Prisionera

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Entro a su templo con el ánimo agrio. Maldijo a Ares, Apolo, a Zeus y a él mismo. Todo esto era... frustrante.

Se sentó en el trono con la cabeza entre sus manos, algunos mechones de su cabello habían escapado del lazo negro que los sujetaba y caían rebeldes por todo su rostro, se vio tentado a arrancárselos debido a la furia que sentía.

Escucho pasos suaves, aguzo el oído. Una mujer, una mujer venia hacia él. Levanto la vista y la hermosura de Perséfone lo invadió. Su cabello negro caía con gracia para formar hermosos bucles alrededor de su pequeña cintura. Llevaba un vestido purpura ajustado a su perfecto cuerpo, bastante revelador, abrazaba sus caderas redondas y sus senos llenos, dejaba un poco de piel descubierta en el abdomen. Después de barrer a la mujer con la mirada al fin llego a sus ojos. Tan hermosos, almendrados y adornados con enormes pestañas negras. Su piel blanca y perfecta como si hubiese sido creada con luz de luna. Perséfone era la perfección vuelta carne. ¿Por qué no podía desearla?

-Te fuiste por siglos. – soltó cruzándose de brazos.

-Lo lamento, tenía que arreglar unos... asuntos con mi hermano.

-¿Cuáles? ¿Qué era tan importante como para dejarme sola en este lugar?

-No estabas sola, ordene a mis sirvientes y a los demás habitantes del inframundo que te cuidaran y cumplieran cada uno de tus caprichos. En este lugar... tú solo tienes que pedir.

-Excepto salir. – soltó con una de sus gruesas y negras cejas levantada.

-Excepto... salir. – soltó Hades con un suspiro, estaba tan cansado, lo último que le apetecía era una rabieta de Perséfone.

-Pudiste llevarme contigo – soltó la chica mirando hacia un lado, Hades se extraño por la falta de veneno en la voz de la mujer.

-Sabes que no puedes subir. – soltó casi con tristeza. Ahora veía, que haber traído a Perséfone a la fuerza no había sido su mejor idea, se había dado cuenta de eso hacía mucho, aun así, ya había sido demasiado tarde.

-Podría hacerlo si es contigo. Soy tu esposa después de todo, donde estés, debería estar yo.

Hades no reacciono durante un momento, procesando las palabras. Ella había mencionado su unión casi con... amabilidad, cuando siempre lo había hecho con amargura y tristeza.

-Ti... tienes razón. La próxima vez que suba... te llevare, te lo aseguro.

Ella sonrió. Una sonrisa que ilumino el salón entero. Una sonrisa que no causo nada dentro de él...

Asintió y se levanto.

-Debo atender, algunos asuntos... volveré para la cena...

Ella asintió y el salió de la habitación sintiendo que se ahogaba.

Llamo a uno de los sirvientes. El ser (porque no se le podía llamar de otra forma, no era humano, no era un alma en pena, no era nada que se hubiera conocido antes, era un hombrecillo con capucha y ojos brillantes que ya servía al inframundo mucho antes de que él llegara) le dio una reverencia y espero su mandato.

-Ammm... ¿Mel? – pregunto sin más.

El hombrecillo lo miro, con ojos sabios, y negó.

-¿No sabes donde esta?

Negó de nuevo.

-Pero...

¿A dónde podría haber ido? Con la musa... pero no... él le había dejado en claro que no podría ir sola, que debía esperarlo hasta que volviera de hablar con Zeus.

Una musa para el dios del inframundoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora