59. [ Espiar el horizonte ] -

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Así empezaron mis días en la casa de Jeon. Comenzamos a tomar costumbres de las que no teníamos complejo alguno ...como quedarnos a dormir. ¿Hacernos? Los trillizos también contaban. Lo primero que hacían al inicio de semana, era esperar que tocase ir a alojar donde el tío Jung. Tal vez les gustaban las historias que Kookie contaba (y exageraba, probablemente) en la cena o los juguetes que les tenía preparados al llegar. Quizá fuese la habitualidad, que tomaron, de abrazarlo al dormir. Se turnaban para encaramarse al pecho de Jungkook e, indiscutiblemente, fueron varias veces que vi a los cuatro tomar una siesta de la tarde. Seokkie se apoyaba graciosamente por sobre su abdomen. A los bordes quedaban JJ y Hiroto. Uno tirando de su camiseta y el otro babeando por encima del brazo del mayor. Y Kookie tenía una indescriptible mirada de incomodidad, pero no se quejaba. Y mentía al despertar, diciendo que había sido lo más confortante en el mundo, que deseaba repetirlo para que sus días fueran mejores.



Obviamente, los trillizos, en su inocencia, le creían. Sólo yo era el que sonreía y mantenía silencio. Era normal que los niños vieran todo lo que decía como la verdad absoluta. Y así fue como agarraron tal manía de cuidado. Donde lo invitaban a descansar todos los días. Lo divertido era que, ellos, egoístamente también lo hacían por ganancias personales. Dormir con su padre alfa les hacía bien. Tanto, que Seokkie había dejado de tener pesadillas y ya no era vital el que durmiera con su elefante de peluche.



Lo sabía porque yo también me sentía mejor. Y el despertar no era tan terrible. Y trabajar en el bar había dejado de ser malo. Mi ánimo cambió abruptamente por esos días. Mi felicidad era paulatina y mis compañeros de trabajo lo notaban. Incluso Jin estaba más contento. Creo conocer el porqué. ¡Oh! Y los clientes ya no chismeaban en mi cuerpo. Olían y sólo fruncían el ceño antes de irse. Varias veces me pregunté por qué el cambio repentino. Sólo hasta que los demás me explicaron que yo abundaba de la fragancia de mi alfa, lo comprendí. Muchas fueron las ocasiones en que me encerré en los baños, olfateando mi propia piel en busca de la de Jungkook. A la posterioridad, llegaba al Penthouse a tirar del closet Jeon. Lo desparramaba mientras no estaba y lo arreglaba cinco minutos antes de que llegase. Me refrescaba sentirlo cerca, en mi cuerpo. Anhelaba robar toda su ropa y hacer de ella un nido propio. Pero sabía que eso sería llegar demasiado lejos. ¡Y una total falta de respeto! El que él me considerase un amigo no me daba en el derecho de opacar su privacidad. Yo seguía sin ser su omega a sus ojos. Sólo me ayudaba porque era alguien envidiablemente bueno, sí.





-Cicatriza -comenté, atento. Las venas dejaron de hincharse. Cada día bajaba más. No tanto..., no en exceso, pero resultaba distinto. Mi piel, antes amarillenta, ahora era de un tono rosado. Quizá gracias a todas las vergüenzas que el alfa me hacía pasar. ''Hoy luces igual de bien que ayer, Tae'', ''qué precioso atuendo, espero los demás no observen demasiado'', ''¿te sientes atractivo hoy, omega? Te noto con algún deje de confianza. No cambies o me molestaré'', y una larga lista que no podría acabar de contar. Esa clase de halagos me llevaron a hacerle un almuerzo para el trabajo. Estaba acostumbrado a hacerlo para los niños..., pero no hacía mal el hacerlo por él también, ¿verdad? Seguía siendo mi menor. Y quizá pasaba hambre comiendo tanta chatarra. Así que ayudarle también contribuía a su alimentación. ¡Mi labor como amo de llaves debía ser eficaz! Reconocería mi trabajo y nunca me botaría, jamás de los jamaces.

Por supuesto que los amó. Y le fui dando uno tras otro. Cada vez, hasta los días que no era necesario juntarnos. Le congelaba la comida, le guardaba algún que otra carnes de res semi-preparada. Sus ojos de ilusión me llenaban de ternura y, más de una vez, me abrazó de forma que hube de sostenerme contra el mesón de la cocina. Su intensidad emocional me hacía sentir todavía más eufórico, más feliz, más alegre, más correspondido. Cuando, al regreso de su horario, me entregaba la ''lonchera'' vacía, mi complacencia llegaba al punto de cocinarle el doble de porciones a la once*. Pero a él no le importaba aquello. No le importaba comer el doble o el triple. Sólo se emocionaba cuando mis labios chocaban contra su pelaje o sus mofletes. Como un niño felicitado, como el niño que comete buenos ejemplos. Él era el cuarto niño en casa. Mi cuarto niño en casa.

La resiliencia de mí amor -KooKv-(Ad.)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora