33. [ Feeling ]

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Su voz era como una melodía.


Todavía no podría dejarla ir; está dentro de mí. El sonido de su respiración me está llevando al camino de la expresión triste. Un corazón que no esperaba parar, un día que deseaba no detener al encontrar.


-Tae, Dios mío. ¿Qué hubiese pasado si te desmayas en medio del trabajo? De verdad debes hablar de esto con tu tío. Entiende que no es normal lo que estás haciendo. Tu hijo podría lastimarse y-



Lo sabía. Cuán sabiondo me sentía de mi causa. De mis razones y mis consecuencias. Los efectos maliciosos que esto podría provocar en mi roto omega y también en la criatura que estuviera revoloteando en mi interior.


Apreté mi rostro entre mis manos. Era un pésimo padre.


Incluso antes de nacer lo estaba poniendo en peligro.




-¿Qué significa esto, Tae?


Apreté mis manos en el escritorio, girándome sólo cuando sentí sus pasos hacerse mayores. Tapé instintivamente mi estómago. La ropa holgada era una salvación. Lo era, sobre todo en estas circunstancias. Donde mi tío fisgoneaba en la utilidad de mi cuerpo. Donde sus ojos paseaban cuales cerdos la figura redondeada de mi cintura. Mis caderas..., que estaban más anchas. Y mi estómago, que comenzaba a relucir un tierno bulto.


-¿Por qué mierda has estado yendo tanto al médico? -congelé mi desplazamiento a medio correr. ¿Qué...? ¿Cómo él se había dado cuenta? Fui al público. Fui al puto hospital público, ¿por qué entonces me estaba preguntando esto? ¿Me había perseguido?, ¿era eso? Maldito loco-, ¿cuánto pensabas decirme que estabas esperando a un bastardo, Tae? -retomó con toda la paciencia del mundo.


Ese no fue el detonante.


Deseé que el mundo se detuviera. Que los colores regresaran a su lugar de origen. Que mi Jungkook, mi precioso niño siguiera aquí. Engrandeciéndose, creciendo hasta tener las agallas de cuidarme. Pero, ¿realmente las necesitaba? El chico me protegía incluso cuando sus debiluchos brazos eran incapaces de sostenerse a sí mismos. Él marcaba ímpetu. Lo había visto, había visto esa preciada parte de él. La que se encariñaba y haría cualquier cosa por mantener lo que amaba. Y lo que anhelaba, lo que adoraba..., era yo. Siempre fui yo. Yo, el padre de sus hijos. O su futuro esposo. Y lo había dejado ir por mi inseguridad. Y ahora, ahora yo estaba en peligro. En latente peligro junto al que era su bebé.

El verdadero detonante comenzó en el momento que rechacé a Kook y lo dejé ir. Al lobo de mi luna. Al lobezno que la luna me había otorgado honestamente. En este instante, el real horror se basaba en que mi hijo o hija recibiera las consecuencias de mis actos. Mi estupidez reflejada. Mi dolor más macabro. Mi repelente. Mi gélida maldición.

Solté un sollozo ahogado, tapando mi boca con miedo y apreciándolo fijamente a los ojos. Al antagonista de mi vida, al condenado hijo de puta que haría cualquier cosa para establecerme cautivo de sus manos.

Asco.

Eso sentía todos los días de mi vida, al verlo.

Nada nuevo, honestamente.

¿También mi cachorro/a será observado/a así?

Cuando nazca, ¿así lo verá la sociedad?

-T-tío-

-No me llames así, maldita puta. Tú no tienes ese derecho -señaló bruscamente, enrabiado, encolerizado, ¡deplorante!- ¡¿Qué mierda es lo que esto significa?! -y lanzó el monto de papeles al piso. Caían arremetidos y sin importancia. Las consultas con mi bebé. Mi tesoro. Mis superficialidades más significativas. Ahí iban. Como una torre en descenso. Como un pasado quebrantado.

La resiliencia de mí amor -KooKv-(Ad.)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora