Capítulo 3

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Era la mañana del sábado y mientras hacía el almuerzo escuché que algo se cayó, fui a revisar y vi a Leria tirada en el piso, yo aseguraba haberla dejado en la recámara viendo la televisión. Pero le resté importancia y la puse de pié para que jugara con sus peluches.

Me regresé a la cocina para apagar la estufa y servir la comida. Y entonces la vi, Leria de pie sosteniendose de la pared, me sentí como toda una mamá. La tomé en brazos y la llené de besos.

Sus preciosos y primeros pasos, por una vez en la vida había tenido la dicha de ver crecer a alguien. Ya estaba desesperada por escuchar sus primeras palabras.

La senté en mis piernas y le di de comer mientras lo hacía yo también.

Pasé toda la mañana ayudándola a que caminara, aunque aún le costara mantener el equilibrio pronto la tendría corriendo por toda la casa. Por la tarde había salido el sol; ya no había lluvia y tampoco hacía frío. Después de las dos fuimos al parque, me encantaba ir, era hermoso ver niños corriendo y riendo por todas partes. Subí a Leria al columpio y por más que intentara bajarla no podía porque comenzaba a llorar. Yo solo reía y seguía empujándola levemente. 

—¡Que niña tan linda!—Gritó una chica a mi lado.

—Gracias—digo con una leve sonrisa. Ella era alta de cabello castaño y muy largo, su piel es morena y sus ojos color miel, es muy guapa. 

—¿Es tu hija?—preguntó, me tardé un poco en responder ya que no estaba segura de decirle que sí.

—Sí, se llama Leria—me sonríe y yo también lo hago.

—Te ves tan joven y conservada—dice emocionada. —¿Cuál es tu secreto?—Bromea.

—Tengo 17—digo algo nerviosa, ya sabía la cara que pondría cuando procesara eso.

—¿Es una broma?—Abre los ojos como platos y por mi mente se cruza la idea de decirle todo, pero la descarto.

—Es verdad—insisto—, estoy en tercer año de preparatoria.

—¡Whoa! ¿Tu esposo también es joven?—Esa pregunta cala en alguna parte de mi ser.

—No tengo uno—miré hacia algún lugar en el suelo.

—Oh, perdón,  no creí que tú no tuvieras uno...—sonríe con algo de compasión, aunque no me causa nada, aparte de incomodidad, ya que no me planteé nunca la idea de tener uno.

—No lo sientas—le doy una palmadita en el hombro—, realmente estoy bien así.

—Eres tan fuerte...—noto como su rostro se pone rojo. —Lo siento, es que simplemente te admiro.

—Soy Nora—trato de cambiar el tema—¿Y tú?

—María José—me da su mano—, pero puedes llamarme Marijó.

—Mucho gusto, Marijó—sonreímos.

—¿Te gustaría dar un paseo con mi amigo y yo?—Iba a aceptar de no ser por que mecionó su nombre. —Su nombre es Theo, seguramente le caerás muy bien. Mira, allá viene, creo que me está buscando.—Miré hacia donde señalaba y vi al chico que se sentaba a mi lado. Caminaba con las manos en los bolsillos del pantalón y por suerte no me había visto.

—Yo... Ya me iba, tengo que lavar ropa, ya sabes, nunca sé cuando volverá a llover.

—Te comprendo—dice. —Es una pena que no puedas quedarte.

—Adiós—digo apresurada y ella me da la mano y la sacude. Después de eso tomo a Leria para irnos. —Hasta luego.

Eso estuvo cerca, pensé.

Había pasado un rato desde la última vez que había sentido ese tipo de adrenalina.

Fuimos al supermercado a comprar cosas para la semana y me detuve en la sección de perfumería para comprar un perfume para mí. Después de todo seguía siendo una chica que se preocupaba por cosas de chicas.

Regresamos a casa casi a las cinco, justo a tiempo para que Leria viera Dora la exploradora. Abriendo el correo encontré una carta de mi madre. Estaban pidiendo mi presencia en la casa durante las vacaciones de invierno. No podría ocultarlo más. Algo se me tenía que ocurrir para no ir.

Madre por elección. {2014}Donde viven las historias. Descúbrelo ahora