- 014. [ Entre tú y yo ]

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Veinticuatro horas no bastarán. ~







¿Una persona puede tener un final feliz después de trabajar en un burdel?


¿Un omega puede tener una vida emocionalmente correcta luego de vivir en esa clase de ambiente?





Dream Elevator.




El bar donde todas tus más caprichosas fantasías podían volverse realidad sólo con entregarle tu alma al diablo. Y el diablo éramos nosotros, los corderitos vírgenes.




Tal vez..., no tan vírgenes.





Donde el sexo era una acción continua y transitada, de la que todos parecían formar parte en la montaña rusa que era la vida. Dream Elevator era el burdel de prostitución más alto entre los primeros treinta países de todo el mundo. ¡Estábamos en un ranking! Grandioso. En un ranking algo turbio, pero ganando al fin y al cabo. Los datos y la información de calidad eran lo primero que llegaba a los barrios bajos. Tal vez nosotros atraíamos la atención del espectador. Y vaciábamos los matrimonios hasta saciarnos de un dinero sucio, corrupto. Pero ahí íbamos, lamiéndole las bolas al hijo de puta que estuviese al mando.






Mi tío.




—¡Sólo mátenme, m-mátenme con algo pero háganlo! —sollocé adolorido, sintiendo punzadas entre mi cabeza y mi ano. Me deshice en el suelo, semi-desnudo y a nada de sufrir un colapso. El semen goteaba incesante de la punta de mi pene. Me dolía. Me dolían las drogas, me dolían las pastillas que utilizaba para tener erecciones. Me dolía que me introdujeran aparatos enormes, hasta que pulsaran en mis órganos o intestinos y eso terminase por darme un dolor estomacal difícil de sobrellevar. Mi cabeza estaba hecha bolsa. Cada día me costaba más levantarme y cada día sentía más la necesidad de tirarme por un maldito puente— ¡Estoy cansado! —avisé histérico, manoseando mi vientre y todos los cortes plagados en mi anatomía. Mi cuerpo, mi precioso cuerpo estaba destruyéndose más y más— ¡Tengo tanto asco, estoy tan sucio! Necesito que me limpien —supliqué desesperado, tomando la camiseta manchada en espermio de Xiumin. Me miraba asustado, con pena y lástima. Lo hacían porque yo no era fuerte. Porque ellos podían soportar y yo no. Porque me lastimaba seguir viviendo de esta forma y porque comprendían que esta clase de ataques me daban cada cierta cantidad de tiempo— Minmin, Jiminie, p-por favor dispárenme —oré intimamente, vuelto loco. Más gritón, más débil, más al borde.




Todos los que nos acompañaban trataron de silenciarme con preocupación, diciendo que mi ataque los haría meterse en problemas. Egoísmo usual. Y mi cabeza reventándose, mi cuerpo revolviéndose hasta vomitar. Todo estaba tan jodido. Todo estaba tan mal. Me sentía pésimo. Sólo quería que esto se acabara pronto. Sólo quería ahogarme en alcohol hasta perder la conciencia, hasta perder el tiempo y espacio. Porque odiaba las botellas de vidrio en mi trasero. Odiaba los juguetes que sobreexplotaban a los pasivos y odiaba con todo mi ser que me mantuviesen despierto a base de café rancio. Odiaba el BDSM. Detestaba el rol de dominante y sumiso. Odiaba vestirme para complacer a gente que nunca había visto en mi vida, gente que sólo me marcaría por problemas que tuvieran en la puta casa. Odiaba que me amarraran y me imposibilitaran alzar los brazos en busca de ayuda. Odiaba las prácticas, odiaba la maldita vida que llevaba.




—¿Tae? —susurró dulcemente.



Lejos de convulsionar, callé.



Y me calmé.




Y lo abracé. Hundí mi rostro en su cuello e inhalé profundamente. Empezó a tomar respiraciones conmigo. Uno, dos, tres. Me susurró una canción con ternura. Acarició mi pelo y me sentí cual niño. Ronroneé, siguiéndole el ritmo. Cuatro, cinco, seis. Volver a inhalar, volver a sentir, volver a vivir. Su voz, entre susurros, me acorraló en un baile armonioso. No paró en ningún momento y yo disfruté que me hiciera llegar al mismo cielo. Me pregunté si podría vivir felizmente con su voz. Me pregunté eso día y noche. Porque era magnífico. Esto era la definición de buena vida. Ya no tenía frío, ya no tenía quejas. Ya no pensaba en asquerosidades, en obscenidades. Porque todo lo que me hacía centrar en él eran sus cuerdas vocales. Él, mi alfa, cantaba precioso. Me enrollaba, me calentaba con sus manos y me conmovía.






La resiliencia de mí amor -KooKv-(Ad.)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora