis asuntos—. Pero me gustaría pedirte algo.

—Pídeme lo que quieras, lo haré, siempre y cuando esté en mis manos—algo tenía que hacer para que no abriera la boca.

—¿Podría conocer a tu hijo?—Lo miré extrañada.

—¿Lo dices en serio? ¿Realmente quieres conocerla?—Sentí un poco de ternura ante tal petición.

Asintió. —Muy en serio. Hace mucho tiempo que no veo a un bebé.

—¿No tienes hermanos menores?

—Yo tenía una hermana gemela.

—¿En serio?—Pregunté algo sorprendida. —¿Puedo conocerla?

—Cuando tenía diez años ella fue secuestrada...—bajó la mirada.

Me quedé sin habla y lo único que pude articular fue: —Si no quieres contármelo no hay problema.

—No te preocupes. Es tiempo de desahogarme y contárselo a alguien—continuó y le dediqué una sonrisa de tristeza.—Mis padres estaban devastados y no paraban de culparse. Todo el tiempo estaban peleando y un día tuvieron un accidente en coche. 

—Jared, está bien si no me lo cuentas—le dije. Si no lo hacía alguno de los dos acabaría llorando y probablemente sería yo. 

—Tranquila, estoy bien. Mi madre murió y mi padre perdió la capacidad de hablar, por el trauma. Todo el tiempo quiere estar solo y no habla con nadie.

Y fue cuestión de segundos para que las lágrimas rodaran por mis mejillas.

Me miró con una sonrisa y entonces comenzó a reír. A soltar carcajadas, mejor dicho. Su cara se puso roja y yo no entendía nada.

—Es...—no podía decir nada porque volvía a reír—una broma.

Se ríe después de dejarme sin dignidad. Mis lágrimas sin sentido ya se habían detenido. Me daba coraje el verlo.

—Eres un maldito—lo empujé. Pero nada servía para detenerlo.

—Mi hermana es mayor por siete años, ya vive con su esposo. ¿Vamos a la cafetería?

—Sí—dije cortante.

Compramos algo para almorzar y fuimos a una mesa. Mientras almorzábamos visualicé a Theo en el mismo lugar de siempre, rodeado de chicas lindas y riendo alegremente, como si nunca me hubiera ido a mi casa y descubierto mi secreto.

De un momento a otro giró su rostro hacia mí y la sonrisa se le esfumó en cuanto me vio.

—¿Pasó algo entre ustedes?—Preguntó Jared admirando con intriga la escena.

—Nada importante—mentí agachando la cabeza.

—Sabes que puedes confiar en mi, ¿cierto?

Lo miré. —Él escuchó a Leria llamándome mamá y ni siquiera me atreví a explicarle lo que sucedía.

Se quedó unos segundos callado. —Tampoco es que tuvieras la obligación de hacerlo.

—Tienes razón—me encogí de hombros. —Pero aún así quería contarle, para disminuir la incomodidad.

—Levanta esos ánimos—me sonrió mostrándome su dentadura. —Deberías estar contenta de que ahora tienes un tío para tu hija.

—¿Serás el tío ebrio?

—¡Oye!—Se paró firme frente  y a mí. —Yo seré el tío a la moda y con un montón chicas detrás de él—guiñó un ojo.

—Claro, claro... Sobre todo tú...

—Ya te había pedido que fueras un poco más sensible, me haces daño...—limpió una lágrima invisible y comenzó a reír.

Continuamos riendo y bromeando durante un rato más. Después volvemos a clase y al final podemos irnos a casa, a excepción mía, que voy directamente a trabajar.

La cafetería estaba completamente vacía, era obvio pues casi nadie se atrevía a tomar café caliente en tiempo de calor. Aunque también había café frío y para no tomarlo no tenía excusa.

—Me encantan los días en que no viene nadie porque me encanta no hacer dinero—dijo Flor molesta y eso me causó gracia.

—A mi me encanta que no vengan chicos lindos—dijo Andy en el mismo tono de voz mientras se pinta las uñas de color negro.

—Yo amo que no haya nadie, es como un momento de meditación, lejos de los ruidos de los clientes—las tres miramos a Linda que estaba sentada en el suelo en una posición de indio, con las manos unidas arriba de su cabeza y los ojos cerrados.

—¿Fue mi imaginación o dijiste lo que acabas de decir?—Preguntó Andy.

—Escuchaste bien, Androide—le contestó calmada y sin mirarla. —Deberías probar la meditación, tal vez encuentres a tu yo interior y se te quite tu mal genio.

Flor y yo estallamos en carcajadas.

—Me llamo Andy, Adjetivo. No necesito meditar para estar de buenas.

—Tranquilas, chicas—intervino la jefa antes de que comiencen una verdadera pelea. 

—¡Oh, ahí vienen chicos guapos!—gritó Linda levantándose de golpe. Volteo a mirar al grupo de chicos. No son guapos, para nada.

Madre por elección. {2014}Donde viven las historias. Descúbrelo ahora