El cielo se tornaba algo gris y un aire fresco comenzó a correr.
Llegué exhausta a la dirección que me indicaba la tarjeta, era una casa color marrón, con un jardín grande y hermoso, sin duda eran personas de dinero y alta clase social. Toqué el timbre dos veces y enseguida una mujer de cabello castaño y largo me abrió. Me observó de arriba a abajo y sonrió.
—¿Nora?—Preguntó.
—Sí, soy yo.
—Hola, ha surgido algo y me han pedido que te dijera que debes presentarte directamente en la oficina de Jorge—mira su reloj—, tienes quince minutos para llegar—me extiende un papel con los datos.
—Gracias por avisarme—le digo—, hasta luego—camino normal y cuando escucho que la puerta se cierra por completo, me echo a correr como si no existiera el mañana.
Sé que no tengo mucho tiempo y al final me resigno a tomar un taxi. Y como si de una película se tratara las nubes se dejan caer en forma de lluvia. Después de pagarle al conductor me bajo del auto a toda prisa hasta entrar al edificio.
En la recepción un hombre de unos treinta años me pregunta mi nombre.
—Nora—le hago saber.
—El señor Jorge la espera en su oficina. Segundo piso, puerta treinta y uno.
—Gracias—le digo y comienzo a caminar.
Llego hasta su oficina y toco la puerta.
—Adelante—dice una voz grave.
Abro la puerta y me encuentro con un hombre con pinta de no tener más de treinta. Su cabello es corto y negro, sus ojos son penetrantes y bonitos: tiene los ojos color azul océano. Sonríe y habla.
—Me imagino que tú debes ser Nora, ¿cierto?
—Sí, mucho gusto—me acerco a él para saludarlo como se debe. Sus manos son frías con una cálida suavidad que me hace sentir tan bien.
—Pues bien, antes de hacer algo por ti, me gustaría mantener una conversación agradable contigo. En pocas palabras diría que quiero conocerte—su comentario me hace sonreír, parece una persona simpática. —Toma asiento.
—Mi Nombre es Nora Jeffrey, curso la preparatoria y como ya sabrás, tengo una hija.
—No creo que haya algo malo con eso, más bien, es algo digno de ser reconocido, sigues estudiando y eso dice mucho de ti.
—¿Cómo qué cosas dice?—Pregunto divertida.
—Pues... Que quieres un buen futuro para tu hija, que eres responsable y muchas cosas más.
En medio de nuestra conversación me pidió los datos de mi cuenta de banco para depositar el dinero.
—Déjame presentarme adecuadamente. Soy Jorge Nájera, mi padre es dueño de NJ, esta empresa textil, y por ahora yo estoy a cargo.
—Mucho gusto, señor Jorge—sonrío. No suelo juzgar a las personas y menos cuando llevo poco tiempo de conocerlas, pero su manera de hablar y su tono de voz, que demanda atención, me hacen pensar que él es de las personas que piensa en el mundo que los rodea. Me agrada la gente que hace eso.
—No me llames señor, tengo veintiséis años, no soy tan mayor—sonríe levemente.
—De acuerdo, Jorge.
Mira su reloj. —Bien, mi hora de descanso al fin ha llegado—se pone de pie y toma su abrigo.
—Entonces me voy—imité su acción poniéndome de pie.
—Espera, puedo...—no le dejé terminar. Ya le había quitado suficiente tiempo y no quería molestarlo.
—Gracias por tu tiempo—tomo su mano para apretarla en forma de despedida.
Salí de su oficina lo más rápido que pude y bajé por el ascensor pensando en Leria.
Me paré en la entrada, justo bajo el techo. El agua caía sin cesar, con toda la intensidad del mundo. ¿Qué haría ahora? No tenía coche, obviamente. No tenía más dinero para taxi y lamentablemente no tenía un paraguas.
Me quedé mirando la lluvia salpicar mis zapatos y de pronto alguien detrás de mí habló.
—Te llevaré a casa—volteé a mirar y era Jorge.
—No hay necesidad de que pierdas el tiempo—insistí.
—Si perdiera el tiempo no me hubiera ofrecido. Piensa lógico, querida.
—De acuerdo—acepté.
—Nos mojaremos un poco porque mi coche está en otra calle. Bien, ahora... ¡Corre!—Me tomó del brazo y me hizo correr con la mirada de las personas atentas en nosotros.
Sacó el control a distancia para quitar los seguros a las puertas. No supe que coche era hasta que vi las luces de un bonito nissan rouge. Abrió mi puerta y me invitó a subir.
—¿Dónde vives?—Preguntó con la vista fija en la carretera.
—A un lado del café Sensación—respondo.
—¿Lo dices en serio?
—Bueno, no exactamente a un lado, hay como tres metros que nos separan...
—No, quiero decir, es que suelo ir a ese café todas las mañanas. Creo que de ahora en adelante pasaré a saludarte.
—Eso me parece muy bien, creo que seremos buenos amigos.
Después de que conduciera durante unos minutos hasta mi casa se detuvo frente a esta y como todo un caballero se bajó a abrirme la puerta.
—Nos vemos pronto, Nora—dice y me doy cuenta de que lleva el traje cubierto con una fina capa de agua.
—Adiós, gracias por traerme.
Se sube a su coche y espero a que se aleje de mi vista para ir a casa de Lucinda por Leria.
Y me quedo pensando en que nunca me imaginé que la persona que amablemente iba a encargarse de mis estudios sería muy buena y bondadosa. Todo el tiempo me imaginé que sería un hombre mayor, con el seño marcado de tanto fruncirlo, etcétera.
En realidad, nunca sabemos a quien podemos conocer y menos en qué circunstancias. El hecho de que mis padres me hicieran a un lado me trajo algunas cosas buenas, Leria, por ejemplo.
Conocí al amor de mi vida gracias a eso. Y el amor de mi vida afortunadamente me llama mamá.
Ni siquiera me imagino un mundo sin Leria.
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Madre por elección. {2014}
ChickLitNora se muda de país para comenzar una nueva vida, sin saber que la sorpresa de encontrar una bebé frente en su puerta la cambiará por completo.